Después y antes de Dios (Pretextos)
Una mujer con una fortuna venida a menos en el barrio Palermo, uno de los más exclusivos de la ciudad colombiana de Manizales, en el centro del país, se harta de las acechanzas de su madre. La anciana, conmocionada al sentir la quiebra en la puerta de su casa y ver en peligro la vida aparentosa que llevaba, se ceba contra su hija hasta que en una discusión ésta termina propinándole cuchilladas.
“Una, dos, tres veces, con todas mis fuerzas. Si digo que no la quería matar sé que nadie me va a creer, pero es la verdad, la única verdad”, nos confiesa la narradora, a cuyos pies se va formando el charco espeso. “Con el cuerpo de mi madre entre los brazos, el olor de la sangre mezclándose con el de la cebolla y el tomate quemados, así nos encontró Bibiana…
Con esta trama que hace años ocupó las páginas judiciales de La Patria, el diario local, el prosista manizaleño Octavio Escobar Giraldo crea una historia consistente y amena en la que el tema central girará en torno a la influencia del catolicismo en la sociedad en general y en la de esa ciudad en particular, asuntos que se revelan como trasfondo de los destinos de los protagonistas. La novela, no sobra recordar, se alzó con el Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura en 2016 al imponerse a los libros Mediocristán es un país tranquilo (Luis Noriega), La forma de las ruinas (Juan Gabriel Vásquez), La oculta (Héctor Abad) y Una casa en Bogotá (Santiago Gamboa). .
“(El libro) retrata una sociedad muy cerrada, muy religiosa, en la cual el dinero y la posición social son muy importantes. Narrar esto desde una óptica exclusivamente realista no me parecía tan interesante. La novela tiene un toque de exageración que tiene que ver con esa posibilidad que ejerce la narradora, la matricida”, ha explicado Escobar a la prensa nacional.
La asepsia narrativa de Escobar, la “ironía seria” de que habló el jurado del Premio Internacional de Novela Corta Ciudad de Barabastro (que obtuvo esta obra en 2014), y el uso de cuadros vívidos aunque a veces insípidos de los que se vale -y que sí, recuerdan a Carver – logra llevarnos de la mano de la protagonista a los escenarios en que se desarrolla su fuga. Fuga a la que se da con su empleada, Bibiana, la cómplice, la “mujer aindiada” con quien, oh sorpresa, la señora rica y rezandera de Palermo terminará entre las sábanas.
Con la voz confesional que nos habla, llega el disfrute del ritmo narrativo óptimo, del dibujo de la intriga que se enriquece de una manera envidiable, como dijo el crítico Ernesto Ayala Dip sobre la novelística de Escobar. No es gratuito que en estos espacios de ciudad (Centro comercial Sancancio, barrio Palermo, la Avenida Santander, El Cable…) sería muy probable toparse con el escritor, sus ademanes delicados, su rútila calva de médico y uñas también de médico, y también muy limpias.
Cierro, para antojar al lector, con algunos apartes llamativos.
“Como banda sonora de nuestra huida escogió a Deep Purple, y alternó susurrar sus letras con contarme anécdotas de algunos de los miembros de ese grupo de rock. En un tramo muy congestionado nos distrajimos discutiendo la apariencia de las luces de los otros vehículos: ojos tristes, ojos alegres, ojos preocupados. Un camión amarillo que trasportaba valores se nos pareció a un perro sabueso. Hicimos cálculos minuciosos y llegamos a la conclusión de que nosotros transportábamos tanto o más dinero que ellos”.
“Aceleré sobre el viaducto Vizcaya y subí hasta el batallón Ayacucho…siempre me gustó el barrio Milán, sus andenes sombreados por urapanes. Alcancé la parte más alta y la recorrí con la tensión que siempre me produjo pasar frente al colegio Santa Inés, donde pasé los peores años de mi vida…En la antigua embotelladora de Coca-Cola comencé el ascenso hacia el cerro de oro…la carretera, estrecha y en mal estado, serpenteaba hasta Niza, una de las plantas de tratamientos del acueducto de Manizales, para empinarse un poco más en el último tramo. De mediana altura, la vegetación bordea el precipicio hasta la pequeña planicie donde hay un restaurante y una discoteca, en el filo de la montaña”.
“Desde la fotografía en blanco y negro de sus cincuenta años mi padre miraba convencido de que nuestros antepasados habían hecho lo posible para evitarle cualquier esfuerzo, sus patillas oscurísimas gracias al tinte que le aplicaba el peluquero del club, maravillosa su sonrisa”.
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