El pueblo de Cundinamarca reconocido a nivel internacional por su similitud a ciudades de Europa
En Colombia, varios municipios guardan los origenes europeos, pero hay unos territorios que tienen más marcada esa tradición, incluso con atractivos turisticos.
Cada pueblo colonial del altiplano cundiboyacense guarda una huella europea en sus calles, plazas y templos. La disposición del parque principal con la iglesia en el centro del trazado urbano no fue casual: obedecía a las normas de urbanismo traídas por los conquistadores españoles, que replicaban en América el modelo de las villas ibéricas. Así nacieron los cascos antiguos de municipios como Zipaquirá, donde la arquitectura de piedra, los balcones de madera tallada y las fachadas encaladas evocan los siglos de dominio hispano y la organización social de la época.
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En torno al parque se concentraba la vida del pueblo: la iglesia, la alcaldía y las casas de los notables formaban el corazón de la comunidad. Esa tradición aún se conserva. En Zipaquirá, la Plaza de los Comuneros continúa siendo el punto de encuentro de vecinos y visitantes, un escenario donde la historia se mezcla con la cotidianidad. Desde allí se admiran los edificios coloniales que sobrevivieron al paso del tiempo, testigos de la revolución comunera y del nacimiento de la nación.
La religiosidad fue, desde los orígenes, un elemento determinante en la configuración de estos pueblos. La iglesia no solo representaba el poder espiritual, sino que guiaba la vida social, moral y festiva de la comunidad. En Zipaquirá, esa herencia se percibe en la solemnidad de sus templos y en las celebraciones patronales que aún convocan a las familias. La Catedral Diocesana y, bajo tierra, la imponente Catedral de Sal, son expresión de esa fe que se mantiene viva y que sigue siendo motivo de orgullo y devoción para los habitantes.
A menos de una hora de Bogotá, Zipaquirá regala al visitante calles empedradas, plazas que conservan relatos de lucha y una arquitectura colonial que invita a caminar sin prisas. Esa cercanía convierte al pueblo en una escapada perfecta para quienes buscan historia, patrimonio y una experiencia distinta al bullicio de la capital.
La ciudad guarda pistas de un pasado anterior a la llegada de los españoles. Durante siglos, las comunidades muiscas aprovecharon los yacimientos salinos de la región; la extracción de sal marcó su economía y su vida social, e influyó en la posterior organización del territorio. Ese legado prehispánico resulta visible en piezas y registros que se exhiben en el Museo Arqueológico.

El casco urbano traslada al visitante a otra época. La Plaza de los Comuneros actúa como núcleo de la memoria local: a su alrededor se agrupan edificios coloniales, la casa curial y la catedral diocesana, todos con fachadas que conservan la proporción, los balcones y las molduras del siglo XVIII. Caminar por esas calles permite leer a cielo abierto acontecimientos decisivos, como las reuniones que precedieron a los movimientos independentistas.
La Catedral de Sal se presenta como el principal imán turístico, pero no como un elemento aislado: el templo subterráneo integra patrimonio, fe y técnica. La construcción actual se talló a partir de más de 250.000 toneladas de roca salina, excavadas para levantar una nave, capillas y estaciones de Vía Crucis que sorprenden por su escala y por la cualidad del material. El recinto recibe peregrinos y visitantes por igual; su propuesta une una experiencia espiritual con una visita de interés arquitectónico y museográfico.
El Museo Arqueológico complementa la visita con colecciones que explican el territorio antes de la colonia. En salas ordenadas por temas, el visitante encuentra cerámica, herramientas y objetos cotidianos que permiten reconstruir modos de vida, prácticas rituales y rutas de intercambio prehispánicas. El recorrido resulta didáctico para familias y esencial para quienes valoran el contexto humano detrás del paisaje.
La historia oficial del pueblo registra su fundación en época colonial: el 18 de julio de 1600 quedó plasmada como fecha de erección por el oidor Luis Enríquez, lo que dio pie a su crecimiento como centro salinero y a su papel en la región andina. Esa trayectoria económica convirtió a Zipaquirá en punto obligado de paso y en cuna de figuras públicas en distintos campos.
Para el visitante que planifica la jornada, la oferta combina patrimonio, gastronomía local y rutas cortas fuera del pueblo. A pie se pueden recorrer la plaza principal, el conjunto catedralicio y mercados tradicionales; fuera del centro, las zonas de explotación salina ofrecen miradores y experiencias guiadas. El paseo admite medias jornadas y viajes de día completo desde Bogotá.
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Zipaquirá resulta, en suma, un destino que entrega historia y paisaje sin exigir un viaje largo. La ciudad conserva vestigios prehispánicos, una trama urbana colonial y un monumento subterráneo que, juntos, ofrecen al viajero una experiencia que va del pasado remoto a la presencia viva de una comunidad orgullosa de su herencia.
Foto: Freepik, Wikipedia y Alcaldía de Zipaquirá