Constituyente primario o estado de opinión

Por: Hernán Castellanos Ramírez             

Se completa un mes desde que el presidente Petro lanzo su idea de convocar una Asamblea Nacional Constituyente para que el pueblo respalde las reformas que el gobierno ha sido incapaz de tramitar en el Congreso.

Y lo anterior se ha dado, en algunos casos, por la propia y poca disposición al dialogo y a la concertación, algo que se le dificulta al mismo presidente, pero que se irradia en los integrantes del gabinete ministerial, quizás por temor a ser separados de sus cargos por desobedecer las ordenes supremas que emanan de la casa de Nariño, bien sea del despacho presidencial o de la oficina de su flamante jefe de gabinete.

Una vez Petro envía su globo al aire, lo recoge y lo desvirtúa para expresar que no se trata de convocar una Asamblea Nacional Constituyente, tal y como está consagrado en el artículo 376 de la Constitución Nacional, sino de propiciar espacios de participación ciudadana en donde el pueblo exprese la necesidad de realizar las reformas que plantea el Gobierno Nacional y de esa manera ejercer una suerte de presión sobre la institucionalidad para forzar su “aprobación”; tal y como las plantea el régimen sin espacio a discusión y/o modificación.

Todos los que hoy defienden esta postura de recorrer el país estableciendo pequeñas o masivas manifestaciones sociales, a manera de asambleas constituyentes, pensarán que al calor del sentimiento social y de las necesidades ciudadanas va a haber el suficiente raciocinio, la necesaria sensatez para estudiar y analizar las reformas; que entendemos todos, son necesarias, pero previamente analizadas, estudiadas y aprobadas, a través de los canales constitucionales establecidos.

Actuar de esta manera, como lo han planteado el presidente Petro y sus lugartenientes, no es otra cosa similar a la que en su momento planteó el expresidente Uribe cuando acudía a reclamar el Estado de Opinión como argumento suficiente, para tácitamente respaldar a sus amigos que intentaban aprobar una segunda reelección presidencial, la cual final y afortunadamente nunca prospero en razón de la independencia de poderes demostrada, en su momento, por nuestra Corte Constitucional.

Los críticos de ayer, son los defensores de hoy; muestran a las claras que Petro y Uribe son iguales, en orillas diferentes, y sus movimientos políticos, Pacto Histórico y Centro Democrático, no son mas que organizaciones caudillistas que están lejos de llegar a ser movimientos o partidos políticos. La única diferencia entre José Obdulio Gaviria y Gustavo Bolívar, además de militar en costados ideológicos distintos es que el primero es abogado y el segundo es libretista, pero ambos defienden a sus jefes y sus ideas a ultranza y justifican sus actuaciones sin importar sin con ellas desbordan las reglas establecidas o caminan al filo de superar el Estado Social de Derecho establecido constitucionalmente y el cual manifiestan defender, unos mediante el Estado de Opinión y los otros a través de las Constituyentes o Asambleas populares.

Asistimos los colombianos frente a dos posturas que se alimentan de manejar extremos que exacerben a sus seguidores y les permiten convencerse que su visión de sociedad es única y no les permite observar los matices de grises y la diversidad de colores que tiene la realidad de nuestro país.

Cómo hacer para superar este grado de polarización, para que unos y otros entiendan que la realidad no es negra ni blanca y para que la mayoría inerte que comprende el país en sus colores y diversidad logre encontrar un camino de expresión que pueda ser llevado a la cruda realidad de Colombia sacándonos de este ping pong  electoral en que un día gobierna un extremo y al siguiente extremo contrario.      

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