Un desastre llamado Peñalosa
Entre todos los alcaldes de Colombia, al que peor le va en las encuestas es a Enrique Peñalosa, quien logra la casi imposible hazaña de obtener calificaciones tan mediocres como las de Santos. Pero si se mira con objetividad su pésima obra de gobierno, lo extraño sería un balance diferente, que hasta puede convertir en éxito el proceso de revocatoria de su mandato que se siente venir.
Lo primero que no le perdonan los bogotanos a Peñalosa es su anuncio de que el metro que necesita la ciudad, al que él tanto se opuso –¿o de forma astuta se sigue oponiendo?–, ya no será el subterráneo de primera calidad que demostraron como necesario serios estudios –que él botó literalmente a la basura–, sino uno elevado, al que le andan haciendo de afán unos papeles contratados para “demostrar” que el alcalde tiene razón en su disparate. Cuánta alcahuetería hace falta para ocultarle a la gente todas la veces en las que Peñalosa denunció, y con razón, que ese tipo de metro es indeseable para una urbe como Bogotá (http://bit.ly/2iy1GiH).
Muy mal caen también sus demás astucias, usadas para irse en contra de lo que más les conviene a los bogotanos: el día de su posesión, ofreció “el mejor transporte público del mundo en desarrollo”, confesión de que no busca uno de primer nivel para la ciudad. Y agregó, sin siquiera sonrojarse, que un transmilenio hace lo mismo que un metro, mentira comprensible de parte de quien se presentó con títulos universitarios que no posee y, en su primera Alcaldía, reemplazó por el tan cacareado sistema de buses el metro que debió construir por la Caracas, con lo que tomó la peor decisión técnica de la historia de la ciudad, según lo demuestra hasta la saciedad el exagerado sufrimiento ciudadano.
Para rematar, su único pretexto para cambiar un buen metro subterráneo por uno malo elevado, el de los costos menores, hace agua entre los bogotanos. Porque las propias cifras de la alcaldía señalan que la diferencia no es del triple, exageración que alcanzaron a lanzar, sino del 25 por ciento, contraste que, al decir de Eduardo Sarmiento, resulta más que compensado por los impactos negativos del aéreo. Y porque carece de toda credibilidad afirmar que una ciudad como Bogotá, con el debido respaldo de un país como Colombia, no puede pagarse el metro de primera categoría que exige no causarle más daños irreparables a su pésimo sistema de transporte público, falacia que no les impide a Peñalosa y a Santos insistir en más transmilenios, como el muy costoso y mediocre de la Carrera Séptima, al que sí le encuentran la manera de financiarlo. Las proezas de un conocido vendedor de buses.
También explica el descrédito de Peñalosa su empecinamiento en convertir la Reserva Natural Van der Hammen en otro inmenso negocio de especulación inmobiliaria a favor de unos pocos, que saben cómo es eso de multiplicar por muchas veces el precio de tierras que consiguen baratas. Su retórica despótica contra la Reserva, que incluye la viveza de convertir su ignorancia en virtud para arremeter en contra del conocimiento científico incapaz de desvirtuar, tiene como único y verdadero fundamento contar con el respaldo de los poderes que han convertido en prueba de la excelencia en la gestión pública la obtención de ganancias mayúsculas. “Son los negocios, socio”, como bien lo explica Aurelio Suárez.
Y también para usar a la Alcaldía como tenaz promotora de los grandes negocios de un puñado, Peñalosa va tras la mayor privatización de las empresas de teléfonos y de energía de Bogotá –ETB y EEB–, a pesar del naufragio de la falsa leyenda rosa con la que en el pasado se montaron tantas ventas a menosprecio del patrimonio público.
Coletilla. 92 billones de pesos, el 90 por ciento del nuevo recaudo, vendrá de impuestos regresivos, que pagarán los pobres y las clases medias. La reforma también confirma que cuando la OCDE habla de su amor por las empresas se refiere solo a las enormes, en especial, a las trasnacionales. Porque se les redujo el impuesto de renta del 43 al 33 por ciento y ya no pagarán parafiscales, que les valían el nueve por ciento por Cree. Y porque el santismo hundió un artículo que les reducía en serio la renta a las pymes, mediante tasas progresivas, como en EEUU, Alemania, Francia, Canadá, Corea y Holanda, entre otros países (http://bit.ly/2iy4hZW).
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