El clero diocesano: otro sector colombiano afectado económicamente a causa del covid-19

No es un secreto que el COVID-19 de un momento a otro nos cambió la vida a los seres humanos. La economía colombiana de todos los sectores se ha visto fuertemente afectada hasta el punto que la Vicepresidente de Colombia señora Martha Lucía Ramírez en el panel económico que lideró con algunos líderes mundiales afirmó “Por coronavirus se perdería esfuerzo de 20 años en bajar pobreza en Colombia.” (Semana, 2020)[1]A este hecho se le suma la corrupción, el egoísmo, la bajeza y demás calificativos peyorativos para quienes no solo se están robando las ayudas económicas para los más vulnerables de Colombia sino también para el sector financiero abusivo que mientras hablan ante los medios de comunicación de alivios para sus clientes, los oprimen con medidas inhumanas que agudizan la crisis de los más pobres de Colombia, incluyendo por supuesto a los habitantes de nuestro amado y vulnerado municipio de Soacha.

Ahora bien, voy a centrarme en un grupo de colombianos que están viviendo un drama igual al del resto, pero que no se ha hecho visible, no se menciona en medios, ni en prensa, ni en las alocuciones diarias del Presidente… me refiero al clero diocesano, quienes hacen parte de la Iglesia Católica Romana y cuya fuente de ingresos provenía de los estipendios de las intenciones nombradas en cada Eucaristía[2], ofrenda dentro de las celebraciones, diezmos, venta o alquiler de cenizarios (para los que prestan este servicio). El párroco es un administrador y con esos recursos que ingresaban debía distribuirlos para una cuota mensual fija para el Obispo de su Diócesis (bajo la figura de aporte, donación, contribución, etc.) señalan que en ocasiones era muy alta, e incluso ponía en aprietos a los clérigos; también pagar servicios de agua, luz, teléfono y gas, arreglos locativos, mejoras para el templo, entre otros, es decir, es una persona normal con gastos normales. 

Cabe aclarar que lo anterior lo hago con conocimiento de causa, no es una especulación sino producto del diálogo continuo con diferentes clérigos cercanos, amigos y conocidos, además de la experiencia vivida y mi formación como Teólogo.

Justo es decir que hoy muchos de nuestros presbíteros, conocidos en el lenguaje popular como “sacerdotes”, están en el silencio de sus casas parroquiales pasando las mismas necesidades del pueblo colombiano sin saber cómo van a pagar servicios, comprar mercado y sostenerse mientras pasa el aislamiento preventivo obligatorio, además de ser conscientes que será uno de los últimos sectores de la sociedad que volverá a la normalidad. Siempre hemos tenido la imagen que el cura es una persona rica, porque veíamos a algunos con carro último modelo o remodelando las casas parroquiales con lujos extravagantes y con signos de opulencia, escándalos por pedofilia y demás antitestimonios que desdicen de la misión y vocación dada por el Señor Jesucristo; sin embargo, hay cientos y millares de hombres comprometidos trabajando fuertemente por sus comunidades parroquiales, por ellos estoy hablando a través de este texto, por nuestros pastores que huelen a oveja (Francisco) que en su pobreza, humildad y sencillez muestran el rostro vivo de Jesucristo y no se han lucrado a costillas de sus feligreses, pero hoy están necesitando ayuda, respaldo y apoyo de su comunidad, de los Obispos y del Estado, como lo están requiriendo millones de colombianos.

Por lo anterior, hago un llamado a los Obispos de Colombia que se despojen de su mitra y de su báculo como signos de poder y se unten de olor a oveja como lo dijo el Papa Francisco, y laven los pies de sus discípulos como lo hizo el Señor Jesús (Jn 13, 1-21), apoyando de primera mano a su prójimo, es decir, al clero que tienen bajo su responsabilidad. Me permito sugerir a los Obispos una ruta muy humana para ayudar a los sacerdotes que tienen a su cargo:

  1. Detener de inmediato el aporte que las parroquias debían hacer a las Diócesis, así demostrarán que son mejores que el sector financiero de Colombia que en estos momentos de pandemia continua desangrando a los más pobres.
  2. Del fondo de las Diócesis, que supongo debe estar muy bien capitalizado, pagar los servicios públicos de las parroquias necesitadas. Así evangelizarán con el ejemplo y sus homilías acerca de la experiencia de las primeras comunidades cristianas se harán vida, y no un discurso sin sentido parecido a las promesas de político en campaña o como alocuciones que pretenden dar cifras de cobertura total en materia de educación cuando particularmente sabemos que la población del sector público de Soacha no tiene acceso a Internet ni recursos tecnológicos para recibir clases virtuales, dejando un sin sabor en la comunidad.
  3.  Dar un subsidio monetario a los párrocos y vicarios parroquiales para sus gastos personales, incluyendo la alimentación; recordando así la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37) donde Jesús nos enseña que el prójimo es la persona más cercana a nosotros, en estos tiempos de pandemia, la caridad se practica en casa, con la familia, los vecinos y cercanos; en el caso concreto de una Diócesis, practicarla con sus clérigos.

En ese sentido, también hago un llamado al Gobierno Nacional para que dentro de su discurso de ayudas y beneficios tenga en cuenta a este sector de los párrocos, pues la Iglesia Católica Romana es muy diversa y aunque tiene comunidades religiosas pudientes, y sectores económicos fuertes, está organizada administrativamente hablándolo en términos seculares de manera descentralizada y precisamente a los párrocos que son visibles en lo cotidiano de la vida social, fue el sector más golpeado. Tal vez esto le esté ocurriendo a pastores y rabinos de otras confesiones religiosas, y también se puedan ayudar y acompañar, porque la necesidad del colombiano hoy no tiene nombre de clase social, ideología política o confesión religiosa.

Germán Darío Cardozo Galeano

Magister en dificultades del aprendizaje

Teólogo

Licenciado en Teología


[1] https://www.semana.com/nacion/articulo/por-coronavirus-se-perderian-esfuerzos-de-20-anos-en-bajar-niveles-de-pobreza/664853

[2] Aclaro que jamás se puede pagar una Eucaristía, porque es don de Dios, la Eucaristía no tiene precio. Lo que la comunidad cancela es que den su nombre antes de comenzar la celebración. Es un hecho voluntario, pero que no quita ni pone a la fe en el Señor Jesucristo, pues uno puede participar de la Eucaristía sin que den su nombre, la intención está en lo más profundo del corazón. Obviamente muchos pastores han abusado de la ingenuidad de las personas y han tomado como un negocio o fuente para lucrarse. Esta crítica se encuentra muy bien documentada en  mi novela “En nombre de la Bestia”, Acto 4 confesiones sacerdotales. 

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