El festín de los ignorantes

No quisiera recordar el bochornoso y triste hecho del viernes en la tarde luego de que, como pólvora y dinamita, se extendió por toda Soacha la noticia de la suspensión del alcalde municipal. Y me refiero así no tanto por la decisión de la juez, sino por la actitud desenfrenada y equivocada que el hecho generó en algunas personas pertenecientes a la llamada ‘oposición’.


Comparto la opinión de mucha gente que reprochó esa actitud negativa y hasta ofensiva de algunos, aunque también se reconoce que el ‘festín’ es producto de lo que durante años se ha inculcado y enseñado a nuestros denominados ‘líderes’. Y no es para más. Una actitud grotesca, atrevida y hasta ignorante, cuando a lo largo de los años eso es lo que se ha transmitido.

Sin referirme a nombres concretos (hay que deducir), pero Soacha a través de los años ha estado sumida a un pensamiento corrupto, atrasado y muy direccionado a construir `líderes´ amañados e interesados en las dádivas y en recibir siempre algo a cambio para mantener una hegemonía política y, por supuesto, para no perder el poder. Claro, eso se mantuvo a raya hasta el gobierno del cura Ochoa, sin decir que de ahí para acá las cosas hayan cambiado sustancialmente.

Lo delicado del asunto es que la ciudad se construyó sin planeación alguna, sin visión de lo que podía llegar a ser en términos de población e infraestructura. Sus líderes (desde la cabeza hasta los presidentes de Juntas de Acción Comunal) se dedicaron a protagonizar campañas tipo feria y a construir todo un andamiaje que les permitiera mantener un fortín electoral para mantener el poder. Y la tarea se hizo bien hecha hasta cierto punto porque la votación necesaria para mantener el control político y administrativo del municipio siempre se obtenía.

Pero esa miopía de liderazgo estaba carcomiendo a una ciudad que se veía crecer aceleradamente sin planeación alguna. Los desplazados, los pobres y los marginados empezaron a poner sus ojos en un municipio demasiado atractivo para ellos, sumado al interés politiquero de unos cuantos que veían a Soacha como el fortín político para satisfacer sus intereses.

Ahora. El efecto de ese trabajo mal intencionado avanzó aceleradamente y contagió a la mayor parte de aquellos que creían representar a alguien y que a través de ese esquema politiquero podían conseguir algo para sus necesitadas comunidades. Llegaron entonces las obras barriales sin planeación alguna: los alcantarillados, los andenes, las escasas canchas deportivas, y hasta el recebo para algunas calles donde no había pavimento, convirtiéndose en una herramienta atractiva para los habitantes porque eran ellos quienes participaban en la realización de las obras, conseguían lo del diario y sus líderes sacaban la ´tajadita` personal y de paso quedaban bien ante los suyos.

Aparentemente uno diría que eso es bueno porque se genera empleo en los barrios, pero el daño que se veía venir era grande. La mayor parte de líderes y miembros de las Juntas de acción Comunal se acostumbraron a esta forma miope de manejar un municipio como Soacha, a ser los canalizadores de las obras a cambio de recibir un beneficio personal y mantener un electorado que elegía tranquilamente a concejales y alcaldes.

Sin embargo lo que no se percataron es que esta ciudad estaba pensada para crecer a ritmos agigantados. Y digo pensada porque fue aquí a donde se dirigieron las miradas del gobierno nacional y de los grandes políticos y terratenientes del país para ’amontonar` a la gente que era sacada miserablemente de sus tierras, producto del conflicto armado y de los intereses de quienes habían planeado adueñarse de haciendas y fincas.

La ciudad creció tanto que esa vieja forma de gobernar y de hacer las obras tuvo su efecto negativo en diferentes aspectos. No se hicieron vías amplias y suficientes, la mayor parte de alcantarillados se construyeron para los barrios y nunca se pensó en grandes colectores, las aguas residuales se conectaron a caños y humedales, las zonas verdes fueron absorbidas por ladrillo y cemento, y hasta los cerros evidenciaron las invasiones y la destrucción ambiental.

Pudiera seguir narrando y describiendo la problemática del municipio, pero me desviaría un poco del tema. Lo que trato de decir es que los problemas de Soacha son hoy un producto de lo poco que se hizo durante años y de la miopía con que se han venido formando los llamados líderes, ya sean de tipo social, comunal o político.

Algunos dirán, entonces, ¿y qué tiene que ver eso con el bochornoso hecho del viernes pasado?. Pues mucho. No quiero descalificar a nadie y no doy nombres porque el triste espectáculo se hizo ante los ojos de muchos, pero lo que sí me atrevo a decir es que cuando uno festeja a causa del dolor ajeno, sus actitudes son fruto de la ignorancia y el desconocimiento de las palabras respeto, ética y valores.

Un gaudeamus o si ustedes prefieren que utilice las palabras fiesta y regocijo, sólo se hace en honor al éxito de alguien, o por lo menos eso fue lo que me enseñaron mis padres y mis maestros de escuela.

He hablado con profesionales del municipio que rechazan tajantemente esa actitud y algunos me dijeron lo mismo que piensa la mayoría. Esa actitud de quienes protagonizaron la algarabía es producto de lo que han aprendido a lo largo de los años, con sus padrinos políticos, con sus líderes o con sus presidentes de Junta. Es el reflejo de una sociedad que con sus actitudes destruye, en vez de construir; es el resultado de lo que asimilaron durante su trasegar politiquero, pero que en nada contribuye al cambio que necesita la ciudad.

De cuándo acá hay que patrocinar que aquellos que dicen representar al pueblo festejen decisiones judiciales, más cuando a la luz pública se evidencia que la interrupción de las administraciones es dañina y es contraproducente para el desarrollo de una ciudad o municipio?. Por lo menos en la clase de valores que daban en los años 80 se decía que nadie se debe alegrar del mal ajeno.

Y concluyo diciendo que el cambio de Soacha no se construye con violencia y menos si es protagonizada por aquellos que dicen representar a una comunidad. No sé, y me gustaría ser sabio para conocerlo, si quienes promulgan una transformación del municipio lo hacen porque así lo sienten, o simplemente porque quieren jugar al divino salvador, pero con el interés de saciar su apetito personal.

Hay que construir conciencia entre los electores para no permitir la manipulación de quienes aparecen sólo en épocas electorales, hay que construir conciencia entre los líderes para que tengan la capacidad y la frialdad de orientar y guiar a una comunidad, y hay que tener carácter y coraje para ‘desterrar’ de Soacha a todos aquellos que ven al municipio sólo como el ponqué a disputar para sacar la mejor tajada. Los invito a querer un poquito, al menos, a este municipio, a comenzar a construir un futuro para nuestros hijos y nietos, a eliminar todas las formas de violencia y a tener la capacidad de proponer y construir alternativas de solución con nuestros adversarios. Cuando se construye en medio de la diferencia, los resultados son más sólidos y la satisfacción es sana.

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