Saqueadores, vándalos y algo más…
A propósito del Paro Nacional del pasado jueves y sus consecuencias posteriores como el cacerolazo y la marcha de antorchas, vale la pena reflexionar sobre el papel que juegan los vándalos y delincuentes en estas concentraciones sociales.
Un colombiano, o en este caso un soachuno común y corriente,
bien sea asalariado, empresario o
independiente, lo más probable es que respalde las voces
de expresión que se están dando por estos días para exigirle al Gobierno Nacional que revise ciertas
medidas que son lesivas para todos, especialmente para las clases media y baja.
Tal vez hasta aquí hay coherencia y buena parte de los habitantes
de este país coinciden en lo mismo.
Desde un vendedor de la calle, pasando por el trabajador de fábrica, panadería, almacén, miscelánea,
empleado público, contratista, docente y ejecutivo, hasta los campesinos e indígenas, rechazan la forma cómo se ha venido gobernando el país
y mucho más cuando unos pocos son los que se
roban el presupuesto.
Ya se ha dicho en reiteras ocasiones por los mediosqué es lo que pasa con el sistema
que gobierna y las consecuencias que ha
traído para los habitantes de un país desigual y con pocas oportunidades de empleo y trabajo.
Sin embargo, hay que hacer varias reflexiones a propósito de lo que pasa por estos días en
el municipio y el país. Y una de ellas es la forma como se han desdibujado lar marchas y
el significado erróneo y equivocado de algunos jóvenes a la hora de manifestar
su inconformismo.
Esta semana, durante el cubrimiento periodístico que hizo
este medio, algunos jóvenes expresaron su alegría por haber roto las estaciones de
Transmilenio, dañado las fachadas del Capitolio, la Alcaldía de Bogotá, el
Palacio de Justicia, semáforos, monumentos y en el caso de Soacha, la estación
San Mateo. “Nos hicimos sentir”, dijo uno de ellos.
Con todo el respeto y humildad posible, una cosa es la protesta social, pacífica y
justa, y otra muy distinta es el vandalismo
y el patrocinio a la delincuencia. Esos abominables actos de destrucción no se pueden tolerar ni patrocinar
porque desde ningún punto de vista son la forma de protestar. Qué ignorancia
tan grande la de estas personas al creer
que se hacen sentir y escuchar destruyendo todo lo que encuentren a su paso,
especialmente bienes públicos y elementos considerados patrimonio cultural e
histórico de la nación.
Ignorantes ellos
al creer que es la mejor forma de hacerse sentir, cuando lo que están es
destruyendo lo que pertenece a todos. Que tristeza que algunos estudiantes universitarios, de quienes se dice son el futuro del país, piensen tan pobre y destructivamente;
lamentable que crean que con estas actuaciones tan bajas le están haciendo daño
a Duque, Uribe, Peñalosa y a la clase que dirige el país.
Pero si vamos un poco
más allá, hay otro grupo que considera que protestar
es sinónimo de saqueo, destrucción y robo (delincuentes)
como los que hurtaron mercancía en almacenes y tiendas, haciendo daño a humildes trabajadores que también simpatizan
con el paro y que sufren en carne propia las injusticias de este país.
No señores, esta no
es la forma. Por actos como los mencionados es que en Colombia se ha desdibujado la marcha
social, las protestas pacíficas y la expresión popular que clama medidas justas y equitativas.
Mientras persista en
algunas mentes esa nociva forma de protestar, sólo se logrará que el Estado colombiano, con sus poderosas
fuerzas como Ejército y Esmad, aplaste al pueblo con sus gases, tanquetas y fusiles,
y la lucha se convierta en fracaso tras
fracaso porque así el pueblo siempre llevará las de perder.
La invitación entonces es a reclamar con conocimiento, ideas y fundamento, pero
sobre todo con sensatez y sin violencia.
Hay que entender que la Constitución protege
la libertad de expresión, pensamiento e ideas,
pero también es necesario ser claros que los actos vandálicos hay que erradicarlos de la lucha social.
Cero tolerancia con
los vándalos y delincuentes, porque son ellos quienes han desdibujado las marchas y manifestaciones de expresión de
quienes reclaman un cambio en este país del Sagrado Corazón de Jesús.
EDITORIAL
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Pura verborrea filo-guerrillera