La Honda de David

Ignoro casi todo cuanto pueda significar en su verdadera dimensión la política; sin embargo, de ese todo, algo he aprendido durante mis años de pisar tanto el mármol como la greda, la cerámica como el barro. Unas veces como ciudadano del país nacional y otras como extranjero; con esta nacionalidad que a veces presiento un reto y otras veces la encuentro satisfactoria; pero que en honor de la verdad, casi siempre la siento como un dolor en no sé qué punto de mi mediana existencia.


Valga la oportunidad para mencionar la sabia definición del ex Presidente Ernesto Samper, tan valorada por quienes en busca de mejores posibilidades, nos aventuramos en exilios voluntarios o forzados a pisar suelo extranjero, y sabíamos, y de qué manera, lo que significaba portar un documento de colombiano en tierra ajena; me acuerdo que dijo y repliqué en mi periódico Presencia, el cual publiqué en la isla de Curacao, Antillas Neerlandesas, a mediados de la década del 90, lo siguiente: “Ser colombiano es, no solamente un honor que cuesta, sino que a veces cuesta demasiado”.

Lo que no he podido dejar de atender en esta lucha entre mi pensamiento y mi sentimiento, es el llamado a ser partícipe siempre que se presenta toda ella con su voluptuosa marea; la cual, por lo menos en mí, tiene mucha más fuerza en su resaca, que en su oleaje; pues busca arrastrarme hasta sus confines abisales para que me debata entre mi pequeña fuerza y la suya tan poderosa.

La política es como el mar, llega con su carga fragante y salobre a vulnerar todos nuestros sentidos: se mete por los ojos en un movimiento que llama a navegarla, se adentra hasta nuestras entrañas deslizándose por nuestro olfato, retumba o se hace cadenciosa su voz en nuestros oídos, deja toda la carga de esa sal de la vida social en nuestro gusto, unas veces la sentimos suave y otras áspera, al tacto; y sobre ese nunca tan bien ponderado sentido que es nuestra piel, sabe dejarnos su caricia húmeda, tibia o fría. A ratos desde nuestras emociones nos parece la hermana virtuosa de nuestros sentimientos; otras, desde nuestros pensamientos, nos llega a parecer la hermana prostituta de la razón.

Es por ello que, cuando mis verdaderos amigos, esos que han sabido entender mis posiciones en cada nueva contienda electoral y para nada se han hecho a un lado dentro de los predios de la amistad porque no estoy tan cerca, suelen preguntarme por cuál camino me voy a inclinar, siempre les respondo: “por el que nos convenga a todos y no por el que me convenga a mí”. Porque de lo que se trata no es de mi yo personal sino de mi yo social, el cual se extiende desde dentro de mí, hacia mi familia y su entorno; hacia mis amigos y el ambiente o el suelo que compartimos y al cual nos debemos entregar integralmente.

Esta reflexión la hago al filo de una madrugada lluviosa luego de conversar extensamente con el ingeniero Carlos Arturo Bello Bonilla, ex Alcalde de este municipio que va en camino de convertirse en una populosa ciudad, con unos pocos dolientes y muchos, pero muchos, seres que aspiran a llegar a ser parte de un gobierno, que no solamente requiere del concurso de quienes quieren sino de quienes tengan capacidad, dignidad, voluntad, transparencia y mucha solidaridad; porque no sólo cuentan nuestras ganas, sino de una actitud desprendida, la cual debemos ponerla sobre una misma mesa, para que alcancemos la aptitud social, esa que nos pondrá ante los ojos del país, no como el lunar de Colombia o de la región capital, sino como una sociedad que por tener tan diversos matices culturales en su seno, presenta tanta y tan difícil problemática.

Fue un diálogo sumamente provechoso con alguien que no solamente fue víctima de las triquiñuelas politiqueras de quienes hasta ese momento se mostraban como los propietarios de la comarca y se solazaban quebrantando la voluntad popular para poder seguir presentándose como los pulcros, mientras aumentaban su record maquiavélico tumbando o pagando para que pusieran tras las rejas a otros tres ex burgomaestres. Un diálogo solicitado a manera de orientación, a quien la vida le ha permitido cultivarse en la sabiduría y la comparte, pues me reitero en mi apreciación: “El saber no se ostenta, se comparte”. Un diálogo entre quienes tenemos el empeño de no volver un paso atrás y miramos el horizonte, no solamente con la esperanza, sino con el ahínco de quienes creen que Soacha merece mucho más. Es por ello que vamos oscilando entre el saber de quienes nos antecedieron y la aspiración de quienes sueñan con un mejor vivir. Vamos tocando corazones, sumando voluntades, mirando de frente y a los ojos, sopesando, construyendo, valorando la actitud de quienes consideran las virtudes de la política, y adversando a quienes la tratan como mera prostituta.

Soacha, es hora de construir sobre unas bases sólidas un futuro estable, diferente, desde todos los espacios y áreas sociales; es hora de trabajar con ahínco, por este terruño nuestro. Ya para finalizar quisiera que nos pongamos en la pequeña tarea de preguntarles a nuestros descendientes cómo quisiera que fuera éste, su ambiente; qué aspiran y cuánto creen que podemos hacer para que ello se haga realidad. Oigámoslos y hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para entregarle lo que tanto necesitamos. Pensemos más en ellos que en otra cosa.

En noches como ésta, cuando vuelvo en mis recuerdos los ojos al mar, siento la seguridad de estar haciendo lo que me corresponde: inerme es la roca, pues nada puede hacer frente a la insistencia de la ola; ésta, de tanto retumbar en canto, termina resquebrajando la dureza de la otra.

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