¿Por qué empresas y militares sembraron cientos de árboles en una reserva protegida de Bogotá?
Una alianza inesperada comenzó a transformar una reserva protegida de Bogotá. 500 árboles fueron sembrados, pero lo que realmente está creciendo allí va mucho más allá del paisaje.
Lo que ocurrió en la Reserva Thomas van der Hammen no fue una plantación cualquiera. Bajo la sombra de los árboles recién sembrados se esconde una apuesta a largo plazo por un pedazo de tierra que, pese a su importancia ambiental, ha estado en el centro de múltiples tensiones urbanas.
Empresas privadas, militares en formación y funcionarios ambientales coincidieron en un predio privado del norte de Bogotá con un objetivo común: restaurar un fragmento estratégico de esta reserva protegida. La jornada, liderada por la empresa Flores de los Andes —en alianza con Sunshine Bouquet y la Secretaría Distrital de Ambiente (SDA)—, dejó 500 nuevos árboles y arbustos nativos en el terreno. Pero esa es solo la superficie.
Desde 2021, estas compañías firmaron un Acuerdo de Conservación con la SDA. No es un contrato ni una orden oficial, sino un compromiso voluntario —poco conocido para muchos bogotanos— que permite a actores privados proteger ecosistemas clave dentro de sus propios predios. Y en un lugar como la reserva Thomas van der Hammen, cada metro cuenta.
Los árboles, propagados en el vivero La Esperanza —resultado de otra alianza entre las empresas y la entidad ambiental—, no fueron elegidos al azar. Amarrabollos, pino romerón, caucho Tequendama, roble y palma boba hacen parte de un plan que busca formar barreras naturales capaces de resistir vientos, filtrar partículas contaminantes y reconectar corredores ecológicos fragmentados por la expansión urbana.
“Este tipo de acuerdos muestran que sí se puede trabajar de la mano entre lo público, lo privado y lo comunitario”, aseguró Claudia Galvis, secretaria (e) de Ambiente. Pero más allá del discurso institucional, lo cierto es que estas acciones podrían definir el futuro ecológico de la ciudad.
A la jornada también se sumaron voluntarios de la escuela de postgrados de la Fuerza Aérea Colombiana y miembros del Batallón 70 de la Armada Nacional, quienes, pala en mano, ayudaron a abrir surcos y plantar cada especie nativa como si supieran que en esas raíces hay más que tierra: hay una declaración de resistencia ante el cambio climático.
“Para nosotros, este acuerdo no es solo una obligación ambiental, sino una oportunidad para cuidar el ecosistema y el trabajo de cientos de familias que dependen de él”, afirmó Araceli Corredor, gerente de planta de Flores de los Andes.
En medio de las tensiones que suele generar la reserva —con intereses cruzados entre urbanización, conservación y expansión agrícola—, estas pequeñas alianzas podrían marcar la diferencia. Y aunque la mayoría de la ciudad no lo sepa, algo está cambiando en silencio al norte de Bogotá.
Foto: Secretaría de Ambiente