“Las miradas inocentes de la guerra”: una realidad oculta en Soacha

Camila, Jeisson, Pedro, Anita… y muchos más, son nombres que se escuchan a diario en las frías y rústicas calles de los barrios La Planada y Altos de la Florida, en el municipio de Soacha. Al lado de ellos, otros niños caminan en busca de algo que seguramente sus padres les han encomendado: una libra de sal, una gaseosa, un gajo de cebolla, o lo que ya es costumbre para estos menores y en general para las familias que por culpa del conflicto han llegado a los barrios marginados de la ciudad: Ir en busca de un galón de agua para preparar los alimentos.


Diariamente, Camila – una niña de nueve años residente en el barrio La Planada – tiene que hacer tres o cuatro viajes hasta ‘Los Chorros’, sitio donde por gracia de Dios encontraron dos mangueras que bajan agua desde Zaragoza rumbo a las ladrilleras, pero que por la necesidad deben interrumpir su paso para que las familias de este y otros barrios ubicados en la comuna seis, suplan la necesidad de traer el vital líquido medianamente apto para el consumo humano.

Tal vez para ellos es normal salir todos los días, varias veces, a traer canecas llenas de agua. Es común ver en las calles de estos barrios a familias enteras con baldes y utensilios al hombro rumbo a ‘Los Chorros’. Pero la misión se completa cuando en lonas y costales llenos de ropa y cargados a la espalda traspasan el lugar más visitado a recoger el preciado líquido; cada dos o tres días deben ir hasta la quebrada Zaragoza a lavar sus prendas y bañarse a ‘totumadas’ en reemplazo de una ducha de agua caliente que los que viven en la parte plana de la ciudad tienen la oportunidad de disfrutar sin restricción alguna.

«Son las reglas de juego que impone el actual sistema», dice Camilo, un humilde habitante del barrio Florida Alto, quien agrega: «Estamos en medio de un Estado que protege a unos pocos privilegiados, pero que desconoce a la mayor parte del pueblo colombiano. El conflicto armado es el resultado de una planeación ambiciosa y egoísta de un gobierno que disfraza ayudas para los más pobres a través de programas sociales, que no son otra cosa que mantener la miseria y el hambre en el seno de aquellas familias que han sido desplazadas de sus tierras, y que por culpa del conflicto abandonaron lo que consiguieron gracias al esfuerzo y trabajo de toda una vida, pero que por salvar la integridad propia y la de su familia, debieron cambiar fincas completas, cultivos y ganado, por una ‘choza’ en una loma abandonada como estas que vemos en el municipio de Soacha».

Según estadísticas de la Personería de Soacha, diariamente llegan al municipio alrededor de siete familias desplazadas provenientes del Tolima, Meta, Santanderes, Eje cafetero y otras regiones del país. Significa según esas mismas cifras, que la ciudad alberga cerca del 20% de los desplazados que deja la guerra en Colombia. Una carga demasiado alta para un municipio que no maneja un presupuesto suficiente que permita la inversión social y la ayuda específica a personas que forzosamente se instalan en esta zona del departamento de Cundinamarca.

Si bien es cierto el desplazamiento es denigrante para cualquier ser humano, es más inadmisible que los niños estén en medio de la guerra. Son ellos los que en últimas resultan más afectados; al recorrer las abandonadas calles de los barrios La Planada y Altos de la Florida, se evidencia en los menores el abuso del Estado y el abandono por parte de la sociedad colombiana. No es justo desde ningún punto de vista, y sin ir tan lejos, que mientras un menor que viva en San Carlos, San Luis, Quintas de la Laguna, el Satélite o San Mateo, barrios bajos de la ciudad, tenga todas las comodidades y los derechos constitucionales (educación, salud, transporte, vacaciones, internet, onces y comida balanceada, entre otros), quienes por culpa del conflicto tuvieron que llegar a estos cerros desolados de Soacha, tengan que vivir sin derecho a sus derechos.

En La Planada y Altos de la Florida no hay nada de lo que se encuentra abajo. Niños campesinos que forzosamente llegaron a formar barrios llenos de pobreza, miseria y necesidades. Familias acostumbradas a labrar la tierra con sus manos y que ahora deambulan en busca de un sustento que les es esquivo.

Ramona Chagualá llegó de Icononzo (Tolima) hace cinco años y se instaló en un ‘ranchito’ que hizo en el barrio La Planada; tuvo 14 hijos, de los cuales hay siete con vida, los demás murieron de una rara enfermedad que mata a los niños cuando están aún en el vientre. Su esposo falleció hace ocho años, lo que significa que la vida la obligó a ‘bandearse’ y salir adelante.

Pero el espejo de la guerra brilla más en los menores de edad. Rosa Irene Inchima es otra víctima del desplazamiento forzado. Llegó de Pitalito hace 17 años y vive en esta zona de la comuna seis de Soacha hace cuatro; su esposo la abandonó y de los nueve hijos que tuvo, se quedó con ocho. Lina María, su hija de 12 años tiene cuatro meses de embarazo y la de 15 le falta un mes para que tenga su primer bebé.

Otra madre abandonada por su esposo que se convirtió muy joven en abuela fue doña Alcira Torres. Vive con cinco de sus hijos y un nieto; la madre de este último cuenta con tan sólo 14 años y su bebé ya tiene siete meses. Pero la responsabilidad de los hijos no siempre se la remiten a la madre. Un ejemplo específico es el de Luís Antonio Guevara, quien hace las veces de padre y madre, y tiene bajo su responsabilidad a sus dos hijas de diez y 11 años.

Pero es que el entorno en el que se vive no da para más. Familias abandonadas, sin servicios públicos, ni salud, educación, empleo y en muchos casos sin alimentos que garanticen por lo menos una comida al día. La mayor parte de viviendas consta de una sola pieza construida con plástico, polisombra, tabla y tejas de zinc o paroy. En su interior se cocina, se plancha, se juega, se duerme y bueno, se come y se descansa después de las caminatas para conseguir el agua y lavar la ropa.

En La Planada y Altos de la Florida no hay agua potable, el carrotanque ya no sube porque, dicen sus habitantes, a la Empresa de Acueducto se le olvidó que aquí viven seres humanos que necesitan del vital líquido. No hay alcantarillado, gas, redes telefónicas, ni transporte. El único servicio que llega regularmente es la energía.

Según el líder comunal de La Planada, Hipólito Sánchez, se está buscando agua subterránea para garantizar un servicio regular, porque ni el municipio ni mucho menos el Acueducto se preocupan por hacerlo. En palabras de esta persona ya se logró conseguir una pulgada del vital líquido de un pozo excavado en la parte alta del Vínculo, pero es insuficiente para la cantidad de familias asentadas en la zona.

En estos barrios trabajan varias ONG, pero la mayor parte no pasan de hacer visitas con personajes extranjeros y de organizar ‘ollas comunitarias’. Hay quienes comentan inclusive que esas organizaciones están interesadas en mantener la pobreza y la miseria para no perder los auxilios que entidades internacionales remiten. La necesidad de estas familias se convierte muchas veces en ‘caballito de batalla’ de varios políticos para hacer sus campañas y en referente de medios de comunicación interesados en desprestigiar al municipio de Soacha.

Aquí se desayuna pero no se almuerza, se sobrevive pero no se vive, se duerme con zozobra y se despiertan con esperanza, pero lo más preocupante, sus habitantes guardan la ilusión de que en los campos colombianos mejoren las condiciones, no sólo de la guerra, sino de la voluntad del Estado de garantizar la estabilidad para quienes labran la tierra. Don Carmelo Espitia dice que es necesario trazar una política agraria que motive al campesino a renunciar a la idea de continuar su camino hacia las ciudades. “Aquí se aguanta hambre, se pasan necesidades, se contagia uno de pobreza y nos exponemos a diario a que nos roben lo poco que tenemos, pero si regresamos al campo, simplemente nos matan”, concluyó el señor Espitia.

Soacha es un reflejo, o como dicen algunos, aquí está el espejo de lo que pasa en el país del Sagrado Corazón. Un municipio en el que sus dirigentes jamás se han preocupado por controlar el crecimiento irregular y desmesurado de la ciudad. No existe una política que limite y regule la compra de tierra en la zona urbana, lo contrario, hay autolíderes interesados en traer y ubicar desplazados para ‘politiquear’ y garantizar el manejo de un grupo poblacional ignorante y necesitado. Esta es la Soacha del pasado y del presente, pero no la que se quiere para el futuro. Y concluye diciendo don Carmelo: “ Así es el conflicto, aquel que le conviene a los ricos, el mismo que alimenta la miseria en los pobres, y esta es la Soacha que el gobierno nacional y municipal han construido a imagen y semejanza de sus intereses, pero a costa de los más necesitados, y lo peor… aquí están nuestros hijos: Los niños de la guerra».

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