El desencanto de Acanto, un cambio excesivo en Ciudad Verde

Cuando en diciembre de 2012 el presidente Juan Manuel Santos entregó 507 viviendas en la urbanización Acanto de Ciudad Verde a las familias damnificadas por la ola invernal 2010-2011, todo fue alegría y encanto. Sin embargo, el tiempo se ha encargado de corroborar que la convivencia no es fácil para quienes han vivido en casas y barrios sin cerramiento.


A pesar de que muchos reconocen que el cambio ha sido para bien, los problemas de convivencia no son fáciles de manejar. Las familias que venían de barrios como El Arroyo, Villa Sandra y Villa Esperanza el Barreno de la comuna cuatro, nunca se imaginaron que convivir en un conjunto cerrado tuviera ‘tanto complique’.

“La verdad yo estoy acostumbrada a vivir en una casa grande, sin pagar administración, sin normas de convivencia, servicios públicos baratos, en otras palabras, uno hace lo que quiere”, dijo Mariela Aristizabal.

Y era de esperarse. Los damnificados de la ola invernal 2010-2011 de los barrios Loma Linda, Casa Loma, El Arroyo, Villa Sandra y Villa Esperanza el Barreno, simplemente nunca se habían enfrentado a vivir bajo normas de comportamiento. “Yo duré viviendo 12 años en El Arroyo y allá nunca nos tocó pagar una administración o que nos prohibieran hacer esto o aquello. Creo que eso es lo más duro que nos ha tocado enfrentar aquí”, agregó otro residente de Acanto.

No hay duda que el cambio en las condiciones de vida para estas familias ha sido vertiginoso. Algunos consideran que tanto lujo alrededor es una fantasía porque sus vidas al interior de los 48 o 52 metros cuadrados de área es un tormento, incluso hay familias que no tienen ni para el desayuno de sus hijos. “Yo vivo con mis tres hijos y la verdad hay días que no tengo ni para darles una aguapanelita, no es fácil. No niego que el apartamento es muy bonito, afuera bien pavimentado, no se inunda, pero lo poco que uno consigue se va para pagar administración y servicios”, aseguró una habitante de Acanto.

Otros residentes como doña Mery, denunciaron el mal manejo que los administradores le han dado al conjunto residencial. “Yo vivo en Acanto I, estoy muy inconforme con el antiguo administrador porque no cumplió con sus funciones. Fuimos atropellados y ahora estamos en un problema porque no ha entregado cuentas; nos van a quitar la vigilancia y a cortar los servicios por culpa del señor. Nunca se preocupó por mantener limpia la zona, no venía, era grosero con la gente… quisiera que hubiera justicia”, dijo.

Sin embargo, hay quienes consideran que el cambio valió la pena, que aunque no es fácil acomodarse a las normas de convivencia, el estilo y la calidad de vida no tienen precio. Las voces de la ciudadanía así lo corroboran:

“Hace diez meses vivo acá y la verdad el cambio ha sido para bien. Yo estoy muy contenta, tranquila, a pesar de las dificultades y de todo lo que pasa alrededor”.

“Vengo del barrio El Arroyo y yo sí puedo decir que el cambio ha sido vertiginoso, es mejor en todo sentido gracias a Dios y al gobierno nacional. La convivencia se la da uno mismo de acuerdo al propio comportamiento, hay que respetar para que la gente lo respete”.

“Yo vivía en el barrio El Barreno y llevo en este conjunto un año, por el momento me he sentido bien, me ha cambiado la vida, es un regalo de mi Dios. Aquí me siento muy tranquilo, allá andaba mal, vivía en el barro y ni siquiera volví porque en esa loma hay mucho atraco, mucha inseguridad”.

Y así, en medio de opiniones encontradas, de la polifonía de voces, de inconformidades y agradecimientos, estas familias que ocupan la urbanización Acanto cuentan su propia historia, una que vivieron en la loma, en medio de los derrumbes, las calles destapadas, los atracos y la ausencia de servicios públicos y rutas de transporte, es decir, la misma que se trazaron cuando abandonaron sus fincas y pueblos de origen para asentarse en una montaña llena de incertidumbre y de personas necesitadas. Por el otro lado, hoy se aprecia en un pedazo del gran macroproyecto de vivienda Ciudad Verde, allí, en medio de construcciones espaciosas y visiblemente encantadoras, a las mismas familias que durante años enfrentaron las dificultades de un terreno quebradizo y olvidado. Pero se encontraron con otro tipo de problemas que han venido solucionando poco a poco, los mismos que enfrenta la mayor parte de ciudadanos en los conjuntos residenciales: normas de convivencia que requieren tolerancia, voluntad, amabilidad, conciencia y respeto.

No obstante, hay voluntad de superar esas dificultades y apostarle a vivir como seres humanos, como dicen muchos de estos habitantes, “es dar un poquito de nosotros mismos, porque no creo que nadie quiera regresar de donde nos sacó el invierno”.

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