¡Vamos a tumbar la Constitución!

Parece ser el lema de algunos que desde hace más de ocho años pretenden derrocar la Constitución del 91 a punta de pupitrazos, acciones ilegales, cercanías con los grupos parmilitares (hoy Bacrim) y acechamientos sistematizados a los dirigentes de oposición.


Le han venido lanzando ataques programados a la Constitución y donde los sicarios de la democracia han ejercido su función desde los púlpitos, las oficinas gubernamentales, desde las barricadas y por su puesto desde el mismo Congreso y la misma Casa de Nariño.

Lesivas agresiones ha recibido nuestra Constitución, pero ella como los grandes, sigue viva dando la lucha contra las mafias que pretenden, gracias a la analepsis, llevar a Colombia a 1886 para que los poderes amañados se perpetúen en la historia y la impunidad se mantenga por los siglos de los siglos.

Los vientos del norte, los huracanes del pacífico y los tornados andinos han sido pequeñas demostraciones de violencias innecesarias contra los derechos de todos y todas, mientras las fuerzas recalcitrantes de algunos organismos de control, cuyo principal objetivo es la defensa de los derechos fundamentales, se han perdido en el mundanal ruido de la esquizoide acción en defensa de las políticas de derecha convirtiendo su única función en la persecución política desmedida y vil.

¡Vamos a tumbar la Constitución! gritan desde las trincheras neofascistas, aquellos que no soportan que un grupo armado subversivo que fue capaz de dejar las armas y adentrarse en la contienda política con la suficiencia en aceptación del pueblo colombiano haya sido coautor de la carta magna y que las libertades y derechos hayan quedado consagrados, para dolor de una clase mísera y pusilánime que no espera más del Estado que dinero y ganancias.

Colombianos, llegó la hora de levantar nuestras voces y con el puño en alto le digamos a estos bandidos, asaltantes de la moral, rufianes de la ética, chulos de la vida, sicarios de las libertades y asesinos de la historia; que la sociedad colombiana no soporta más esto. Llego la hora de gritar a los cuatro vientos que somos una sociedad DIGNA.
El pueblo colombiano, tiene una deuda enorme con la historia, mientras en todos los países latinoamericanos han despertado para descubrir las bondades de nuevas opciones económicas y políticas, esta sociedad ha permanecido en el marasmo sempiterno del inconformismo silenciado.

La última tarea que se han propuesto los sicarios contratados para asesinar a la Constitución es destrozar las funciones otorgadas a los órganos de control, convirtiéndolos en máquinas al servicio de un sector político que trabaja de la mano con la extrema derecha y se presentan como defensores de la familia, la propiedad privada y la religión.
Hoy Colombia tiene varias opciones; una de ellas es continuar en el camino trasegado de la corrupción, el clientelismo, el desangre presupuestal y la mano negra, o dar un viro y permitir que la tortilla sea vuelva; que todos los ciudadanos recuperen su dignidad, que todos y todas puedan salir a las calles, que no hayan más asesinatos selectivos, que la libertad deje de ser una palabra colgada en un escudo o gritada en un himno desconocido, y lo más importante: Colombia tiene la opción de permitir que la izquierda desarrolle un proyecto que gano en las urnas.

Lo que Colombia no se puede permitir es que los sicarios de los 80´s y 90´s sean reemplazados por los órganos de control.

Desde acá les grito un NO a todos esos señores y señoras que quieren seguir manoseando la Constitución del 91 y utilizando el poder para destruir los liderazgos que la izquierda ha construido con el pulso de la constancia y el trabajo popular.

No sé cuántos se levanten conmigo, pero mi voz, así sea solitaria, no permitirá que vayan a tumbar la Constitución.

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