‘Otras historias’ de la revuelta delincuencial en Soacha

Que los vándalos se tomaron las calles de Soacha, que saquearon almacenes, sembraron el terror, rompieron vidrios e incursionaron contra la gente de bien en varios barrios de la ciudad son realidades que el mundo conoció en una ciudad señalada de estar ‘minada’ de delincuentes y atracadores. Sin embargo, hay historias que se desconocen pero que ocurrieron la misma noche del jueves 29 de octubre.


“…Nos van a matar. Vienen como 50 encapuchados rompiendo vidrios y armados con cuchillos, varillas, patecabras y hasta pistolas. Escóndanse en el baño o donde puedan y tranquen la puertas con las sillas para evitar que se nos metan”. Palabras y frases de pánico como esta, pronunciada por Otilia Camacho, una humilde habitante de la comuna seis, fueron comunes en varios barrios de Soacha la noche del 29 de agosto, la misma que se convirtió en una pesadilla para los ciudadanos de bien, para aquellos que se asentaron en esta ciudad y que por su imaginación nunca les pasó que fueran testigos del peor momento de angustia, pánico y horror que pudieran sentir en el municipio que los adoptó o los vio nacer.

“Yo sentí pánico, miedo, temí por mi vida, pensé que esos vándalos nos iban a matar. Eran como fieras hambrientas en busca de su presa, con unas caras que transmitían terror. La verdad como a las 8:00 p.m. se nos vinieron cerca de cien de esos delincuentes, y eso que nosotros éramos casi 40 que estábamos armados con palos y machetes. Nos arrinconaron pero el instinto de supervivencia pudo más y los logramos sacar”, sostuvo un propietario de un bar de la zona 21 de Soacha.

La gente llamaba desesperadamente, la policía no se veía, los soldados tampoco, las sirenas sonaban sin cesar y las redes sociales estaban saturadas de llamadas de auxilio, mientras la turba actuaba como fieras salvajes en busca de comida.

Fue la ‘horrible noche’ para Soacha, una ciudad que durante más de una semana de paro agrario nacional se había mantenido al margen, incluso dando ejemplos a municipios menos conflictivos como Facatativá y Sibaté. Pero sigilosamente se esperaba el detonante, tal vez los vándalos, la caterva de delincuentes acechaba el momento perfecto para armar el caos y hacer ver ante el país y el mundo que en la ciudad de los desplazados, la que muchos tildan de ‘nido de ratas y de delincuentes’ estaba viva y lista para demostrar que efectivamente esos adjetivos tenían que hacerse valer.

“Las alarmas sonaban, se escuchaban gritos de terror, por las ventanas se observaban ríos de vándalos encapuchados y armados con varillas y palos. No se veía ni un policía y estábamos a merced de los delincuentes. Timbraba el teléfono, eran las voces desesperantes de los vecinos invitando a que entre todos enfrentáramos la situación, fue horrible, muy horrible, pensé que se meterían a la casa y que era el fin”, narró tímidamente una habitante del barrio Ubaté de la comuna seis.

“Yo vi cuando la turba se lanzó sobre el supermercado de la Autopista. Eran más de cien tratando de romper con varillas, patecabras y toda clase de objetos la reja de protección. Pasé rápido y sentí miedo porque pensé que podían arremeter contra nosotros. Pasaban jóvenes y niñas corriendo con canecas de pintura, era como una película de terror”, contó Jaime Párraga, habitante de la comuna dos.

Unos culpan a la Policía de prender la mecha, pero también muchas personas defienden su actuar porque las fuerzas del orden están conformadas por seres humanos que necesitan defenderse y el instinto de supervivencia les dice que cuando se vean amenazados seriamente, deben utilizar todas las herramientas que tengan a su alcance para protegerse del enemigo.

Cuentan, por ejemplo, que la turba alcanzó a apoderarse de tres fusiles de la Policía, los cuales fueron arrebatados en medio de los disturbios, pero así mismo afirman quienes presenciaron el hecho que dos de ellos se recuperaron de inmediato por parte la gente de bien, aunque al parecer, uno quedó en manos de los delincuentes y que precisamente fue utilizado para disparar en contra de la fuerza pública. Oficialmente hay un reporte de tres policías heridos por arma de fuego en Soacha.

Los revoltosos asesinaron a un joven de 19 años identificado como Elmer Hernando Mendieta, quien según la Policía, recibió un impacto de bala en la cabeza al parecer por parte de un participante en las refriegas que intentaba disparar contra los uniformados.

Otro joven fue alcanzado con un objeto contundente por la muchedumbre cuando viajaba dentro de un vehículo con su familia. El agredido fue identificado como Luis Fernando Restrepo de 17 años quien perdió varios dientes a raíz del fuerte impacto que recibió en la boca.

Los fuertes y prologados enfrentamientos obligaron a los hospitales Cardiovascular de San Mateo y Mario Gaitán Yanguas a declararse en alerta amarilla ante tanto herido que ingresó a las salas de urgencias. Esa noche la capacidad de atención de las dos instituciones de salud se saturó y el límite de heridos llegó al tope.

“Pareciera como si esa noche hubiera salido a las calles toda la delincuencia, los ladrones, los atracadores, todo lo peor que nos ha llegado. Eran ríos de esa gente lanzando piedra, atracando, quitando celulares, bolsos y todo lo que pudieran al que se encontraran en la calle”, narró Miriam Delgado, habitante de la comuna cinco.

Las autoridades aún no entregan un reporte oficial de pérdidas, sólo se dijo que esa noche hubo 33 civiles y 16 policías heridos (3 de ellos con arma de fuego), al igual que 48 menores y 30 adultos detenidos, pero el número de locales destruidos y las pérdidas en mercancía y elementos materiales no se ha dado a conocer.

Lo cierto es que así como salieron los delincuentes a arremeter contra la gente de bien, también hay que destacar que esa misma noche los habitantes que quieren a la ciudad, los que rechazan actos vandálicos, los que dan ejemplo de civismo, les tocó armarse de valor, de machetes, de palos y bolillos para defender la democracia, la seguridad y la institucionalidad. Fue necesaria su intervención para apoyar a las fuerzas del Estado y demostrar que unidos, se puede. Que cuando el ciudadano es consiente que la Policía y el Ejército no alcanzan a ejercer total control, puede con decisión y valentía salir a defender lo que le pertenece.

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