Fondos “Buitre”, operaciones de carroña
Los negocios adolecen de corazón, y por su propia dinámica de utilidad perversa, algunos suelen desarrollarse en un mundo sórdido de complicidades y de silencios criminales de personas y gobiernos.
La crisis de la deuda externa de la década de los 80*, envenenó las arterias de la economía de los países latinoamericanos y retrasó su desarrollo. Lo más dramático que alcanzó a decirse entonces, era que los niños ya no nacían con el pan bajo el brazo, sino con muchos dólares de deuda.
Poco o nada se sabía de una letal mescolanza de intrigas, deslealtades y truculentas jugadas políticas y jurídicas, que despedían su pestilente olor en las más encumbradas oficinas del poder político, y en las salas de audiencia de algunos tribunales internacionales.
Apenas ahora, a raíz del embargo de la fragata-escuela Libertad de propiedad argentina, – lo que bien pudo haberle ocurrido a otro país, o que potencialmente puede suceder en cualquiera -, quedó al descubierto la diabólica conspiración contra las naciones más pobres o en vías de desarrollo.
Los fondos «buitre» están ahí a la sigilosa espera, como ladrón asechando a su víctima, para asestar el zarpazo y engullir literalmente el futuro de generaciones enteras.
Para el grueso público, cuando se trata de operaciones con dineros privados, el asunto pasa desapercibido y oculto, que no debería serlo, con mayor razón, cuando están en juego las finanzas públicas, es decir el dinero de todos. El proceso es tan perverso como depositar dineros públicos en sociedades captadoras de ahorro inexistentes o en franco proceso de liquidación, pero aún más.
Los también llamados fondos de «deuda triste», por las gracias de la globalización, han irrumpido, pues en el «libre mercado», en el que no existen diferencias entre una compañía irresponsable y una nación indigente y empobrecida, y corresponden a un fondo de capital de riesgo que invierte en una deuda pública de un Estado que se considera débil o cercano a la quiebra, o al «default», según el término de los especialistas. Es decir, son organizaciones de inversores especulativos, que salen a comprar títulos de deuda de países con problemas de cumplimiento de sus obligaciones, cuando dichos documentos se cotizan mas abajo de su valor nominal en las bolsas que los negocian.
Como tienen capitales para especular, sólo esperan que aumente su cotización, y si el Estado emisor se declara en «default”, no aceptan ningún canje, ni ninguna transacción, sólo la que ellos impongan, procediendo a la demanda ante los jueces internacionales, por el valor del pago nominal, más los intereses.
Sobrevienen así las medidas cautelares y embargos, sobre los bienes públicos como el reciente caso de Argentina. Según el FMI son ocho Fondos los que persiguen a naciones altamente endeudadas como Congo, Camerún y Uganda, entre otras.
El negocio es simple: comprar bien barato, para agazaparse a la espera de condiciones favorables para presionar los pagos, por deudas exorbitantes, por lo que esos fondos tienen abogados en muchas partes del mundo rastreando activos de sus deudores.
Bancos y gobiernos, a veces, participan del negocio, amparados por laxas legislaciones. Cerberus Capital Management, en Estados Unidos, Arques Industries en Alemania, el Banco de Inversiones Nomura en Japón o la británica tristemente célebre Donegel International, forman parte de los llamados piratas financieros del siglo XXI.
Así que mientras continúen las prácticas ilícitas de éstos conglomerados financieros, cualquier patrimonio de las naciones involucradas, puede ser rehén de las disputas legales y diplomáticas, y ver hipotecado su propio futuro.
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