Soacha una ciudad sin esperanza

Hay tiempos en los cuales solemos reflexionar una y otra vez sin proponernos algo más allá que un interés desde lo individual, anulando de este modo cualquier sentimiento colectivo que pudiese generar una verdadera expectativa para los próximos años. Todos comenzamos el año con ilusiones y proyectos en los que siempre, como es natural, está de por medio nuestro interés particular.


Quizá el ejercicio en esta oportunidad pudiera ser diferente si tomáramos conciencia de aquellas acciones que desde lo individual repercuten de una u otra manera en lo colectivo para generar espacios donde cupiéramos todos y donde realmente diseñáramos proyectos conforme a los intereses colectivos de quienes nos rodean y no solo los que nos benefician individualmente.

Este año que termina ha sido un año de cambios políticos, económicos, sociales, culturales y por supuesto ambientales hasta el punto que hoy nos encontramos trágicamente sumergidos y ahogados en sus devastadores efectos, revelándose a través de ello una vez más el fracaso de nuestros dirigentes en el manejo de temas tan sensibles como los efectos de la ola invernal que tiene colapsado al país, demostrando el verdadero estado de crisis de la precaria infraestructura de comunicaciones conjugado todo ello con el más lamentable desconocimiento del manejo de las fuerzas de la Naturaleza.

Por eso durante los dos últimos meses el tema de los medios de comunicación ha estado saturado de continuas informaciones sobre el desbordamiento de ríos y quebradas, derrumbes, desaparecidos, cultivos y carreteras arrasadas y centenares de miles de víctimas y damnificados que han puesto al descubierto la precaria y deficiente planificación que tienen la mayoría de las ciudades y municipios de Colombia de los cuales Soacha no es la excepción.

A esta trágica y cotidiana escena se suman los cinturones de miseria en los que hoy viven hacinados en las peores condiciones de pobreza centenares de miles de colombianos desplazados no solo por la violencia sino en general por la falta de oportunidades, ya que justamente las poblaciones más afectadas son aquellos desterrados que no encontraron más que un cerro para construir sus sueños, en los que paulatinamente se fueron defraudando con falsas promesas e ilusiones y se fueron hundiendo trágicamente como se hunden hoy bajo sus pies los espacios en los cuales alguna vez echaron raíces y sembraron su esperanza.

No obstante la inminencia de la tragedia, hace rato se viene hablando retóricamente de mega-obras, de canalizaciones, de acueductos, de reubicación, y de temas que una y otra vez vuelven a los más necesitados y a la opinión pública sin más consuelo que esperar que no llueva más.

Mientras en los centros del poder se elaboran obras que terminan siendo proyectos de papel, hoy deberíamos pensar verdaderamente en la necesidad de replantear ese tipo de esquemas mentales para poder discernir soluciones más sencillas y efectivas como la generación de una cultura ambiental que entienda que los ríos no se desbordan sino que buscan su cauce natural, que entendamos que no es el río el estorbo sino aquello que hicimos para quitarle su espacio, y que es el momento de hacer una reflexión no individual sino colectiva, que nos lleve a ver el próximo año soluciones diferentes a las que hoy encontramos como producto del fracasos de las distintas políticas sociales y ambientales que se han planteado en este país.

Soacha, hoy como ayer, sigue en la encrucijada de ser una ciudad sin pensarse, diseñada al capricho de aquellos que se han beneficiado como buitres de la pobreza y el dolor de aquellas comunidades marginadas que no sólo son victimas de las fuerzas de la naturaleza sino también y sobre todo de la injusticia y el olvido del Estado.
Como corolario, quienes han “dirigido” los destinos de esta tierra de nadie, usufructuado su presupuesto para comprar costosos y elegantes apartamentos en Bogotá, donde no se inunda y se puede vivir muy tranquilo, miran a lo lejos cómo se caen los sueños ladrillo a ladrillo de los desarrapados.

Si los que aspiran a llegar a la alcaldía hicieran por primera vez en su vida y con toda honestidad el esfuerzo y el ejercicio de pensar desde lo colectivo, podríamos dormir tranquilos desde Enero porque se empezaría a concebir un proyecto de ciudad incluyente, que entienda que Soacha no es solamente la gallina de los huevos de oro sino una ciudad para crear y crecer en función del bienestar de todas sus comunidades guiada por sus profesionales idóneos, capaces, honestos y no con aquellos que solemos importar de otras ciudades para que miren con arrogancia y con desdén a sus raizales e hijos adoptivos.
Si de alguno de los 33 aspirantes que hay saliera al menos un proyecto colectivo como debe ser, empezaríamos a salir del parque, de los candidatos de cantina, de los candidatos que se han beneficiado del presupuesto público y hoy quieren ser alcaldes, por que como concejales tampoco pudieron ni tuvieron la capacidad de generar ciudad.

Quizá ahora sí podamos ver en ellos la esperanza para una ciudad maltratada y olvidada, quizá si viéramos en todo el ramillete de aspirantes a la alcaldía interpretada y asumida la ilusión de los habitantes de Soacha que solo llegaron buscando una mejor oportunidad, quizá tengamos por fin propuestas claras para comenzar el año.

Más que una campaña política ojalá tengamos el próximo año una propuesta de un verdadero proyecto de ciudad basado en las necesidades de sus habitantes y no en las ambiciones de los aspirantes por el control y usufructo del presupuesto municipal.

Ojalá lo que hizo el Secretario Especial para Soacha de la Gobernación de Cundinamarca Doctor Iván Moreno Escobar, sirva para explicar con argumentos cómo en representación del municipio en ese cargo, lo que hizo no sirvió para nada y cómo todos aquellos que hoy aspiran a ser alcaldes no se les conoce ni se les ha visto la más mínima idea de lo que es una ciudad incluyente.

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