El miedo a la democracia
Siempre se ufanan que la democracia en Colombia es la más antigua de Latinoamérica, todos aparecen frente a un público o una cámara diciendo que son demócratas y respetan, por encima de todo, el Estado Social de Derecho; pero a la hora de la verdad, en Colombia debemos asumir que no somos ni lo uno ni lo otro; los partidos y los políticos tradicionales no son más que una fábrica de avales y los más importantes actores de la corrupción.
Cada vez que se intenta, por algún medio, democratizar algún escenario de la sociedad, salta como liebre todo aquel que se autodenomina “demócrata” para evitar por todos los medios que su capital se vea afectado por la negligente y atrevida actitud de una política que pretende equilibrar el cosmos.
No debemos ir muy lejos para evidenciar lo antes citado. En el caso de Bogotá y el cambio del Sistema de Recolección de Basura, sin desconocer que se presentaron algunas fallas por culpa de algunos directivos, lo que se percibe, sin necesidad de entrar a fondo en el tema, es la mezquina actitud del señor Luis Guillermo Vélez, al parecer ficha del actual vicepresidente de la República y quién está siendo investigado por la Procuraduría General de la Nación, (http://www.lanacion.com.co/index.php/politica/item/233263-investigan-a-superintendente-luis-guillermo-velez), quién cumple las funciones de Superintendente de Industria y Comercio, y que de forma desconcertante y en contravía a los estipulado por la Corte Constitucional ordena a la Administración de Bogotá volver al sistema de recolección de basura anterior, donde se violaban los derechos humanos, se menospreciaba al ser humano y se impedía la labor de los recicladores; todo esto con el único interés de garantizar el negocio de la basura para los señores Ríos y otros, acuciosos aportantes al Partido Político de su jefe.
De igual forma, cuando se pretende dar un paso hacia la democracia y se presenta la idea de elegir por voto popular a los alcaldes de las 20 localidades de la ciudad, vuelve a saltar aquel que no duda en hacerse llamar demócrata para atacar, con eufemismos, lo que podría convertirse en un ejercicio revolucionario; para nadie es un secreto que muchos Concejales y Congresistas están muy al tanto de la contratación de las localidades y no es precisamente para hacerle control político, como deberían, lo hacen para saber hacer burdas transacciones con los designados alcaldes, que salen de una terna que presentan unos ediles que responden a las directrices políticas de los gamonales y caciques.
Ahora bien, en lo que respecta a las propuestas para democratizar el espacio público, desde muchos sectores políticos empiezan a lanzar dardos pesados como juicios cada vez que surge una propuesta que permita que el espacio beneficie a la ciudadanía en general y no solo a una persona que en su carro se desplaza, segregando de forma directa a todo aquel que no cuenta con un vehículo. De igual forma ocurre con las propuestas de peatonalización, que se han convertido en el caballito de batalla de algunos concejales y ediles, que escondidos en una falsa “voz del pueblo” atacan por todos los medios para que los espacios no sean para el uso y disfrute de las mayorías.
Si tomamos estos tres puntos para entender las prácticas democráticas en Colombia, es evidente que la democracia llega hasta donde afecta el bolsillo de los amantes de la plutocracia; de esto el por qué las nuevas generaciones cada vez se desencantan más de la política y comprenden y conciben a los políticos y a los partidos políticos como actores retardatarios de la sociedad.
Pocos son los caminos que nos permitirán transformar esto que acá osadamente denominan democracia; por lo pronto, el trabajo silencioso de las nuevas ciudadanías y los trabajos comunitarios tienen la responsabilidad de educar desde la democracia, pero desde una democracia real, para que esta sociedad algún día alcance la paz.
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