Los feos: una sociedad no anónima

Un argentino, inició una ‘revolución de feos’ escribiendo un pliego de peticiones en el que pedía un impuesto para subsidiar a los feos, su lucha terminó con la escritura de un libro.


Gonzalo Otálora, un feo argentino declarado inició una ‘revolución de feos’ escribiendo un pliego de peticiones al entonces presidente, en el que pedía un impuesto para subsidiar a los feos, un cupo ‘feo’ en las empresas, inclusión de actores poco atractivos como protagonistas de novelas y regulación del uso de photoshop, entre otras. Algunos lo tacharon de resentido social, pero otros se sentían identificados con él, en un país donde los feos son tratados como ciudadanos de segunda clase.

La fealdad no es una cuestión física, sino un estado mental (al igual que la edad) y el que se siente feo no sólo proyecta fealdad, sino que se siente incómodo consigo mismo y con los demás, y el mundo es como una gran fiesta a la que no lo invitaron. La fealdad, además, no es un sentimiento exclusivo de pocos, sino de todos, hasta Scarlett Johansson se sentirá fea cuando le sale un grano en la nariz y está comprobado que existen días en los que todo lo que uno se prueba se le ve horrible. La única explicación lógica es que haya una conspiración cósmica en su contra o que se esté acercando ese día del mes.

No sé en qué momento la vida dejó de ser divertida y agradable para convertirse en un eterno vía crucis por verse bien. Basta con leer los titulares de los diarios para darnos cuenta de la cantidad de personas maquiavélicas y masoquistas (por no llamarlas dementes) que con tal de lograr el cuerpo perfecto son capaces de todo. Hace poco murió una mujer en Bogotá mientras que le practicaban un aumento de glúteos en una peluquería; y en China, las jovencitas que quieren adelgazar comen parásitos como si fueran canapés, para quedar raquíticas. ¡Que afán el de todos por cambiarse para que los demás los quieran o acepten! A mí el que no me quiera, que agarre un tren a Neverland y no regrese nunca más.

En la hermosa historia de El Principito decían “sólo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible para los ojos”, pero esto parece no aplicarse en esta época profundamente superficial en la que los feos son una mayoría que tratan y discriminan como una minoría. Cuando uno le quiere presentar una amiga a alguien, lo primero que pregunta es: “¿Y está buena? Si no, ni te molestes en presentármela”. Los bellos y bellas tapizan las portadas de las revistas, los feos sólo aparecen en las de política y en la National Geographic. Los padres de hoy regalan narices, tetas y liposucciones a sus hijas para que no sufran el síndrome de patito feo, en lugar de ayudarles a desarrollar su autoestima de otras maneras y motivarlas para que sean algo más que un soso objeto del deseo.

Gonzalo Otálora no logró cambiar al mundo con su revolución de feos, pero sí la percepción que tenía de sí mismo, escribió con mucho humor el libro «Feo», se aceptó como era y esa confianza le subió el sex appeal, el autor dice que «ahora se pelean por el feo, es que hay muchas mujeres que prefieren besar sapos porque son encantadores y graciosos, que besar príncipes azules aparentemente perfectos que se destiñen en la primera cita».

Fuente: noticiero digital.com

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