En Colombia hasta para misa discriminan
Como devoto de la fe católica asistí a la misa campal que ofreció el sumo pontífice este 7 de septiembre en el parque Simón Bolívar de Bogotá, en compañía de mi familia. El sacrificio de caminar tres horas, aguantar dos aguaceros y acampar sobre el pasto mojado por más de medio día valdría la pena, pues la eucaristía de un Papa en nuestro propio país es un acontecimiento que sólo se puede apreciar una o dos veces en la vida.
Alrededor nuestro habría cerca de un millon de personas. Ancianos, niños, hombres, mujeres, discapacitados, pobres y ricos que se extendían como una colorida alfombra humana bajo los árboles del parque símbolo de la capital colombiana.
Pero para pesar de la mayoría de los asistentes, la verdad fue imposible gozar plenamente de una experiencia visual con el Papa. Fuera de unas pocas pantallas ocultas entre las ramas, se erguían miles de barreras metálicas que contenían la ilusión de encontrar un lugar apropiado para observar asi fuese desde lejos, el altar desde donde oficiaría el Obispo de Roma su principal homilía en territorio nacional.
Y que decir del conductor del Papamovil, que con la velocidad con la que condujo al pontífice durante su circuito por el parque, negó la única posibilidad que esperábamos la mayoría de recibir su bendición o al menos de sentir directamente su presencia.
Pero no todos sufrieron nuestro mismo martirio. Como una burla al millar de asistentes, menos de 20.000 espectadores con calidad de “invitados especiales”, cómodamente sentados apreciaron frente a la tarima sin mayores inconvenientes el acontecimiento espiritual. La semana previa anunciaron que esa mancha de sillas blancas se destinaría para los jerarcas católicos y para los asistentes más “vulnerables”. Entre ellos 12.000 ancianos, habitantes de calle, niños en condición de discapacidad, etc.
Pero la realidad fue otra, al menos en las imágenes que circulan por las redes sociales se aprecia que este lugar en su mayoría fue ocupado por una minoría de invitados especiales y encopetados. Serían los amigos del presidente, del ministro, del senador, del alcalde, del concejal, los amigos de una rosca que no podían perderse este acontecimiento pero separados de “la chusma”. La misma rosca que salió del parque al terminar el evento, en una larga fila de camionetas blindadas por la Calle 63, abriendose camino por entre el peregrinaje de la multitud que regresaba a sus hogares en lo que pudiera.
Este hecho me recordó con tristeza el país que somos y que ni por que vaya a misa con el mismísimo Papa, está dispuesto a cambiar. Es el mismo país gobernado política, económica, social y religiosamente por las “tinieblas de la inequidad y la corrupción” como las señaló Francisco en su sermón. Un país en el que no basta con ser ciudadano para gozar de los mismos privilegios de todos por igual. Un país en el que depende del barrio donde nazcas para conocer tu ubicación hasta en la iglesia. Un país en el que por desgracia tengo que decirle a mi hijo que ser pilo, prepararte y ser el mejor, no te garantiza tener la vida que quieres, ni la felicidad completa, pues no es fácil romper esa minoría que se calcina en la nata de las injusticias y la desigualdad.
Perdón que me salga un poco del tema, pero eso me recuerda que todo lo que organiza el gobierno es así. Con un absurdo cálculo mediático que lo que importa son los personajes y la pantalla, más que la gente. Me recuerda como cuando leí que el 27 de septiembre de 2016 en Cartagena, el Gobierno no dejó que cualquiera ingresara a la firma del Acuerdo de Paz con las FARC, ni siquiera los medios nacionales. Todo se cocina y se sirve a espaldas al pueblo. Será por eso que la mayoría del país, del ciudadano del común, no siente el acuerdo de Paz como suyo. Por eso la cachetada del 2 de octubre contra el proceso, que ni por esas reaccionó el Gobierno. Mas bien aceleró su carrera de importaculismo, la cual remató con una reforma tributaria para estrangular de una vez por todas a los que se atreven a desafiarlos.
Pero bueno, volviendo al tema, escuché al Papa, entendí su mensaje contra los que se anquilosaron en la Patria Boba. Me consuela ver en sus ojos ese destello de luz cuando los más vulnerables se atreven a descomponer el fastidioso protocolo de los medios colombianos, el de Jorge Alfredo, Tutina y su combo. Pero bueno, íbamos a lo que íbamos, al parque Simón Bolívar, a orar y a recibir la bendición de Dios; a escuchar el mensaje del jerarca de nuestra iglesia; a rezar con y por el gran Francisco!. AMEN!.
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