La volatilidad está en la política económica santista

El ministro de Hacienda avisó que “vienen 12 o 18 meses difíciles por efecto de la crisis de Europa”. Los indicadores más alarmantes son el alza del dólar, que pasó en cuatro semanas de $1.754 a $1.840, con oscilaciones alcistas, cuando en diciembre de 2011 había cerrado en $1.942. Simultáneamente, el precio del petróleo, la principal exportación, cayó en un mes, en la referencia WTI, de 106 dólar/barril a 83. El café va en picada, en un año, de 3,07 dólar/libra a 2,09.


Se dirá que hay compensación: que lo perdido por precio se recupera por tasa de cambio. El asunto es más complejo. El detonante es la crisis mundial, el crac de Grecia y la proximidad de otro peor en España, la desaceleración de China, una recesión generalizada en Europa, con desempleos del 20%, y el estancamiento estadounidense. Esa combinación, fuera de incidir negativamente en el crecimiento global, puede causar estampidas de divisas desde países como Colombia en busca de posiciones seguras.

Además del encarecimiento de la deuda externa que, sumada la pública con la privada llega a 76 mil millones de dólares, el principal daño es la inestabilidad económica, al pasarse de ciclos de revaluación del peso a otros de devaluación y dejando damnificados en cada coletazo, sin que los de los primeros se recuperen con los segundos. La política económica de Santos refuerza, hasta niveles de burbuja, la dependencia del capital extranjero. Además de la inversión directa en minas y petróleo, el crédito de consumo, que aumentó un 25%, $15,6 billones entre septiembre de 2009 y mayo de 2012, y los activos de la Bolsa, que alcanzaron capitalización bursátil de $415 billones, 7,5% de los cuales están en manos foráneas, se inflaron en buena proporción, respectivamente, con préstamos de fondos exteriores a bancos locales, haciendo el denominado carry trade, y con colocaciones de dinero externo en títulos especulativos. Agréguense los dineros “calientes” de la “ventanilla siniestra”.

Esos elementos, sumados a la renuncia a una cláusula de balanza de pagos en el TLC, hacen de Colombia un local público sin puertas, donde entran y salen dólares, gestando grandes riesgos. Tal será la amenaza que tanto el FMI como economistas clásicos recomiendan -en estos casos típicos- controlar capitales para “reducir presiones externas” y definir “estabilidad financiera y económica”.

Mientras también hay proyectos globales de organizaciones e iniciativas que persiguen “regular los flujos”, aquí se hace sordina, bien por obedecer a intereses particulares contrarios o bien por escuchar al asesor Domingo Cavallo, defenestrado de Argentina. El resultado es una política económica, “del sartén al asador”, fritando, en el uno y en el otro, el empleo y la producción nacionales.

Twitter: @AurelioSuarez

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