Un fracaso de treinta años
Por Jorge Enrique Robledo / @JERobledo
Como las elecciones han puesto sobre el tapete la muy profunda crisis económica y social de Colombia y qué hacer para reversarla, se ha vuelto a poner al orden del día el modelo de economía de mercado impuesto en el país. Inclusive, se ha visto a Rudolph Hommes, contra evidencia, echando los mismos cuentos que echó como ministro de Hacienda tres décadas atrás. No sobra entonces hacerle un balance a lo ocurrido.
Aprovechándose de que ya en 1990 las cosas en Colombia iban bastante mal –para casi todos– el presidente Virgilio Barco anunció la apertura neoliberal que desarrollarían él, César Gaviria y todos los gobiernos posteriores promotores de los TLC. Y hay que ver la drogada que le metieron al país con las supuestas maravillas que vendrían con el “bienvenidos al futuro” gavirista, retórica seudonacionalista que sin pudor promovieron a punta de exageraciones, falacias y auténticas mentiras.
Pero, aunque la unanimidad fue casi total –incluidos sectores de la llamada izquierda– no faltamos los aguafiestas. Entre los exministros de Hacienda reclamaron en contra Abdón Espinosa Valderrama y Antonio Álvarez Restrepo –liberal y conservador, respectivamente–, quienes además explicaron que la debacle en ciernes no era la creación de algún cerebro criollo, porque la imponía el Banco Mundial, organismo que se sabe no anda por el mundo promoviendo la felicidad en países como Colombia.
Tan mediocre fue y ha sido el debate académico, al que los neoliberales le han huido como el diablo a la hostia, que a Eduardo Sarmiento Palacio lo sacaron de la decanatura de la Universidad de los Andes porque se negó a imponer como verdad revelada las fórmulas del Consenso de Washington, recetas que siguen siendo dogma en no pocas universidades privadas y que implican pena de despido para los profesores que no las impongan. Y con toda frescura, los duquistas –que son los uribistas más el resto de los mismos con las mismas– posan de defensores de la libertad de cátedra, libertad que ordenan las normas en la educación pública y que los profesores sí pueden practicar porque además se las garantiza la estabilidad laboral.
El fracaso del libre comercio para sacar a Colombia del subdesarrollo es evidente. Ahí están todas las cifras, desde antes de la pandemia. Así lo prueban el desempleo y la informalidad, la pobreza y el hambre y el profundo subdesarrollo científico técnico, base de todo progreso. Lo confirman además cinco millones de colombianos expulsados a trabajar a otros países, vergüenza sobre la que no se debate, aunque se sepa que el trabajo es la base de todo progreso. Qué tal la masacre industrial y agropecuaria, esta última evidenciada en que se pasó de importar 500 mil a 14 millones de toneladas de productos del agro, y eso que falta que los TLC destruyan sectores como la leche. Y qué decir de los inmensos déficit fiscal y de las balanzas comercial y cambiaria, la cual no es peor por las platas del narcotráfico y de las remesas de los colombianos en el exterior.
No podrán quejarse además los neoliberales de que en esta etapa no se les cumplieron lo que le presentaron al país como la panacea para sacarlo del subdesarrollo: una superbonanza petrolera y minera, mayor inversión extranjera y haber elevado la deuda externa pública y privada a 167.221 millones de dólares, con un incremento del 535 por ciento desde 1995, lapso en el que la economía creció cuatro veces menos.
Y siguen con el engaño de decir que el modelo económico que ellos promueven en Colombia es el mismo que han usado los países exitosos, de los que dicen que sus Estados no protegen a su industria y a su agro. Para que no les metan más cuentos, cuatro cifras sobre los subsidios a este último sector: Colombia 2.695 millones de dólares, EE.UU. 48.927 millones, Unión Europea 101.252 millones y China 185.913 millones. Seriedad en el debate, señores.
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