“Yo el aka, he decidido ser rapero”
Duda para decirme dónde se hospeda en Bogotá, me mira y es evidente que quiere ocultar sus coordenadas. No tiene sentido preguntarle por la muerte, al interrogante solo hace silencio y cambia de tema, él desde niño se convirtió en su testigo, escucha sus rumores, sentencias y los fulminantes estallidos que han acabado con la vida de muchos, en las casas encumbradas al occidente de Medellín, en la comuna 13. Una guerra que no cree suya, por lo que ha visto duda de la legitimidad del Estado. Él es un cronista auditivo de las balas, canta la memoria de los barrios de la Comuna, sueña, porque “cuando uno se las cree nadie lo puede bajar a uno de esa película”.
Se desplaza en un corto vaivén lateral acompasado de la pista, a punto de caer la tarde sobre una tarima al sur de Bogotá, en el concierto “rap, memoria y territorio”. Lleva el pulso musical con la mano izquierda, arrastra consigo entre el dedo pulgar e índice el cable del micrófono. Se concentra en sus rimas, en el público que acompaña sus coros, no ve a los desprevenidos transeúntes que se detienen en su bicicleta para merodear la escena mientras atraviesan la cicloruta que conduce al Portal Tunal.
Hay aplausos después de su primera canción y al corte de su estribillo: el nuevo rap buscando la salida/el nuevo rap caminando a la vida/ el nuevo rap una lucha subversiva/ el AKA propone, esta alternativa/ Sin música, enuncia ¡suena bacano desde Bogotá…ierda! con su estética propia de pantalones anchos recogidos en las pantorrillas, que dejan entre ver los tatuajes de sus piernas. Se envuelve la frente bordeando las cejas con una pañoleta amarilla cow boy estampada, doblada triangularmente que termina amarrada en un nudo a dos puntas disimuladas en la nuca, está, sólo cubre la parte delantera de su cabeza, atrás, en la zona parietal se descubre un corte de diminutas raíces de cabello que sigue la forma del cráneo.
Lleva unas gafas foto cromáticas de diadema, cuando las desliza sobre sus ojos ocupan todo el hueso lacrimal, tiene una mirada amplia y directa como sus rimas y métricas que disparan verdad, se presenta como AKA, con habilidad se escabulle cuando indagan por su nombre civil, que en realidad es menos sonoro al monosílabo artístico, se lo atribuye, inspirado por el fusil de asalto automático que un ruso inventó en 1947 para la Unión Soviética, y todavía suenan por los barrios de San Javier para tener el control geoestratégico de la loma.
Se declara sobreviviente a seis operaciones militares: Otoño, Contrafuego, Mariscal, Potestad, Antorcha, Orión , efectuadas entre febrero a agosto del 2012 que las cita enérgicamente, enumerándolas con los dedos de las manos, volviéndolas ritmo en un fraseo en menos de un minuto de su historia que convierte en rap. Un sexteto de nombres propios que pasan tan rápido tras la pista le exige al público agudizar el oído y detenerse en lo fratricida de la guerra en la Comuna. A pesar de ello quiere seguir viviendo por sus calles y veredas “para experimentar el milagro de amanecer vivo”
Con el tonito paisa recuenta a saltos anacrónicos su pasado y advierte con vehemencia “que es mejor hablar del hoy y dejar el pasado en lo que fue” en su génesis biográfica, el rap, llegó en la calle, con el parche, en el santiamén del rebusque por las calles de Medellín, en una de sus métricas inserta la frase, “soy uno como ustedes de la calle la razón, de tener lo necesario, es mi filosofía ancestral/ respetar el asfalto me ha enseñado a caminar.
Su vida es un tránsito por la frontera que marca la Comuna 13 y el corregimiento de San Cristóbal, una vertiente occidental de la cordillera central, entre los pequeños valles y quiebres de montañas, se encuentra con la ciudad de frente, por ahí están sus pasos, el origen de sus composiciones, que en una anáfora de rap quieren /robar una sonrisa/ Vive “en el susurro generado por las balas que pasan y susurran rodeado por la muerte, intentando no morirme enterrando a los míos en aquellos lugares fríos de la hora del no volver” y de entender, “el hip-hop es calle pero debajo de la calle, hay tierra y la tierra tiene muchas historias de masacres y sangre derramada que no puede ser olvidada” por eso canta la realidad, siembra en Loma Linda, una vereda ubicada en los lindes entre lo rural y urbano, entierra semillas esperando el fruto, es el lugar donde / me pusieron fronteras en mi propia tierra/ Puede involucrarse entre cuidar la tierra, cultivarla y hacer rap, contagiar a los más pequeños con el ritmo y ver en evidencia al grupo “semillas del futuro”, unos niños que riman, componen y en una habilidad vocal pronuncian su “chapa” para hacerle testigo de sus primeros sonidos en el rap, también pintan, crean, dibujan, aprenden de la tierra, son “un parche” de la comuna 13.
Aka es un solista del rap, un movilizador de “combos” para cantar, integrar y hacer. Es una polisemia en su existencia. Lleva en la maleta de viaje un álbum discográfico doble y en las cuentas de su producción musical, ha realizado tres discos y un sencillo, para el próximo año saldrá un disco prensado llamado “No Alineados”. Tiene claro: /si el último grado de evolución son las armas, yo el Aka, he decidido ser rapero/ Ahora, nuevas letras, fraseos y coros divagan en las mentes por el sur de Bogotá.
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