Cundinamarca en la vía del postconflicto

La etapa en la que se encuentra los diálogos entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc, permite vislumbrar la pertinencia de pensar en una la construcción de la paz. ¿Los cundinamarqueses reconocemos este proceso? ¿Estamos preparados para participar en esta construcción? Desde el fuero interno y como sociedad, ¿estamos sintonizados para transformar este país? ¿Hasta dónde el departamento está preparándose para el perdón y la construcción de este escenario sin conflicto?


Colombia actualmente vive inmersa en el intento de alcanzar una salida pacífica a diversos conflictos armados que suceden desde hace más de 50 años y que habían sido precedidos por décadas previas de presencia frecuente de violencia política. Junto a diversos aceleradores o multiplicadores y a detonantes de diverso tipo, han hecho que exista una reproducción de la violencia política intergeneracional, aunque con frecuentes y profundas modificaciones de la naturaleza, ubicación y ocurrencia de la misma.

También han frecuentado desde hace décadas las negociaciones, con diferentes grados de éxito, los acuerdos y, también, diferentes procesos de desarme, desmovilización y reintegración. Puede decirse que todos los gobiernos han fomentado, sin excepción, aunque con enfoques bien diferentes, vías de salida.
Actualmente están en marcha los diálogos de Paz de la Habana, iniciados a finales del 2012, entre el Gobierno presidido por Juan Manuel Santos y las fuerzas armadas revolucionarias de Colombia (FARC).

Los diálogos, cuyo procedimiento combina reglas clásicas en diplomacia como que «todo es revisable hasta que todo esté acordado» con métodos innovadores tanto para la experiencia colombiana como en clave comparada (y no sólo por la ausencia de alto al fuego) y todo lo relativo al fin de los enfrentamientos armados, campamentos, desarme, desmovilización y reinserción. Preparar el tránsito de hacer las paces a construir, es decir, lo que acaecerá a partir de la firma y refrendación del eventual acuerdo con las FARC.

Al hacer las paces, el protagonismo le corresponde a los actores más directamente enfrentados en el conflicto armado. Los restantes actores, por tanto, a lo sumo influyen, pero no deciden. Es por tanto, básicamente un asunto particularmente de combatientes directos. Existen casos de influencia de otros actores, muchos, pero no de participación continuada e importante en todas las fases, es decir, como sujetos decisionales.

Para construir la paz hacen falta todos los actores de la vida social: administraciones e instituciones de diferente nivel (nacionales, departamentales, locales), academia y universidad, sociedad civil y actores comunitarios diversos (incluyendo pueblos indígenas y afro descendientes), empresarios, etcétera. Su grado de influencia y decisión depende de lo previsto por el sistema político-institucional, pero, también de la capacidad de acción colectiva y de las diversas dinámicas sociales tras la firma de los eventuales acuerdos.

Especialmente importante es el papel de los actores privados, tanto de las organizaciones de la sociedad civil (que incluye ONG, fundaciones, agrupaciones de organizaciones empresariales, etc.) como las organizaciones empresariales.
Debe considerarse siempre que los actores en la fase de hacer las paces y en la de construcción de la paz, son tanto nacionales como internacionales, aunque en algunos casos y circunstancias (caso colombiano) los actores internacionales pueden tener menor papel o escasa visibilidad.

Ello no quiere decir, empero, que no convenga que tengan alguna influencia, o que no vayan a tenerla, en la fase de construcción de la paz. Hacer las paces e implementar los eventuales acuerdos de paz es sólo una parte de la construcción de la paz, importante pero limitada. No obstante, el cumplimiento y verificación, en clave comparada, han mostrado ser un claro factor coadyuvante al éxito de la construcción de la paz.

Construir la paz exige tiempo, es un proceso que, cuando el conflicto armado ha sido largo, exige no menos de una década. En ese proceso, paz y desarrollo, entendidos como bienes colectivos, se entrelazan fuertemente. Se trata, en suma, de acometer una auténtica transición, con cambios profundos en muchas dimensiones de la vida de la nación.

Hacer las paces y construir la paz se relacionan entre sí: al empezar a hacer las paces (implementación de lo acordado en las negociaciones) la agenda del país cambia. Por ello, hacer acuerdos y construir la paz se complementan, de forma que cambian, progresivamente, todas las dimensiones de la vida social y nacional: social, económica, política e incluso la cultural. El cambio, naturalmente, dependerá de la acción colectiva de los diversos actores. En experiencia comparada, ello supone que el proceso de construir la paz se independiza, al menos relativamente, de la agenda derivada del cumplimiento de sólo lo estrictamente acordado en la mesa de negociaciones.

La primera fase del proceso de hacer las paces, tras la firma de los acuerdos de paz, implica hacer frente a muchos retos, en particular en la esfera de la seguridad. Los temas relacionados con el control de las armas y de la capacidad de recurrir a la violencia son claves, y, por tanto, todo lo relativo al llamado proceso de desarme, desmovilización y reinserción, y, luego, la reforma de los diversos componentes del sector de seguridad.

Construir la paz, en sentido estratégico, implica ocuparse muy activamente de 3 Rs, siguiendo la lógica propia de la transformación de conflictos: resolver (los problemas o incompatibilidades que dieron origen a la fase violenta), reconstruir (todo lo que se dañó en la fase de violencias, material e inmaterial), reconciliar (tratar el derecho a la verdad, a la justicia, las reparaciones y la garantía de no repetición, centrándose en las personas y las comunidades, en particular en las víctimas). Y ello supone entrar a fondo en lo que se conoce como transformación de los conflictos o construcción de paz estratégica.

Contra lo que suele pensarse, en las fases posteriores a los acuerdos de paz, frecuentan y se multiplican los conflictos sociales, eso sí, entendidos como suele ser habitual en ciencias sociales, «debates o pugnas entre actores que consideran que tienen objetivos incompatibles respecto de uno o diversos puntos de la agenda y contexto». Eso sí, esos conflictos no se manifiestan, al menos los más numerosos e importantes, a través de conductas violentas, sino en el ámbito de la confrontación social, económica y política.

Desde esta perspectiva el tema del post conflicto y de la construcción de paz es mucho más que consideraciones menores de discusión, manifestaciones, marchas, todos nosotros como colombianos debemos desde ahora reflexionar y tomar una actitud de vida y de sociedad desde el entorno de relación sobre los próximos años de esta etapa. Desde el corazón de todos está viva la llama de que lleguen a buen fin estas negociaciones y esta disposición va con la apertura para deponer todo aquello que nos llevó a esta brecha de casi 50 años de pobreza, miedo, muerte y odio. Para nosotros los cundinamarqueses esta necesidad de una verdadera paz nos lleva al compromiso ineludible de entregar con voluntad todos los esfuerzos para consolidar este anhelo. Sabedores que esta paz cambiara los escenarios políticos, sociales, culturales y económicos desde nuestras veredas hasta las grandes ciudades y el país.

Cundinamarca tuvo una época difícil y compleja para la seguridad por ello todos reconocemos la necesidad de superar este conflicto. Esta construcción nos permitirá ver una sociedad más justa, donde perdonar es la marca de acercar y crecer para entregar a las nuevas generaciones un espacio posible de nuevos intereses. Por ello, me permito iniciar con algunas reflexiones que accedan a la discusión. Para ello, en las próximas entregas hablare sobre el postconflicto visto desde la visión que el gobierno nacional plantea. Así como sobre las nuevas visiones internacionales sobre el tema.

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