El día en que Gustavo Cerati y el Grupo de Cali tocaron en Suacha

Para L. O.

Caía la tarde en Suacha y tú, aguantón y cobarde, saliste del rancho con dirección al cine para no estallarle a las nubes o a los postes la astilla encarnada que traes adentro, en el alma. Apuraste los pasos, contigo tu sombra –y nada más–, salvo el perro de la esquina con el que tienes cuentas pendientes, salvo el ladronzuelo que te miró de alfil para comprobar tu orfandad de reloj. Llegaste a la casa de las puertas abiertas, al país del dorso de una mano sin fronteras que anuncia películas para todos; adentro, las tazas rigurosas sobre el mantel; en el patio, la lluvia que no se derramaba y ofrecía su impulso de contención para que la función ocurriera al aire libre.

Entraste al patio de la casa dispuesto para la proyección, te detuviste en la bóveda celeste atiborrada de gris preguntándote cuántas salas de cine tendrán la dicha de decir que su tope es el cielo; pero ese leve pensamiento se interrumpió porque has aprendido que en tu pueblo las cosas son así: del traje de la necesidad, acá los artistas y los gestores culturales le urden un vestido preciso a la belleza.

(Igual la astilla sigue empotrada y un poco de miel no basta).

Saludaste a la gente conocida, abrazaste amigos, anhelaste que rodara la película para inaugurar una tregua de paz en el comercio gastado de las palabras. Y tú, que esperabas película con inicio– tensión–y–desenlace; a ti, que te animaba la idea de perderte en la pantalla para distender los calambres del alma; a ti, hombre insípido de la tarde insípida, te dijeron que no habría película sino conversatorio. Miraste pararriba resignado y miraste parabajo resignado. Te sentaste, porque a los dolores de adentro te acostumbras, pero no a los de la espalda: es verdad que la tragedia de la vejez no es que uno sea viejo, sino que uno es joven.

El conversatorio discurrió sobre Luís Ospina, repasó obligaciones biográficas, enunció amigos inseparables. Los zancudos destellaban entre los árboles del patio planteando manchas insecticidas sobre la faz del conferenciante quien, por fortuna, no era un crítico; o mejor: es un crítico de la escasa especie que se ocupa de la importantísima tarea de contagiar preguntas vitales en torno a algo sin otra pretensión que la de compartir el amor o la belleza, esa dicha siempre cambiante que, esa noche, por ejemplo, se llamaba Luís Ospina, con lo cual las cosas verdaderamente importantes empezaron a flotar en el aire de la tarde y se nos desdibujó el reflejo zancudero sobre la jeta y las gafas de Armando Russi. Y las cosas importantes emergieron como troncos arrancados por la crecida de un río en la noche al corazón cerrado de una montaña: el film justifica los medios, una imagen no siempre vale mil palabras, los amigos de Cali son una patria caníbal.

El conversatorio finalizó con una nostalgia compartida y alegre cuyo énfasis en lo segundo y no lo primero se confirmó por lo que vino después: la presentación de una película que no fue presentación sino declaración estética. Cine del Sur, cine de Pasto revelándose en un entramado de poesía y rap, que al fin y al cabo son una misma cosa, a través de dos tipos por cuyas voces aceptamos la invitación para orientarnos en el oficio de cómo entrenar gallos de pelea. Quizá la vida sea eso, un vaho de tierra que se extingue en las espuelas de un dinosaurio moderno, o la desobediencia de un dios–zorro iniciático de la creación divina (Nencatacoa– respondiste cuando la chica guapa del lado te preguntó el nombre de ese dios) o una noche de rap y cine pastusos puestos de traje entero esta noche en la tierra de nadie.

El eclipse no fue parcial y cegó nuestras miradas: el cierre del Primer Festival Internacional de Cine de Suacha, FicXue, es una caricia de ortiga que debe recordarnos a nosotros, gestores, artistas, facilitadores, mamertos, etcétera, la tremenda responsabilidad que nos ocupa con la Suachita que nos cupo en suerte. Los organizadores de este Primer Festival Internacional de Cine explican desde la acción cuán importante es tener una pata puesta en el deleite estético y otra en la calle creando audiencias para la cultura y otra pensando de dónde carajos va a salir la plata con la intención de despertar e incitar el deleite estético.

Y hablando de tres patas, pues hablemos de trípode y hablemos de la Escuela Popular Audiovisual, ya que nada de esto habría sido posible sin el fervor compartido por el cine que profesan Rodrigo Vargas, Mariam Vivas y Álex Godoy.

Es muy lindo que Xucasa no haya dado abasto; es muy lindo poder comentarles a los lectores de esta nota que esa noche a todos nos sobrecogió en diversos momentos la emoción estética, una tensión del torso y la mirada en torno a esa cosa hermosa que es el cine, y que esa emoción colectiva no habría sido posible sin el camello duro de la EPA. Porque el FiXue es el epítome de muchos años de camello en radio, de la concreción de una oferta dignísima en cine para nuestro territorio manifestada en alianzas con la Cinemateca, con la traída de Eurocine, en la confección de la Semana del cine colombiano y del Festival por los Derechos Humanos. Y eso por hablar de trabajo concreto y medible, porque la cantidad de horas que han compartido en decenas de presentaciones que van desde salones comunales a parques y billares es impresionante: cientos de horas con fervor frente a la pantalla y de alegría compartida. La EPA es el cine con amigos. Mil gracias por semejante lección de decencia; mil gracias por desterrar la noche de mi angustia con las bengalas de su dignidad.

Mil gracias también por darnos el estímulo final necesario para hacer el Primer Festival Internacional de Poesía de Suacha. Intentaremos estar a la altura de su lección.

No hay nada mejor que casa
No hay nada mejor que Esta Casa
El video es el cine sin dolor

II

Mucho se ha comentado sobre el proceso de selección para ocupar la Dirección de Cultura del municipio. No albergo grandes expectativas al respecto. ¿Qué imagen de la Cultura puede tener el partido de un patrón que anda a caballo y toma tinto y desaparece muchachos en Suacha? La resistencia es afuera, con una oferta cultural coherente y de calidad en tiempos de uribismo.

Autor: Edwin Gamboa

Edwin Gamboa nació pobre y feo. Le tocó en suerte nacer en el tercer país más desigual del mundo, Colombia, y para no matar –o no matarse– dedica sus horas a la literatura. Estudió Filología Clásica en la Universidad Nacional de Colombia y adelanta estudios de posgrado (aunque parece que no se va a graduar) en el Instituto Caro y Cuervo, donde también enseña. Vive en Suacha, sigue siendo pobre y feo pero aprendió, gracias a Borges, que el barrio entre más aporriao tiene la obligación de hacerse más guapo por lo que además de pobre y feo también es guapísimo. Correo de contacto: fauno20@gmail.com  

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