¿Cuál fue la decisión de Sophie?
Un periodista le preguntó a su entrevistado: si usted fuera por el río en una balsa con su pequeño hijo y su amiguito, y la balsa cayera inesperadamente en unos rápidos muy peligrosos que tarde o temprano conducirán a un momento fatal, a la muerte, por ejemplo, ¿qué haría si se da cuenta de pronto de que en la balsa solo hay dos salvavidas? ¿A quién salvaría? ¿Quiénes llevarían los dos salvavidas?
El entrevistado no vaciló en responder:
-Le pondría un salvavidas a cada uno de los niños.
El periodista, sin creerse mucho la respuesta, le planteó otro escenario: ¿Y si en la balsa no fueran dos niños sino dos adultos, usted qué haría? ¿Se tomaría uno de los salvavidas para usted y dejaría que los otros dos adultos se pelearan por el que queda?
El entrevistado vaciló un poco, pero unos segundos después respondió con absoluta sinceridad:
-Quizás sí, me quedaría con uno de los salvavidas.
Entonces el periodista contraatacó: ¿Y si los otros dos adultos son su papá y su hermano, qué haría?
El entrevistado, sorprendido, respondió:
-No me haga esas preguntas. Porque esas preguntas no tienen respuesta.
El 21 de octubre de 2007 un episodio similar, guardando las proporciones, se registró durante un debate entre candidatos a la alcaldía de Bogotá. Esa noche el candidato Antanas Mockus le preguntó al candidato Samuel Moreno lo siguiente: “¿Si usted comprando 50 votos puede salvar a la ciudad de caer en manos de alguien capaz de comprar 50 mil votos, lo haría?”. Moreno (hoy en la cárcel) respondió sin vacilar, ante millones de televidentes: “Sí, no lo dudo”. Al otro día dio entrevistas en la radio y explicó que no había entendido la pregunta de Mockus y que en todo caso estaba arrepentido de lo que había respondido.
Esta clase de ejercicios morales son recurrentes en todos los escenarios públicos en el mundo entero, y han servido para conocer la relatividad de los comportamientos éticos de las personas, y creo sinceramente que nadie se salva. Sobre todo cuando se formulan en contextos de campaña o en los famosos fogueos de pregunta-respuesta en los que se piden monosílabos como única posibilidad.
Creo que no se salvan ni siquiera quienes pregonan o pontifican o dictan cátedra sobre lo que hay o no hay que hacer en este bendito mundo. O los que se la pasan dando buenos consejos mientras dan malos ejemplos.
Y son las preguntas que a los periodistas nos encanta formularles a los políticos. Quienes vieron la película “La decisión de Sophie”, con Meryl Streep, revivieron de cerca ese emblemático caso de la vida real de una madre judía, en manos de los nazis, con sus dos hijos: si no entrega a uno de los dos para ser llevado a la cámara de gas, se llevarán a los dos. Si entrega a uno de ellos, el otro se salvará. ¿Cuál fue la decisión de Sophie?
Creo que este tipo de dilemas morales son más pertinentes que nunca en el ejercicio de la política, en estos tiempos de campaña. La clave está en la formulación de las preguntas, que por su incertidumbre, ponen a pensar verdaderamente a los candidatos, en vez de tanto lugar común en que caen ante preguntas igualmente obvias.
Los dilemas no solo son para los candidatos, sino también para los votantes. Algo así como: ¿estaría usted dispuesto a elegir para un cargo público a alguien que sabemos que va a robar, aunque va a robar poquito y de todas maneras hará obras y traerá progreso? O por este estilo: ¿Está usted dispuesto a votar por alguien que pase lo que pase no le va a cumplir? ¿Por qué?
Un día, consciente de que este tipo de dilemas son infinitos y las respuestas difíciles, le pregunté a un viejo maestro de filosofía, que también enseña clases de ética periodística, qué sería lo correcto ante este tipo de preguntas. Su respuesta me sorprendió, por lo clara en medio de lo confusa: “haz lo que debas hacer. Eso es lo verdaderamente correcto”
Invito a los potenciales votantes a que formulen sus preguntas que plantean dilemas morales, para que los periodistas se las transmitamos a los candidatos. Ahí, seguramente, tendrán que pelar el cobre. Como le pasó a Samuel Moreno. Esa pregunta pudo ser el vaticinio de lo que finalmente ocurrió con el robo a Bogotá.
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