En Soacha vive anciana de 101 años

En la vereda San Jorge del corregimiento uno de Soacha, vive una humilde anciana que hoy es ejemplo de herencia, alma, corazón y vida. Reside con dos de los nueve hijos que tuvo, el menor tiene 73 años y todos los días recibe la visita de su vecina de 82 años, su otra hija, quien llega a diario para atenderla y apoyarla.


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Crónica de Yessica Cepeda Villarraga

Muy temprano a bordo de una camioneta 4×4 inicia el recorrido a la zona alta del municipio, destapada, lejana y compleja donde se encuentra un peculiar personaje.

A las 6 de la mañana, muy temprano, hay que ir para conocer a la señora María Luisa Morales, una anciana de 101 años y que hoy es una de las personas más longevas de la región.

Paola Velosa hace parte del equipo de la CAR que hoy quiere llevar a alguien más a que conozca a esta valiente anciana, que, según cuenta, ha vivido toda su vida en zona rural de Soacha. Allá en la vereda San Jorge, todos han sido testigos del trasegar de la vida y el trabajo de la familia de esta mujer, orgullosamente campesina.

Después de casi 2 horas de camino, el rocío frío en los árboles, la suave neblina y la espesa capa de vegetación en esta zona, saludan a los extraños. Cuando pasa un carro o se acerca al camino alguna persona que no es conocida, los ojos curiosos de niños y adultos saltan por las ventanas. Así se llega a la casa de María Luisa, una vivienda humilde, hecha con madera y algunos ladrillos; lo suficientemente cálida para pasar la lluvia imprevista que ha empezado a caer, parece poca, pero empapa por completo las chaquetas y las cabezas de los visitantes.

Alfonso Gutiérrez abre la puerta. Él es el hijo menor (de 73 años) de la señora María, quien con una mirada dulce y tímida invita a pasar a su casa. Allí en una esquina de la pequeña y condicionada sala, hay unas bombas un poco desinfladas, un festín colgado y un letrero que dice “Te amamos abuelita”. Es que en diciembre del año pasado la señora María Luisa cumplió 101 años y la celebración parece no acabar, ella misma pidió que no quiten la decoración, porque la hace sentir feliz y especial.

La casa huele a madera, agua panela y algo de humedad. Es que esta zona, poco conocida de Soacha, es campo por todos lados, son vacas, caballos, perros de finca, frutas caídas de los árboles y el mágico silencio natural, lejos del bullicio y del trajinado corredor de la autopista sur que atraviesa el municipio. Esto es otro mundo.

La voz cansada y dulce de María Luisa, además de divagar un poco, se alza para decir: “Yo en mi vida trabajé mucho, trabajé al mismo ritmo de mi esposo, que en paz descanse. Nunca me quejé porque tocaba trabajar, siempre me gustó cocinar, pero mis fuerzas ya no dan, ahora solo puedo ayudar a pelar la papa, no puedo comer casi nada, todo son coladas, sopitas, y vitaminas que me compran con la platica que nos llega”.

A unos 15 pasos está la cocina, y allí lo primero que sobresale es un tarro de vitaminas, colada y sopas en crema para preparar, por supuesto ella ya no come sólidos, pero se conserva gracias a los cuidados de sus tres hijos. Tuvo nueve, dos de ellos siempre han vivido con ella, y su hija de 82 años es su vecina, que la visita a diario para atender al mayor regalo de la vida: su mamá.

Al calor de una agua panela, María Luisa asegura: “Siempre cuidé los árboles, las plantas y tenía una pequeña huerta atrás de la casa, de allí sacaba cilantro, cebolla, espinaca y lo que pudiera para la sopa de la familia”. Hoy la casa tiene una zona que decidieron conservar intacta, un bosque natural que la CAR a través de Banco2, el programa de aporte a las comunidades que cuidan el medio ambiente, les ha apoyado para que continúen cuidando y manteniendo como otro pulmón para los que están en la ciudad.

Sin duda, muchas historias, anécdotas y agradecimiento hay en las palabras de los hijos de María Luisa que hoy la acompañan. Además, agradecen el aporte de la gente a Banco2, pues cada mes retiran un dinero que les sirve para sostener sus vidas. Las vidas de personas que superan los 70 años de edad, pero que siguen llenas de vigor y de anhelo por conservar los bosques, ríos y montañas que las rodean. Ellos sí entienden el valor de lo que tienen en su entorno, pues viven entre una riqueza difícil de dimensionar desde la ocupada vida capital.

Al despedirse de la señora María Luisa y sus tres hijos, quienes salen al portón de la casa, una sensación de compasión, admiración y ganas de vivir invaden la mente de quienes la visitan. No solo es un ejemplo de 101 años de herencia, alma, corazón y vida, sino una mujer que no quiere cerrar los ojos, hasta sentir que logró su misión, y que el bosque que la vio crecer, seguirá sumando los años que decidió, naturalmente, compartir con ella.

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