Cientos de millones de Odebrecht están enterrados en Soacha

A 60 metros bajo tierra permanecen atrapadas dos poderosas tuneladoras de la firma Odebrecht que fueron utilizadas para abrir los túneles que conducirían el agua del río Tunjuelo hasta la planta de tratamiento de Canoas, en el municipio de Soacha. Las obras se terminaron hace cuatro años y desde entonces las máquinas no se mueven por un litigio entre el contratista y el Distrito.


Odebrecht tiene un millonario tesoro enterrado 60 metros bajo el suelo de Soacha. Se trata de dos poderosas máquinas construidas con el único propósito de abrir los túneles que condujeran el agua hasta la planta de tratamiento de Canoas, claves para la descontaminación del río Bogotá. La obra hace parte del contrato por $244.000 millones que, a punta de sobornos, según la Fiscalía, se ganó el consorcio conformado por esa multinacional y una compañía de la familia Solarte. Esta es la historia del tesoro.

El 30 de diciembre de 2009, la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (EAAB) le adjudicó el contrato al consorcio Canoas. Para quedarse con esa licitación, indican las investigaciones, se repartieron coimas cercanas a los $1.000 millones, que llegaron hasta los bolsillos de los hermanos Samuel e Iván Moreno Rojas. En 2010 comenzaron las obras.

Los contratistas construyeron dos tuneladoras especiales, hechas a la medida de los requerimientos de esa obra. Una se diseñó para que excavara en terrenos blandos, y fue la destinada a construir el ducto de 15 kilómetros por el que transitarían las aguas contaminadas del río Tunjuelo -antes de que desembocaran en el río Bogotá- y las llevara hasta la hacienda Canoas, donde se planea construir una Planta de Tratamiento de Aguas Residuales (PETAR). Allí, una vez purificado, el caudal podía vaciarse en el río Bogotá.

La segunda máquina, diseñada para excavar en terrenos rocosos, era la encargada de trazar el tunel desde el Charquito, un sector del río Bogotá cercano al Salto del Tequendama, hasta Canoas, en Soacha. Ese ducto sería una salida de emergencia del agua, en caso de que colapsara la planta de tratamiento. Ambas máquinas, una recorriendo de norte a sur y la otra en sentido inverso, debían encontrarse en Canoas para conformar un gran túnel. Y así lo hicieron. O casi.

Las máquinas tienen dos componentes básicos. En la parte delantera llevan una broca gigante que abrió los huecos de 4,20 metros de diámetro, al tiempo que revistió con concreto las paredes del orificio. Esa pieza es la que se conoce como la tuneladora, y tiene una particularidad clave en esta historia: no puede dar reversa. Es decir, para salir del subsuelo, debe llegar hasta el final de su recorrido.

El otro componente de las máquinas son los vagones que van anclados a la tuneladora. Tienen ruedas, se deslizan por rieles y sí tienen la facultad de devolverse. Por eso, eran los que usaban para evacuar la tierra extraida durante la excavación.
Finalmente, las máquinas arribaron al potrero de la hacienda Canoas, una propiedad de 140 hectáreas que tiene la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR) en Soacha. La que venía desde el río Tunjuelo llegó al punto previsto, 60 metros bajo tierra. La que arrancó desde el Charquito, llegó a las mismas coordenadas, pero siete metros más abajo.

Ahí debía construirse un pozo de 27 metros de diámetro donde se haría una estación elevadora para llevar las aguas hasta la planta de tratamiento, en la superficie. Y, por ese mismo orificio, las máquinas serían extraidas. El consorcio le pidió al Distrito que se ampliara el contrato original para que incluyera la construcción de esa segunda parte de la obra. Pero la administración, ya encabezada por el alcalde Gustavo Petro, se negó y, faltando el 5% del trabajo para terminar, el contrato se suspendió.

Entonces, el pozo nunca se hizo y las tuneladoras, que no podían dar reversa, quedaron enterradas. De paso, empezó una pelea entre el consorcio y el Distrito que terminó en un tribunal de arbitramento, donde se determinó que el Distrito tenía que pagarle una indemnización de $11.800 millones a la multinacional.

Pero la historia no termina ahí. Cuatro años después, la finalización del túnel sigue embolatada, así como la construcción de la PETAR a donde éstos debían conducir las aguas residuales. Es decir, así los túneles estuvieran listos, no servirían para nada.

Por estos días, el Departamento de Planeación Nacional está estructurando una Alianza Público Privada para desarrollar la obra. La intención es que una empresa privada construya la planta antes de 2022 y se la cobre a los ciudadanos a través de la tarifa del agua y el alcantarillado.

Y a finales del año pasado, la EAAB abrió una nueva licitación, esta vez, para unir los dos túneles y sacar las máquinas enterradas. El contrato, por $24.000 millones, se lo quedó el Consorcio de Infraestructura S.A., integrado por las empresas Asigna y Solarte Nacional de Constructores, Sonacol S.A. Es decir, una compañía del mismo grupo familiar del que hizo dupla con Odebrecht en el primer contrato de los túneles, será la encargada de desenterrar el tesoro de la multinacional brasileña.

Fuente: Semana.com

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