Venezolanos en Soacha, Xenofobia o resistencia
La movilización de miles de venezolanos que huyen de la crisis en su país, genera diversos sentimientos en los Colombianos. Recientemente, en una publicación de nuestro medio observamos la furia, rechazo (¿o xenofobia?) de soachunos colombianos frente al actuar de los migrantes que en esta semana, solo en Soacha, protagonizaron dos situaciones: agresiones a funcionarios e instalaciones de la Secretaría de Educación y en los operativos de recuperación de espacio público. Aunque es molesto lo sucedido, se nos olvida que todos como seres humanos estamos cobijados por derechos universales que a diario vemos como se vulneran en diferentes esferas del mundo.
Los estudiosos de las ciencias sociales y humanas,
parten de la premisa de reconocer las fronteras como un imaginario trazado a partir de una convención social; es
decir, no deberían existir debido a la premisa de humanidad compuesta de seres humanos con
igualdad de derechos, deberes y afectos. Sin embargo en la práctica, no es así, Europa
y Norteamérica rechazan al ‘sudaca’ ‘latino’ y los peores trabajos, tratos y condiciones son para ellos (nosotros), pues si revisamos, en casi todas las familias
colombianas siempre hay algún integrante o amigo cercano que decidió salir
buscando mejores oportunidades. Hoy el
fenómeno es más latente, a diario
cientos de colombianos se van porque ven que en su país las condiciones cada vez son más
desfavorables.
Lo mismo pasa con nuestros hermanos venezolanos, salen buscando mejores condiciones y muchas veces orientados por la idea de que en Colombia están entregando ayudas. Si bien es cierto, gobiernos, empresas y ONGS internacionales han donado millonarias cifras a nuestro país, lo poco que se hace con ese dinero es un paliativo y el otro termina en los bolsillos de gobiernos y terceros. Así que no se ilusionen, de ese dinero poco llega a su real beneficiario.
Tal vez el disgusto de los soachunos y colombianos es que en nuestro país no alcanza para cubrir las necesidades reales de su población natal, pues en otros escenarios del mundo, la realidad económica da para los nacidos en la región y los cientos de personas que llegan a esos países. Pero Colombia, no tiene ni para sus propios ciudadanos… bueno, tiene, pero no responde por sus propios ciudadanos sumidos en la desigualdad, pobreza y falta de oportunidades. Y aunque exigimos, nuestros paros y manifestaciones parecen ser el hazmerreir del gobierno nacional indolente e injusto. Es como cuando en las familias separadas un hombre le da a sus hijastros y no a sus hijos propios. ¿Entienden ahora la dimensión, el dolor e indignación del colombiano que ve al vecino venezolano exigiendo derechos que ni él mismo tiene porque el gobierno no le da?
Al mismo tiempo desconocemos el sentir del otro,
que ha tenido una gran travesía en donde
ha vivido el dolor de dejar a su familia y a su pueblo, para venir a
aguantar desde hambre, hasta
humillaciones y el rechazo de una nación
que, desde con dejos de colonialidad mira con veneración a gringos y
europeos, pero mira con zozobra la presencia de venezolanos, ‘sudacas’ y otros (¿oportunistas?).
Pues bien, la reflexión permite entender la situación desde dos puntos. En primer lugar al colombiano autodeplazado de su territorio, pues, por ejemplo, vendedores informales de Transmilenio ahora son sustituidos por venezolanos, trabajadores son reemplazados por mano de obra ‘más barata’ y así en diferentes planos laborales del país. Eso genera disgusto y resistencia entre los colombianos que ven como la situación se suma a su crisis interna generando menos oportunidades a los nacionales. Pero también hay que entender al migrante que piensa en mejores oportunidades para su familia y tiene todo el derecho de vivir dignamente en cualquier lugar del mundo ¿Acaso usted no lo haría, si su familia está en crisis por culpa del gobierno del país, no buscaría nuevos horizontes?
Sin embargo, lo que indigna realmente es que el país ha tenido apertura para todo el que quiera llegar a vivir en él y unos pocos han empañado la imagen de sus compatriotas, pues matan, roban, agreden e irrespetan en territorio ajeno. Duele ver a colombianos asesinados, robados y maltratados por venezolanos; pero duele ver también la alta tasa de mendicidad, pobreza, tristeza, delincuencia que ronda a quienes ahora nos acompañan en nuestro territorio. Siempre los buenos somos más, aquí en Soacha es así, pero por unos pocos estamos estigmatizados; por eso se intenta comprender al pueblo venezolano, hombres y mujeres con bondad, que también han sido señalados por unos pocos que vinieron a delinquir y abusar de nuestro país.
La invitación es al respeto mutuo, venezolanos
respetando a las personas que les han dado acogida, sus autoridades,
sus carencias; colombianos reconociendo la presencia del otro como un ser humano de
derechos y dignidad.