El Antioqueño que me recuerda a mis padres
Me criaron a punta de fríjoles, arepa con chicharrón, mondongo, rosarios diario, misa sagrada todos los domingos y el respeto profundo a Dios. Me enseñaron que la honestidad debería estar incrustada en mi existencia, que ayudar no solo era una virtud sino una obligación y que la solidaridad era el compromiso de estar con otros en todos los momentos difíciles, sin importar cuán complejo o peligroso pudiera ser, con tal de estar ahí, cubriéndolos con un manto protector.
Así fue como me criaron unos Antioqueños que escogieron la gran capital para continuar sus vidas construyendo lo que para ellos era esencial: una familia decente. No tuve mucha oportunidad de visitar a mis parientes paisas, pero la crianza y las historias me remontaban todo el tiempo a esa tierras llenas historias maravillosas, pueblos encaramados en las crestas de las montañas y gente extraordinaria.
Un día el destino me arrimó a esa Antioquia digna y poderosa que me llenaba de orgullo, que me hacía sentir un hombre supremo, pero me encontré con otro mundo: me topé con una gente llena de ambiciones metalizadas, con gente que le rinde más culto al dinero y al poder que a Dios, así lo mezcle para justificar sus actuaciones encorvadas. Ya no era importante aquel patriarca, ese que honraba con su buen ejemplo de rectitud, de trabajo y honorabilidad, el viejo labrador, o el arriero que enseñaba cómo hacer las cosas, o la matrona que formaba en casa así fuera con rejo o con chancleta, pero llevaba en sus manos la autoridad delegada del jefe del hogar y eso le merecía todo el respeto, además porque seguía al pie de la letra las indicaciones que le enviaban desde el cielo, ángeles y arcángeles y hasta el mismísimo Dios.
Destacan ahora unos individuos que forjaban fortunas a costa de negocios pútridos, que flotan en un dinero descompuesto, embadurnado de los crímenes más atroces, y así, tras de esos individuos , están otros que les rinden culto por su extraordinaria inteligencia para hacer dinero, y más atrás de ellos, otros que cargan sus maletas colmadas de oro untado de sangre, y más atrás, otros que limpian su estiércol para hacerlos ver impecables, y tras de estos, los que prestan sus servicios “honrados”: el que sepulta a sus amigos, otros que construyen sus palacios integrando en ellos las susodichas áreas de tortura y las caletas, y los que le transforman los vehículos y las aeronaves para transportar los delitos que producen dinero a montones; y los escoltas y los sicarios, y así, otros y otros y otros, siempre justificándose a sí mismos…hasta que la misma sociedad Antioqueña fue integrándolos de tal forma que ellos mismos constituyeron su propia clase social, influyente y poderosa, a la que llamo “la sociedad Traqueta”, unos individuos que se precian de ser muy ricos, de ser muy “astutos”, que se destacan por tener un comportamiento escandaloso, ostentoso, rimbombante, provocador, que ha alcanzando todas las instancias del poder, incluso hasta llegar a gobernar el país.
Esa clase social terminó envenenado toda una raza pujante, una raza que daba ejemplo de tesón, de trabajo, de esfuerzo sin par, de sencillez, con absoluta integridad en su actuar y sobre todo, una raza que hacia las cosas pensando siempre en su prójimo, una raza solidaria; esa misma “Sociedad traqueta” decidió cambiar por completo todas las costumbre ancestrales: dejó de lado la patasola, la madremonte y la llorona, para cambiarla por las historias de mafiosos que serían ejemplo para la juventud, cambiaron las serenatas de bambucos y pasillos, por insulsas interpretaciones que realizan unos mediocres mercachifles a los que estos individuos han convertido en ídolos, cambiaron el zurriago para espantar perros por un revólver para matar al que no les gusta, la bestia de carga, o el caballito de andar por el monte, por finísimos corceles o por ostentosas 4X4; una raza que vive gastando fortunas para restaurarse físicamente: para tatuarse, para maquillar todo, hasta su misma personalidad, completamente alienados por un medio que no ve más allá del forro superficial que cubre la figura, solo se diferencian entre sí, por la cantidad de dinero que pueda exhibir, que permita inferir el tamaño de su fortuna y para que a su vez le otorguen el nivel de calificación dentro de esa “Sociedad Traqueta”, con el propósito de que lo admiren y le rindan la debida obediencia .
Pero los genes son los genes, y como cuando obligan a los ríos a cambiar su curso, cualquier día volverá por sus fueros, y eso mismo pasará cuando la raza Antioqueña valerosamente resuelva vencer esos patrones que les han distorsionado sus referentes de vida y volverá a encontrar ese camino que señalaron aquellos paisas de antaño, que defendían la moral y las buenas costumbres como un verdadero estatus de vida, buscando siempre que el bien común prevalezca sobre el particular, y será entonces cuando esa raza Antioqueña reciba el reconocimiento que merece por su gran capacidad de reinventarse y estoy seguro que eso sucederá muy pronto.
La muestra mas fehaciente de eso, es el acto de solidaridad que tuvo el pueblo Medellinense con los pasajeros de aquel infortunado vuelo que terminó con la vida de jugadores y técnicos del equipo Chapecoense , miembros de la tripulación, periodistas y acompañantes, que de manera tan trágica dejaron sus vidas en aquella montaña; eso que pasó en el estadio Atanasio Girardot y sus calles aledañas (me atrevo a decir que había más gente fuera que dentro del estadio) es una demostración de solidaridad sin precedentes, un acto de humanidad que muestra que lo más valioso que tiene el ser humano, es su capacidad de envolver en un abrazo fraterno a sus semejantes cuando la desgracia los golpea sin clemencia, y en este caso el motivo ameritaba con sobrada razón la expresión de apoyo para aquellos familiares y amigos que lejos trataban de asimilar esa lamentable perdida.
Aquello fue una movilización inmensa nacida del corazón de cada uno de los que asistió a esa cita, sin pretensiones de ninguna clase, sin esperar nada a cambio, no se trataba de apoyar a este o aquel equipo de futbol por mera pasión deportiva, era simplemente un acto de generosidad con el prójimo, como nos lo ensañaron aquellos patriarcas.
Ese gesto de humanidad que expresó el pueblo Antioqueño ante el mundo entero, nos conmovió en lo mas profundo de las entrañas, fue impresionante ver cómo respondían unidos en un gesto de inmensa sensibilidad a ese clamor humanitario que no medía condiciones, eran simplemente anónimos que llegaban hasta allí por millares acompañando, envolviendo en un infinito abrazo solidario a los deudos de aquel trágico suceso.
Eso me devolvió ese sentimiento de orgullo que llevé conmigo durante mi infancia y juventud, en la que creía que esta gente estaba hecha de una sustancia diferente a la del resto de la humanidad, y sabía que no era sino sacudir sus fibras para que saliera de sus entrañas el paisa maravilloso que da sin esperar nada a cambio, que está absolutamente convencido que actuando correctamente, la misma vida le retribuirá con creces y que sabe con certeza que siempre habrá un paisano dispuesto en todo momento para darle apoyo cuando los reveses se presentan en la vida, y que no necesita forrarse de riquezas para que le den el merecido reconocimiento, que se gana simplemente cuando se actúa con decencia. Ese es el Antioqueño que me recuerda a mis padres.
Hernando Aramburo Restrepo
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