Los Herodes Modernos
Desde hace algún tiempo, cuando se desató en serio la crisis de la salud en Colombia y aparecieron en todos los medios de comunicación, de forma reiterativa, las cifras del horror que están produciendo, me he preguntado quién o quiénes van a pagar por tantas y tantas muertes que produce el sistema nacional de salud.
- ¿César Gaviria Trujillo? ¿El de la apertura y las privatizaciones quien durante su gobierno propuso y logro aprobar esta maldita ley?
- ¿Álvaro Uribe Vélez? quien como senador fue el ponente de la misma y continuador como presidente.
- ¿Todos los gobiernos y congresistas que desde 1991 han puesto oídos sordos al clamor nacional, y han preferido ayudar a seguir llenando las billeteras de los negociantes de la salud?
- ¿O a Juan Manuel Santos, que le mintió al país al decirle que acabaría con las EPS en la fallida reforma a la salud?
- ¿O a los los colombianos que cada cuatro años elegimos a los mismos, sin consultar ideas y realizaciones?
En una investigación realizada por el OICI, en conjunto con el Instituto Nacional de Salud, (INS) respecto a la mortalidad de niños con cáncer, que se salvan en otros países “llega hasta el 90 por ciento, pero en Colombia, en el seguimiento realizado a 112 niños en el 2011, se encontró que el 80 por ciento había fallecido”. Según esas cifras oficiales “en este momento tenemos una mortalidad casi total”, afirma el médico John Marulanda, verdadera autoridad en la materia, vocero de la Liga Contra el Cáncer.
La indolencia generalizada nos ha llevado a que el país presente uno de los índices de mortalidad más altos del continente. Entre tanto, el ministro de Salud de Juan Manuel Santos, Alejandro Gaviria, afirmaba en entrevista al diario El Espectador, con una severa dosis de cinismo e indolencia, “El asunto no es que la salud no es un negocio; la pregunta es cómo hacemos compatible el negocio con el bienestar general”.
Mientras algunas familias colombianas celebrábamos la llegada de la navidad y el advenimiento del año nuevo con alegría, otras muchas padecían con tristeza y dolor la enfermedad y muerte de sus niños o familiares enfermos de cáncer y otras patologías, asesinados por un sistema de salud injusto, que convirtió el derecho a la salud en un negocio y que basa gran parte de su ganancia en dejar de atender, o demorar autorizaciones, negar servicios, drogas, procedimientos mientras los pacientes mueren.
Esta realidad atroz, debería avergonzar al país en grado sumo y llamarnos a la reflexión en la próxima contienda electoral; es imposible que el pueblo colombiano siga eligiendo congresistas patrocinadores de todos estos horrores, que desconociendo el mandato dado por el pueblo soberano en las urnas, prefiere su comodidad y confort económico personal, recibiendo la “mermelada”, mientras los más pobres mueren a la entrada o, si se lo permiten, dentro del sistema de salud.
Como primer paso, y fundamental, en la solución de este problema, es la derogación de la Ley 100, y la consiguiente desaparición de las EPS y su papel parasitario del sistema de salud. No podemos seguir dejándonos engañar con las razones que arguyen sus defensores encabezados por el Gobierno Nacional, el Banco Interamericano de Desarrollo, BID, las EPS y los grandes poderes de la economía nacional, quienes han diseñado este sistema. No hay duda de que el sistema puede funcionar sin la intermediación financiera, como lo demuestra el sistema canadiense, uno de los mejores del mundo, y para no ir tan lejos los regímenes especiales, como los de las fuerzas armadas, Universidad Nacional de Colombia, Ecopetrol y el magisterio. No permitamos que nuestros compatriotas, pero en especial nuestros niños sigan muriendo de forma injusta y por males que la ciencia ya puede curar, y todo para que los mismos de siempre, llenen sus alforjas con nuestros recursos.
Rechacemos a los comerciantes de la salud, y a sus defensores en el Gobierno y en el Congreso de la República, acompañando las movilizaciones encabezadas por los trabajadores de la misma, asociaciones de pacientes y usuarios, y votando a conciencia, por ideas y realizaciones, y no por promesas, conciertos, tamales o licor.