La Malacrianza

Por estos días Google resaltó el hecho cierto de que se cumplen 180 años del natalicio de nuestro poeta Rafael Pombo, quien nació el 7 de noviembre de 1833 en la Provincia de Bogotá (Nombre que tenía el territorio conforme la Constitución de 1830). Su importancia literaria dio lugar a que el Gobierno Nacional honrara con justeza su memoria, mediante la Ley 87 de 1912. “Gloria de las letras colombianas”.


De su innegable e inmenso legado, me ocupo de resaltar un tema que considero es de actualidad en nuestro terruño, y que como homenaje a su memoria, me parece acertado se publique, pues como si el tiempo no hubiese transcurrido y a pesar de los esfuerzos de formación en valores y buenos modales de algunos padres y maestros, ciertos conciudadanos insisten en seguir al pie de la letra los postulados trazados por el poeta de manera satírica por allá en el crepúsculo del siglo XIX.

Breve tratado de Malacrianza

El perfecto malcriado es el que en todo
acierta a conducirse de tal modo
al prójimo atormenta e importuna.
Que sin objeto ni ganancia alguna
su primera virtud, el egoísmo,
pues no piensa jamás sino en sí mismo,
y aunque desprecio general reporta,
hizo cual quiso, y lo demás no importa.

Para sobresalir en este ramo,
de preferencia tu atención reclamo
sobre el ruido, el yo y el desaseo,
que son para el ajeno atornilleo
grandes medios, acaso los mejores,
hallados hasta hoy por los doctores.
Hablarás, pues, muy recio en todo caso,
y más cuando hablan otros; y si acaso
es chillona tu voz o destemplada,
tanto mejor será la cencerrada.

Al subir y al bajar una escalera
hazte sentir cual mula bien cerrera;
y una vez en tu cuarto, salta y brinca,
que para eso pagas por la finca,
y declárate el coco, el espantajo
del infeliz del cuarto de debajo.

Si el vecino padece de jaqueca,
como en ser estudioso nadie peca,
dedícate al violín, y noche y día
hazlo chillar con pertinacia impía,
y abre de par en par ventana y puerta
para tener la vecindad despierta.

El yo es otro imponderable artículo
para volverse odioso, y aún ridículo.
No toleres a nadie hazaña o cuento
sin que tú le interrumpas al momento
con historias del yo y hazañas tales,
que los demás se queden en pañales.

En cualquiera desgracia o caso raro
di ”Ya yo lo había dicho; eso era claro”;
y, aunque no te consulte ni pregunte,
dale un consejo a cada transeúnte;
y si no quiere oír lo que le dices,
métele tu opinión por las narices.

Cítate por modelo en todo ramo,
dispón en todas partes como amo,
y ostenta que eres tú de todos modos,
la única cosa que interesa a todos.

Aunque en otros te apeste el desaseo
no imagines que en ti lo encuentren feo.
Muestra los dientes, pues, llenos de sarro,
limpia en la alfombra del calzado el barro,
habla escupiendo al prójimo en la cara,
mete en sopera y dientes tu cuchara,
di en la mesa primores que den bascas,
y eructa recio, y charla cuando mascas,
y gargajea y ráscate a menudo,
y echa al plato la tos y el estornudo,
y con los dedos límpiate el carrillo,
e hinche el salón de hediondo cigarrillo.

Y baste por ahora esta enseñanza
para primer lección de malacrianza.

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