Elecciones legislativas, lo que pasó, lo que quedó y lo que viene…
Hace menos de una semana vivimos otra «fiesta de la democracia», a estas alturas (escribo el miércoles estas líneas) la fiesta sigue en Buenaventura y en las entrañas de la Registraduría, aún se sirven calientes las viandas de la acostumbrada cena refrendataria de la «democracia más antigua de América».
En general fueron unas elecciones bastante típicas, las situaciones que en cualquier régimen medianamente democrático escandalizarían al más curtido, pero que aquí son de buen uso y costumbre aceptada se presentaron con la misma fuerza que las hemos presenciado siempre: transhumancia electoral, compra de votos, constreñimiento al elector, destrucción de material electoral, apagones y chocorazos…. Les dieron a estas elecciones legislativas ese halo de colombianidad que nos recuerda que en el país más feliz del mundo «El que escruta elige».
La cara novedosa de la fiesta la aportó un grueso grupo de ciudadanos que esta vez vino al baile con la consigna del voto en blanco y el voto nulo, aunque no todos los votos anulados responden a la intención política del votante de desconocer el modelo y a los insignes candidatos en la liza electoral, si se evidencia un primer intento organizado de desconocer el modelo electoral desde adentro trascendiendo la abstención pasiva, que siendo quizá la más alta del mundo ha sido olímpicamente desconocida por los actores y analistas políticos a lo largo de nuestra historia.
Algunos sienten con justificadas razones que ese acto de emancipación política que entraña el voto en blanco o la anulación burlona, y agresiva muchas veces, del voto, finalmente benefició a las mafias electorales dueñas de miríadas de votos amarrados con el lazo del hambre, asegurados con la fuerza del clientelismo y contabilizados con la venalidad de las instituciones. Es una verdad a medias porque siendo cierto que los votantes rebeldes que votaron en blanco o anularon conscientemente su voto podrían haber votado por candidatos o listas independientes y jamás habrían sufragado en apoyo a candidatos o listas de la política tradicional; también es cierto que es un primer gran paso en el camino de la transformación de las formas de hacer política el hecho de consolidar asociaciones ciudadanas, unas con ánimo de lucro, y otra mayoría cuyo único interés es castigar y poner en entredicho este modelo electoral que ha sostenido por años una clase política voraz, dañina, subdesarrolladora y desdeñosa de los sentires y dolores populares. Ya veremos en que termina este primer intento en décadas (desde la séptima papeleta no se observaba fenómeno similar) de organizar la resistencia política desde las mismas urnas electorales.
La parte conocida y repetida del baile estuvo a cargo de los candidatos y las listas tradicionales que tradicionalmente compraron “líderes”, transaron curules, trastearon votantes, alteraron formularios, engañaron electores, repartieron tamales, entregaron tejas, usaron recursos públicos en sus campañas, instigaron las fuerzas públicas contra activistas independientes, empastelaron cuanto poste encontraron con su propaganda, saturaron los medios de comunicación, contrataron asesores nonsanctos, mintieron, mintieron y mintieron….. y tradicionalmente se quedaron con una amplia mayoría de las curules en disputa.
Estuve en esta campaña en la primera línea de batalla, desarrollé mi activismo político en Soacha, en la bella Soacha plagada de los mismos problemas que aquejan nuestro país y poblada de ciudadanos dignos y capaces de transformar el entorno político, que cotidianamente enfrentan la dura realidad armados únicamente con su tesón y acompañados de las organizaciones sociales que cada día construyen escenarios de construcción colectiva. Esa experiencia me deja la enseñanza invaluable que el grueso de los colombianos no aprueba las prácticas tradicionales de hacer política, que hay una inmensa mayoría anhelante de consolidar nuevas formas de acceder al poder y mejores maneras de participar en la toma de decisiones de gobierno.
Queda la invaluable certeza de un pueblo sometido al arbitrio de los políticos tradicionales pero que responde formidablemente a la propuesta de autogestionar su emancipación política y su libertad electoral, queda también la satisfacción de la semilla sembrada en tierra fértil y la senda comenzada a caminar junto a los valiosos líderes que tuve la oportunidad de conocer. Queda el inmenso agradecimiento a todos ellos que empeñaron su fuerza y aportaron su trabajo proselitista a favor de una propuesta honesta y comprometida con los más necesitados.
Entendí en duro aprendizaje, que hay un abismo inmenso entre lo que creemos saber de la política real en nuestros territorios y la realidad patente que nos enfrenta a comunidades acorraladas por la ausencia total o parcial de sus derechos fundamentales. No es fácil proponer el activismo político soft y postmoderno entre el fango de la pobreza y el abandono, pero ciertamente comprobé que se puede hacer política con el pueblo, para el pueblo y con el pueblo aún en condiciones adversas. En cada ciudadano que padece la realidad nacional encontré un activista dispuesto desinteresadamente a luchar construyendo desde abajo alternativas de verdadero Poder Popular.
No todos los aprendizajes fueron tan agradables, en esas mismas calles que reflejan las demás calles de Colombia, también vi pasearse orondos a los políticos tradicionales, algunos en camionetas oficiales, con su carga de corrupción, fraude e irrespeto por el elector. Desde la privilegiada atalaya que otorga ser uno más del pueblo e invisible para los poderosos, los pude ver en su trasegar de cada elección perpetuando la exclusión y la injusticia.
Queda también el sinsabor de ver como las propuestas electorales que inicialmente levantaron la esperanza como actoras de profundo corte social y desarrollo colectivo en Cundinamarca cayeron en las prácticas y los estilos de aquellos que por el contrario son enemigos del bien común y cómplices de la corrupción. Si queremos transformar la política nacional y departamental el primer paso indispensable es aplicar iniciativas de empoderamiento de las bases sociales, incentivar en el electorado el conocimiento de sus deberes y derechos políticos eludiendo la trampa de las alianzas con sectores contaminados, esquivando la tentación de actuar de la misma manera como han actuado históricamente las clases dirigentes del departamento.
A quienes hemos asumido la tarea de soliviantar las masas en la búsqueda de su propio bienestar nos somete el deber de seguir avanzando, de replantear las estrategias, de profundizar la lucha, de aumentar la pugnacidad, de enarbolar las banderas de reconstrucción del tejido social y la organización política.
El camino de la emancipación política es largo, pero afortunadamente ya hemos comenzado a trasegarlo, en medio de la arbitrariedad y la violencia este pueblo ha caminado por generaciones buscando su reivindicación, es verdad que los métodos de los sectores retardatarios infunden miedo y expanden violencia, pero en medio de la oscuridad la luz se ha filtrado siempre y siento que estamos ante el advenimiento de una nueva época política en Colombia. No es momento de detenerse en la lamentación ni caer en el cansancio, ni mucho menos de declararnos vencidos. Ante la fuerza de los acontecimientos es obligatorio avanzar con ímpetu en nuestros justos reclamos de igualdad, justicia e inclusión. Es indispensable seguir caminando juntos, paso a paso en cada calle, en cada casa, en cada alma debe enraizarse la convicción que la historia no se detiene, que más temprano que tarde las fuerzas contrapopulares serán arrojadas al limbo de los vencidos, por mi parte seguiré entregado a esta gesta colectiva de mejorar las condiciones reales de vida de los cundinamarqueses.
Usar los métodos de organización popular que nos enseñó el grande Fals Borda, doy fe de ello, es altamente eficaz en esta gesta, invito respetuosamente a quienes acudieron erróneamente a la trapisonda conocida de la dádiva y en general a los métodos tradicionales, a abandonarlos porque demostrada está su ineficacia. Volvamos caras al pueblo ávido de liderazgos francos y renovadores, forjemos en esos ciudadanos preocupados por el actual devenir líderes capaces y conscientes de su importancia histórica, dotemos de herramientas jurídicas, políticas y personales a esa ciudadanía que ha demostrado estar lista para dar nuevos pasos en la senda de la renovación de la Nación. Conformemos desde el territorio profundo de Cundinamarca una fuerza formidable para acceder al Poder político, para asumir la dirección y transformación paulatina del estado que tanto le debe a este pueblo. El empoderamiento de los derechos fundamentales es la herramienta primordial de este trabajo, cada ciudadano debe tener claro cuáles son los derechos que la Constitución le concede, debe entender cómo ha de ser su actuar ante las autoridades para defenderlos, debe proveerse de conocimientos que le impulsen a articularse en colectivos actuantes en la búsqueda de soluciones inmediatas y con vocación de permanencia a la ausencia de dichos derechos.
El paso siguiente será establecer escuelas de formación política en los territorios donde hemos desarrollado nuestro trabajo proselitista y donde deberemos seguir haciendo presencia activa.
Ya en la inefable inmediatez de la política partidista, como militante de la Alianza Verde en Cundinamarca invito a nuestra colectividad, a los demás partidos alternativos y a la ciudadanía que sin militar en ningún partido encuentra que el estado actual de la Nación no es el mejor, a realizar un profundo ejercicio reflexivo, analicemos los resultados obtenidos en estas elecciones, interpretemos las novedades emergentes como el voto en blanco y la abstención activa. Entendamos de una buena vez que la única manera de transformar la realidad es aunando nuestros esfuerzos en la búsqueda de mejores horizontes. Incluso debemos revisar la conveniencia de mantener nuestra participación en las dinámicas partidistas y electorales que hasta ahora cada elección hemos refrendado, cada día aparecen alternativas de actuar político desligadas del accionar electoral y partidista, la disyuntiva es si debemos invitarlos a nuestros partidos o debemos mejor sumarnos a sus luchas por fuera de los partidos que hemos construido.
Vienen elecciones presidenciales, en este crucial momento de la historia Colombiana deberemos decidir entre reelegir al actual Presidente, elegir uno nuevo entre varias opciones que en fondo son la misma, mantenernos al margen, o mediante la actividad política pero no electoral forzar un replanteamiento profundo del modelo y del rumbo que ha llevado a nuestro país a la situación que hoy enfrenta.
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