Lo que sea por la «money»
Uno de los logros de la película El Fundador (The Founder) es que al terminarla nos puede acariciar la misma sensación ambigua que sobrecogió a Robert D. Siegel, guionista de la cinta, tras apreciarla siete veces: la de no saber si odiar al protagonista por su codicia desenfrenada o alabarlo por su voraz emprendimiento en una Estados Unidos en pleno brillo capitalista.
La película, que traje de una tiendita con piratería de buena pinta ubicada a dos cuadras del McDonald’s del barrio Polo club, en Bogotá, cuenta la historia de Ray Kroc (Michael Keaton), un típico comerciante estadounidense ansioso de devorar el mercado desde la escala local hasta la mundial y así inflar su fortuna a niveles descomunales.
Nick Offerman y John Carroll Lynch dan vida a los hermanos Dick y Mac McDonald, respectivamente, quienes se van a topar con Kroc, vendedor de batidoras que llega a hacerles una entrega a su novedoso servicio de comidas. Kroc queda tan fascinado con el servicio que ofrecen los hermanos, que permanece tomando apuntes. Nace una obsesión. La cinta nos cuenta cómo Kroc logra no solo obtener el control mercantil y el auspicio de los prósperos pero limitados hermanos, sino cómo les arrebata finalmente la empresa, con las artimañas que les son características a ciertos “visionarios”. Así convierte a McDonald’s en el emporio que conocemos hoy, bajo el lema ‘comida rápida y de calidad’. “Es el Henry Ford de la comida chatarra”, interpretaba Keaton.
Lo repulsivo del estereotípico comerciante que tiene una mujer de compañía y la mente siempre ocupada en la productividad, se confronta con la manera en que Keaton interpreta esa codicia imparable. “Soy fan del trabajo duro, pero no de la avaricia hasta niveles sádicos, Kroc era alguien que no tenía límites”, le dijo el actor a la prensa en la semana de estreno.
Sutil y delicada manera la del director de llevar a cuadro asuntos de todo día, alternados con la trama fácil de la gran empresa en emergencia. También logra evidenciar la realidad de ciertos matrimonios que como el de Kroc se resquebrajan por la ambición y la apariencia. De subrayar las imágenes de ambos dando la espalda en la cama, fingiendo dormir para evitar el habla, o planos de discusiones en un alféizar por el trabajo enfemizo y sistemático del emprendedor que no tiene tiempo para su esposa. O las imágenes de la vida venida a menos de los hermanos Dick y Mac, haciendo cálculos eternamente o vigilando freidoras, entregados solamente a su negocio floreciente, un ambiente depresivo en el que solo los ceros a la derecha parecen darles el empuje vital.
Y resulta gratificante saber que ese trabajo duro actoral con que Keaton interpreta a un obsesivo del capital y del emprendimiento como lo fue Kroc, da sus réditos en esta apuesta por verter a la película lo que convencionalmente se cuenta en el género documental: la historia de un tesonero con signos de dólar como pupilas, que consigue sus frutos, para luego usurpar la mujer trofeo de un par igual de poderoso y ambicioso.
Carlos Mario Vallejo
Siga a Periodismo Público en Google News. Suscríbase a nuestro canal de Whatsapp