Sensaciones que solamente llegan y se posan sobre mi mesa para quebrar mi instante de fornicación…
Son murmullos agudos e intolerables los que se posan hoy sobre la enorme sala de vidrios sucios, bombillas opacas y puertas descolgadas. Son murmullos mudos, no dicen nada, quietos pues no se mueven y mi cabeza gira los 180 grados necesarios para percibir tan sólo los murmullos de escándalo.
De pronto, en una esquina del fondo iluminado por una luz gris, mi mirada desprevenida se detiene en un cuerpo preparado para el deseo, o como se me diría el día anterior: “el cuerpo de una mujer es más sexual que sensual”; así lo percibí. Recorrí con los ojos acusadores la gloriosa curva que se dibujaba en el centro de su espalda hasta llegar a sus glúteos acomodados de manera delicada sobre un rustico e incomodo asiento en desuso (ya nadie se sienta), detuve lentamente mis juicios ruborizados sobre su larga falda que se aplica desde el borde de las caderas al resto de su cuerpo; largo constructo de hilos y de maquinas que desea dejarse deslizar por las rodillas para vencerse en los tobillos y volar, a razón de una mágica patada, volar, desaparecer de aquel lugar enorme e ignorar los murmullos de escándalo, el deseo de no realizar su razón de ser, es una extensa masa de hilos que la quiere desnudar.
Un constructo que evita el frió de las miradas no es capaz de desvanecer el trueque de pensamientos cárnicos que sobre su piel escondida lamen simuladamente, no es capaz de dictar políticas de silencio y mientras tanto, esto sigue siendo el territorio de la razón, o como escribiera razonablemente Edgar Morín, “un uso de raciocinio”, éste sigue siendo simulado. En este recinto solo fornican los murmullos, el raciocinio y los deseos cárnicos.
Son múltiples mesas con múltiples sillas que dejan posar sobre ellas múltiples glúteos, que si se multiplican en composiciones biológicas, se diría que es demasiada mierda posada sobre múltiples sillas en el transcurso de un día.
Los murmullos de escándalo posiblemente tienen vida inconsciente, posiblemente poseen vida estorbosa, estos, a manera de narrativa de contador de cuentos baratos poseen niveles; me mantienen en suspenso inconsciente para dejarme precipitar desde un enorme edificio a la vez que el enorme bullicio atemoriza mis ojos al no encontrar figura coherente con los sonidos, dejan de mantenerme en suspenso para escupirme un millar de veces y se diría que soy multimillonario por tantos bienes recibidos, pero quién demuestra que un murmullo escupido a mi cara es un “bien”; a caso tome el cuerpo del mal o quizá, no sea nada. Mejor pensar y decir tolerantemente, que los murmullos no poseen vida inconsciente y que ni siquiera les puede estorbar algo, solamente son muchas muertes que se estrellan en mi cara.
La fuerza del murmullo de escándalo en una biblioteca es proporcional al número de inconscientes que posan sus glúteos sobre las sillas, con la firme intención de contar letras formando palabras para encontrar frases y… “leer”. Se diría también que “leer” es todo lo anteriormente descrito, y más, se diría que “leer” es una actitud pasiva, pero sobre todo, se esta convencido de que se “lee” cuando sobre tus manos se posa el caldero de otros que prepararon el sortilegio.
Leer es hacer el amor y también es tener sexo; leer se me apetece tocarla y lamerla, humedecer su entrepierna con besos desde su boca; leer deseo que se me pinte como mirando al cielo mientras llueven toxinas en el siglo XXI; decididamente quiero leer y para leer deseo vivir, por cuanto vivo mientras exprimo mi muerte que siempre estará en mis manos hasta que se escape y me mate; solamente digo que leer es crear y vivir, es fornicar con la madera y con el viento, es orinar mientras lloro y llorar mientras vivo.
Leer es una cuestión de existencia insoportable, pero nunca la fornicación colectiva entre los murmullos inconscientes del escándalo, los raciocinios (vicios de la razón) y los deseos carnales (suspendidos moral y éticamente).
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