Víctimas de nuestro propio invento y veinticinco años recibiendo de lo mismo
A través de la historia de la humanidad, las primeras damas que han compartido el poder, la mayoría han sido importantes para el gran desarrollo que alcanzaron los primeros imperios de cada época y que sirvieron no solo de motivo sentimental, sino también de ejemplo por su valentía y a veces donando sus vidas, para lograr que quien ejercía el poder, triunfara en sus propósitos y en aras de salvar a sus pueblos de las catástrofes, ya fueran políticas, económicas, sociales y desde luego militares.
Si recordamos sobresalen en los tiempos antiguos, Cleopatra; en los modernos, Juana de Arco, y aquí en Colombia, en la época colonial: Antonia Santos, Manuela Beltrán, Apolonia Salavarrieta, Manuelita Sáenz, y muchas otras que actuaron entre bambalinas porque el machismo de la época era el que imperaba. No hay que olvidar que a través de la historia del poder, siempre ha habido detrás del jefe de mando una mujer en la mayoría de los casos, honesta, capaz e inteligente y en muy pocas veces responsable de los fracasos que haya podido tener el gobernante de turno.
Pero desde que el patriarcado y desde luego el machismo mal entendido por quien lo practicaba comenzó a perder la importancia del poder, las cosas han cambiado mucho y más aún desde la época en que se concedieron derechos civiles y políticos a la mujer. No hay que desconocer que desde los años ochenta aquí en Colombia la mujer ha alcanzado a ocupar altos cargos en el gobierno y con más ahínco en el de Belisario Betancour; pero nunca habrá paridad en los cargos públicos como debiera ser, a sabiendas que de acuerdo con los índices universitarios son más mujeres o por lo menos igual número de mujeres y hombres graduados como profesionales que pueden desempeñarse en cargos públicos, incluso en los ministerios. Esto para dar cumplimiento al derecho de igualdad.
En este aspecto nos llevan ventajas otros países de América Latina como Costa Rica, Argentina, Chile y Brasil. Esto se debe seguramente a lo que ha sucedido en la política europea, en países como: Inglaterra, Alemania y Francia, y en Norte América, Estados Unidos.
Bien es cierto que en Colombia se han desempeñado como alcaldesas de sus respectivos municipios mujeres con muchos méritos porque en su mayoría son más cultas que los hombres y han demostrado su capacidad y honradez en el manejo de la cosa pública.
Hablando del municipio de Soacha, considero que llegó el momento de decidir por una mujer profesional que desempeñe el cargo de alcaldesa y en forma democrática darles la oportunidad de demostrarle a sus conciudadanos, especialmente sus capacidades de verdadero profesionalismo político, que propenda por el desarrollo integral del municipio en forma honesta, alejada del clientelismo y la corrupción administrativa que han sido, entre otras, las causas del desastre municipal.
En los más de mil municipios que tiene Colombia no se han escapado los alcaldes que han demostrado un elevado ego, de un machismo mal entendido como también de un orgullo, de una arrogancia y de la prepotencia que los ha llevado a la derrota.
En los últimos 25 años el municipio de Soacha, políticamente hablando, ha sido víctima de su propio invento. De la realidad que vive Soacha somos responsables todos sus habitantes sin excepción alguna, pero especialmente los hombres que han usufructuado el poder y que crearon cuervos para hoy en día estar viviendo y recibiendo lo que sembraron, porque además de tener la oportunidad, no tuvieron la capacidad suficiente de afrontar las consecuencias.
Si votamos en octubre para la alcaldía de Soacha, ¿por qué debemos hacerlo por una mujer?. Porque las mujeres, en un elevado porcentaje en el servicio público son más honestas, pulcras, con mayor capacidad y consagración para trabajar, mas responsable, sinceras y francas, y cuando empeñan la palabra la cumplen, son de mayor sensibilidad social, además de diferenciarse de los hombres ya que son menos chismosas, menos intrigantes, menos cizañeras, menos demagogas, menos acosadoras y menos maquiavélicas; requisitos indispensables para el buen desempeño y manejo de la administración pública y además gozan de una característica fundamental, como es el alto y profundo sentido de pertenencia que tienen de la tierra que las vio nacer.
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