Una niña, una rutina y un celular: Así cayó el asesino de un conductor de plataforma en Soacha
La víctima alcanzó a avisarle a su pareja que iba para Ciudad Latina con unos hombres con una pinta sospechosa, pero hubo otros detalles que esclarecieron el crimen.
Durante meses, el asesinato de Álvaro Andrés Rodríguez González, un conductor de plataformas de transporte, parecía ser un caso más en la larga lista de crímenes sin resolver. Pero fue precisamente una rutina diaria, casi invisible, la que permitió resolver el misterio.
Según las autoridades, el presunto responsable del crimen era un padre que, todas las mañanas, llevaba a su hija de cuatro años de edad al jardín infantil. Y la niña, sin saberlo, fue la clave para atraparlo.
Todo comenzó la noche del 30 de noviembre de 2024. Álvaro Andrés con 38 años de edad, se movilizaba por la localidad de Los Mártires, en Bogotá, cuando aceptó un servicio a través de la plataforma de transporte en la que trabajaba, tal y como solía hacerlo, sin sospechar que ese sería su último.
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Eran las 11:15 p. m. cuando manejó hasta el punto acordado, recogió a los pasajeros, y empezó a seguir las indicaciones de Google Maps, rumbo al sector de Ciudad Latina.
Cuando transitaban por Parque Campestre, ya en Soacha, los ocupantes del vehículo atacaron al conductor. Lo obligaron a entregar sus pertenencias bajo amenazas y, en medio de un forcejeo, le propinaron múltiples puñaladas.
Aunque Álvaro todavía agonizaba, los agresores continuaron el recorrido, haciendo varias paradas en el municipio. En una de ellas abandonaron el cuerpo, aún con vida, en una zona boscosa de difícil acceso.
Según la investigación, el vehículo se apagó y no volvió a encender, por eso, los delincuentes decidieron dejarlo abandonado a un costado de la vía y huyeron caminando.
En la madrugada del 1° de diciembre, la esposa de Álvaro, preocupada por la falta de comunicación, alertó a la Policía Metropolitana de Soacha.
Horas después, el cuerpo fue hallado en una zona rural del municipio. Muy cerca, estaba el carro. Pero no había testigos, ni cámaras a simple vista, tampoco pistas que ayudaran a esclarecer lo que sucedió.
Lo que los responsables no previeron fue que el celular robado no había sido apagado. Su señal GPS continuó activa. Ese pequeño error fue suficiente para encender las alarmas de la Dirección de Investigación Criminal de la Policía de Soacha.
Los agentes comenzaron a seguir la ruta marcada por el dispositivo, que indicaba una dirección constante: un predio en el barrio La Veredita, en la comuna dos.
Allí, durante semanas, los investigadores hicieron vigilancia discreta. Vieron entrar y salir personas. Observaron rutinas. Y detectaron algo que se repitió con precisión: todos los días, muy temprano en la mañana, un hombre salía de la casa llevando de la mano a una niña de cuatro años. Iban juntos hasta un jardín infantil del sector. Esa niña era su hija. Y ese hombre era Adrián Rolins.
La información fue clave, pero no suficiente. Fue entonces cuando el equipo policial solicitó, con orden judicial, los registros del jardín infantil. Querían saber quién era el acudiente de la niña.
Lo encontraron: Adrián Rolins había dejado allí un número de contacto. Al compararlo con los datos de la plataforma donde en su momento trabajó la víctima, así confirmaron que ese era el mismo contacto desde el que se había solicitado el servicio.
Al mismo tiempo, las cámaras de seguridad del sector empezaron a encajar en el rompecabezas. En ellas se veía el vehículo de Álvaro pasando por la zona, y más tarde, a dos hombres caminando hacia el predio donde vivía Rolins.
Lo más llamativo para los investigadores es que el GPS del celular seguía marcando movimiento… desde ese mismo lugar. Con cada prueba, los agentes fueron cerrando el círculo para dar on el paradero de los criminales.
Finalmente, el 9 de abril, después de casi 130 días de investigación, los uniformados desplegaron una operación de captura.
En horas de la noche, cuando Adrián Rolins llegaba a su casa, fue interceptado por las autoridades. Lo detuvieron, le leyeron sus derechos y lo señalaron como el principal sospechoso del homicidio agravado y hurto calificado.
El victimario no tardó en confesar lo que sucedió en la madrugada del 1° de diciembre. Ante un juez indicó que su intención era únicamente robar. Según él nunca planeó matar, pero las cosas se salieron de control cuando Álvaro Andrés se resistió al asalto. Fue entonces cuando él —en sus palabras— actuó “por necesidad”, así lo dio a conocer una investigación del Diario El Tiempo.
Rolins aseguró que su hija estaba pasando hambre, que no encontraba trabajo, y que vio en el robo una salida desesperada. Esa misma hija, la que llevó al jardín todos los días, fue también el hilo que lo ató al crimen.
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Hoy, permanece recluido en un centro de detención, a la espera de la condena. Las autoridades lograron esclarecer un crimen gracias a una combinación de vigilancia, tecnología y persistencia. Pero también —y sobre todo— gracias a la rutina inadvertida de una niña que sin saberlo ayudó a hacer justicia por la muerte de un inocente.
Foto: Policía Metropolitana de Soacha