Gloria a don Eugenio Díaz Castro, escritor y político
Hoy 11 de abril de 2.016, se cumple un año más de la muerte en Bogotá de don Eugenio Díaz Castro, y se resume aquí el homenaje que ilustres figuras de la literatura rindieron al gran escritor nacido en nuestra tierra soachuna el 5 de septiembre de 1.803.
Por ejemplo, señalamos parte de lo dicho por doña Elisa Mújica, con aportes de grandes figuras de la literatura como José María Vergara, Rafael Maya, Antonio Cacua Prada, Jorge Isaacs e Isidro Laverde Amaya, conocidos en el mundo literario, la crítica, la academia y la historia, no obstante que en otra ocasión lo hicimos conocer por este mismo medio a las gentes de nuestra tierra que no lo debe olvidar.
Por ejemplo, debe destacarse de don Eugenio su calidad de maestro del realismo americano, que no costumbrismo como lo estableció un crítico de la talla de Rafael Maya, en su discurso pronunciado en la Academia Colombiana para conmemorar el primer centenario de la muerte del autor de Manuela.
Por otra parte, el mismo Maya advirtió en esa oportunidad la no existencia de novelas abstractas que sean de las que se halle ausente el subestimado pero inevitable costumbrismo. A Díaz Castro, el contacto directo con las realidades primordiales del país, se vio obligado a trabajar como campesino y lo condujo más allá de la evocación amable a que eran aficionados algunos de sus colegas por afamados que fueran. Veraz y desprovisto de adornos innecesarios capaz de acordarse de los seres y las cosas con respeto, casi increíble humildad, enemigo de lucubraciones gratuitas calificadas burlonamente por él como “copias de copias”.
Aunque debido a una temprana afección al pecho y al accidente que sufrió por la caída de un caballo cuando estudiaba en el Colegio de San Bartolomé, se retiró del claustro donde tuvo como condiscípulos a Florentino González y a Ezequiel Rojas, y en el que había continuado el aprendizaje iniciado con su primer maestro, Casimiro Espinel a quien nunca olvidó y que cita en uno de sus escritos, nunca dejó de estudiar.
En Puerta Grande, la finca que hoy yace sepultada bajo las aguas de la represa del Muña, y en los lugares de tierra caliente a donde lo arrastró la necesidad de ganarse la existencia, siguió sus lecturas, como se trasluce en lo que escribió. De suplemento se le otorgó una gracia inesperada: nada menos que la poesía, a pesar de no servirle para improvisar versos a la manera de Vergara o de Jorge Isaacs. En el fondo don Eugenio no dejaba de lamentarlo. Así se desprende del artículo autobiográfico en que estampó: “En esto de la poesía, ella fue tan ruin conmigo como la fortuna en concederme plata. Sin embargo, para algunas descripciones me solía prestar sus auxilios, acaso para consolarme cuando vivía solo en un establecimiento entre los montes, cuando atravesaba los ásperos caminos, o cuando no tenía yo con quien conversar, sino con mis arrendatarios o peones; y de aquí mis artículos de costumbres y el plan de tres o cuatro novelitas descriptivas que el público comienza a ver.”
Si la poesía sencilla e indeliberada es la esencia de su lenguaje, tampoco puede negarse que lo impulsa a un ideal político: el de implantar en el país el socialismo católico, de cuño estrictamente personal suyo. Hasta sería factible que don Eugenio resaltara nuestro primer narrador convicto y confeso de “compromiso” político, si no fuera porque un programa de esta tendencia jamás fue acogido por ninguno de los partidos que por esas calendas se disputaban el gobierno de la nación, destrozándolo de paso.
Al hombre de Soacha lo rechazaban los radicales que eran los socialistas de su época a quienes incomodaba el apelativo de “católico”, justo al lado de “socialista”, y a la inversa les sucedía a los conservadores y católicos que jamás aceptarían el otro mote. No obstante, la posición de don Eugenio reflejaba fielmente las meditaciones del cristiano y del patriota que había compartido desde los inicios de la república los trabajos y las decepciones de la gente común. Así como fue Vergara que aceptó su buena fe, a los tres días de haberse relacionado los dos, Vergara y don Eugenio, el primero estampó lo que sigue en el prólogo del 24 de Diciembre de 1.858: “El objeto que se propone el señor Díaz no es contar simplemente un cuento. De una reunión de hechos históricos pero aislados y magistralmente unidos para ponerlos al servicio de una idea, ha hecho la novela. Su idea, expresada con enérgica frase, es mostrar los vicios de nuestra organización política, analizándola para fundarla de abajo para arriba: de la parroquia lejana para la capital; el último eslabón de los tres poderes al primero.
Don Eugenio siempre fue didáctico como si para él la enseñanza y el acto de escribir fueran un todo inseparable, de ahí que sus prédicas, ingenuas en ocasiones, no fatigan. Incluso es posible que sus demasiadas frecuentes menciones directas o indirectas del tema de la política, sabiendo como sabemos que aunque de ideas conservadoras no estaba afiliado a ese partido ni a ninguno otro, provengan de su pasión por sentar tesis. Pero es presumible que conservara su aprecio y respeto a los liberales que se portaban como el doctor Melendro, de quien dijo en un artículo: “Era franco y leal con sus amigos como fiel a sus deberes”.
11 de Abril de 2.016.
Joseignaciogalarza@yahoo.es
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