Las redes sociales: comunicamos o creamos pánico
Por Edgar Orlando Matallana Usaquén
En esta última década en donde la información se multiplicó por granel y las noticias vuelan a velocidad de la luz, se volvió costumbre acudir a la tendencia de “informarnos” de manera más fácil, pero no veraz ni oportunamente, mediante el uso de las redes sociales que nos acompañan las 24 horas del día sin medir distancias, espacios ni tiempos.
Ese “facilismo informativo” nos gusta, pues es ágil y nos evita acudir a fuentes primarias y profesionales como las que ofrecen los periodistas destacados que por algo se preparan a lo largo de sus vidas en centros académicos especializados en la comunicación. Evitamos leer, sí, así de simple: leer de manera adecuada las noticias que en la mayoría de veces requiere una acertada y oportuna constancia de los hechos, un análisis de los acontecimientos y, por supuesto, confirmar su veracidad y fuente.
Y es eso precisamente lo que las redes sociales no hacen: confirmar los hechos. Las descachadas son a montones: fechas de cumpleaños que no son, inclusión de fotografías privadas al mundo exterior, comentarios rivales que no aportan nada o, mejor, hacen enfrentamientos gratis, especialmente en temas políticos, y todo ello conlleva a convertir la verdadera comunicación en un mundo de retazos donde impera es el afán desmedido, quizás por presumir de quien lo hace primero y por supuesto sin medir sus consecuencias.
La mala información, aquella que se da con el ánimo ofensivo o simplemente con el afán de ser el primero, por lo general molesta, incomoda y en algunos casos hiere a las personas protagonistas; pero casi nunca pasa nada, es decir, más que solicitar una aclaración, reírnos del episodio o como máximo bloquear de nuestras redes a quien provoca dicha inconformidad, es quizás lo más severo. Claro que casos se han visto en el ámbito nacional en donde se ha llegado hasta instancias judiciales por publicaciones en redes sociales, esos espacios que ofrece el mundo moderno y que han entorpecido ritmos de vidas de personas que prefieren una demanda, casi siempre reclamando que se les respete su honra y buen nombre.
Sin embargo, existen situaciones que atentan contra la integridad de una persona o sus familias cuando en el afán de anunciar algo, de llevar el chisme, se toca las fibras del dolor ajeno: Murió tal persona, murió de aquello o de lo otro, se embarazó, alguien se emborracho y fue captado por las cámaras, se violó…hagámoslo famoso, en fin, atentados directos y más cuando la información no es veraz, no existe, se convierte en solo rumores que crecen como la bola de nieve afectando desde luego a sus protagonistas. Pues si es cierto lo que se trasmite, ya esa persona y/o grupo familiar están pasando por su propio infierno, y si es falsa esa información, se castiga injustamente y en ocasiones se le condena en su honradez y rectitud. Por eso, hoy quiero, si me permiten la expresión, llamar al orden, sugerirles que seamos precavidos con la información que trasmitamos y que recibimos (ya que la re trasmisión también es también responsabilidad nuestra) no sepultemos a los vivos, no difamemos al honrado, no especulemos solo por tener algo que “subir a las redes”, seamos sensatos, no hagamos daño solo por la angustia de ser el primero. Actuar con madurez es obrar responsablemente.
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Si señor. Las «descachadas» son a montones.