Reminiscencias XVI

Me referí hace algún tiempo, aunque someramente, a una de las grandes maravillas del mundo, que le dispensó la naturaleza a nuestra tierra y que desde hace mucho tiempo, se mantiene olvidada, pues estoy seguro que muchos de los residentes en Soacha, ignoran que el Salto de Tequendama está en su jurisdicción Municipal.


Señalo, naturalmente, a esa inmensa y bellísima cascada formada por la caída del Rio Bogotá a un abismo de más de 150 metros, cerca del vecino San Antonio del Tequendama, que ha sido objeto de la prosa y el verso de grandes cultores de la literatura castellana, y hasta de las “fugas” de la inolvidable Manuelita Sáenz, en plan de regocijo al borde su catarata, como los consignó la historia.

De aquel se cuenta, como de todos es sabido, para explicar su origen, una leyenda Chibcha que aparecía en los libros del Hermano Justo Ramón, que la Sabana de Bogotá se encontraba inundada y para evitar que sus pobladores perecieran, sobre el Arco Iris, se presentó Bochica, el dios protector de nuestros antepasados, y al descender sobre las aguas, rompió con su vara de oro las rocas, con lo que no solo permitió la salida de tales aguas represadas, sino que formó el bello Salto de Tequendama tan admirado, pero tan olvidado por las autoridades soachunas, que jamás lo han señalado como el centro del turismo nacional, y solo puesto de moda a partir de la segunda década del Siglo XX, y hasta un poco delante de promediar tal centuria, unas veces porque concurrían allí los desesperados con la vida, y porque hasta un natural de mi tierra se acercó para terminar con la suya, pero afortunadamente un Agente de la Policía que allí permanecía, para evitar los suicidios, logró hacerlo desistir de tan terrible idea.

En otras ocasiones lo fue, como en 1924, para construir un edificio que sirviera de hotel, obra acometida por los Ferrocarriles Nacionales, lo que también representó otra verdadera maravilla de la ingeniería, y que dio lugar a la prolongación de la línea férrea que solo llegaba, entonces, a Chuzacá. Igualmente, para conmemorar el Cuarto Centenario de la fundación de Bogotá, se iluminó el Salto y la edificación allí levantada, lo que se efectuó el 23 de julio de 1.938, que desgraciadamente no tuvo el despliegue requerido, porque en ese mismo día ocurrió la terrible tragedia del Campo de Santa Ana, en Usaquén, cuando se vino a tierra un avión que participaba en el desfile militar programado para la celebración del IV Centenario de Bogotá, y que ocasionó la muerte de centenares de personas reunidas en la Unidad Militar ya referida, que incluía al Presidente de la República y a quien debía reemplazarlo el 7 de agosto de aquel año.

Pero posteriormente a estos hechos, concretamente el 3 de agosto, y para celebrar las mismas festividades, concurrieron al Salto de Tequendama las autoridades Municipales, en acto que incluía una Misa Campal y la colocación y bendición de la estatua de la Virgen denominada “La Milagrosa” al borde de la catarata, costeada por los vecinos de la región.

Se celebró con gran alboroto este hecho. Se llevaron los tradicionales músicos que con sus instrumentos de cuerda entonaron las más bellas canciones de la época, por conducto de José Roberto Correa, Cuco Sánchez, el Tuerto Luis y sus tradicionales cantantes Tomás Garibello, Pablo Emilio Sánchez, Heliodoro Uribe, su hermano El Chivo, Emilio Gutiérrez y el Burro José Joaquín, imprescindibles en esta clase de manifestaciones musicales y, naturalmente, este último debió cantar aquel bambuco que le llegaba tan entrañablemente a su alma:

Cruzo la senda/sola y oscura/ dame un destello/ de tu alba luz/Soy árbol mustio,/ quiero frescura/ soy desgraciado,/quiero ventura../dámela tu/….Era esta la música sentida de la época y la que se escuchaba en los tradicionales paseos al Salto de Tequendama, al lado del fogón donde acucioso alguien disponía el rápido hervir de la olla donde se cocinaban los manjares preparados con especial cuidado para la ocasión, mientras entre trago y trago de aguardiente sonaban las notas del tiple, guitarra y bandola y las voces de quienes ya hemos citado, en actos que, como ha dicho para el caso el político y diplomático argentino Miguel Cané, “son simples cantares populares, ecos melancólicos y tristes como si ese tinte fuera el único rasgo que identifica a la especie humana bajo todos los climas y en todas las latitudes. El encanto está en la música y en la suavidad de la expresión al cantarla.”

Pero perdóneseme que por estar adentrándome un poco en el sentir del pueblo soachuno en los paseos y festejos de sus gentes al Tequendama, me haya apartado algo de recordar una de las más crueles prácticas de los Chibchas en la región que hace parte del Salto de Tequendama, y que responde a la pregunta que muchos se han hecho, y nos señala la historia, a través de quienes se han dedicado a la más noble ciencia de la investigación, en el sentido de porqué no se han encontrado verdaderos y grandes templo que sirvieran para el culto de ellos, pues solamente se hallaron dos entendidos como tales, a mucha distancia, en Ramiriquí y en las cercanías de Villa de Leiva en el sitio conocido como las Ruinas del Infierno.

Y esto es claro, según el investigador, muy conocedor del tema, el doctor Miguel Triana, quien señala que en la Hacienda Tequendama pueden verse aras de sacrificio que son unas piedras planas, con cierta inclinación como para que corra sobre ellas la sangre de la víctima, teniendo así los Chibchas lo que puede considerarse como un templo en este sector de Soacha, para el acto ritual que no era otro que el sacrificio de un niño que servía de holocausto en tales sitios, para redimir el pecado de Eunzahúa.

La Biblioteca Virtual – Áreas Culturales del Banco de la República, cuenta aspectos del Salto de Tequendama y del paseo efectuado allí de algunos militares con Manuelita Sáenz, en la siguiente forma:
“Efectivamente cerca de la mina de Canoas, el rio Bogotá pierde su placidez y toma el aspecto de un torrente. Se dirige hacia una cadena de colinas que militan la meseta al sur oeste y en donde existe algo así como una brecha o un canal que tiene únicamente doce metros de ancho y por el cual las aguas se precipitan.”

“Después de almorzar, “La Coronela” muy comunicativa daba muestras de una loca alegre….Un misionero inglés improvisaba versos sin sentido sobre el infierno el fin del mundo, dos irlandeses más que ebrios, se durmieron, y cuando vi a Manuelita de pie, al borde del precipicio, haciendo gestos muy peligrosos. De inmediato me lancé hacia ella y tomándola por el cuello del vestido me dejé resbalar dentro de la cavidad desde donde así fuertemente su pierna mientras que el Dr. Cheyne que comprendió el peligro que corría esta loca y bebida mujer se prendió a un árbol mientras arrollaba a su brazo izquierdo las largas y magníficas trenzas de la imprudente que parecía resuelta a saltar al vacío. Reunidos todos lanzaron las botellas al Tequendama y si alguna no se rompió y quedó en la saliente roca cubierta de musgo, dio origen a la leyenda de `la botella del comandante don Juan`”.

“Dicen que Manuelita Sáenz enérgica vivaz, misteriosa y ebria, embrujada por la fuerza de las aguas intentó lanzarse al precipicio. Su perfume, el sudor de su cuerpo y su dulce aliento volaron después de ser atrapada. En lo profundo, las aguas tronaban entre las piedras, la niebla parecía esconder las puertas del infierno. Manuelita entre los brazos de su salvador respiraba agitada, poseída por la fuerza sobrenatural que la llevó a los bordes de la locura.

Quien observe aquel espectáculo natural, inevitablemente quedará atrapado en un trance, en un éxtasis, en un ahogo similar al de Manuelita Sáenz.”

Gran historia, por donde se le mire, protagonizada por Manuelita, la mujer más importante de su época, que agrega un capítulo más a la leyenda del gran Salto de Tequendama y a la magnificencia de la catarata jamás bien pagada por las autoridades de toda época en Soacha, pese a que hay o hubo una pomposa entidad, dizque encargada del turismo.

joseignaciogalarza@yhoo.es

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