Apropiarnos de nuestros espacios simbólicos

La cultura urbana actual tiene que entenderse como un proceso que obedece a los cruces en que lo tradicional y lo moderno se mezclan. Lo tradicional lo representan las personas, lo moderno lo hacen socialmente viable y compartido las instituciones.


Es algo difícil definir con exactitud el concepto de cultura, además, porque es bastante amplio. Aún más complejo definir cultura ciudadana. Va más allá de lo que por ello entendemos: pasar la calle por las cebras, utilizar el puente peatonal, etc. Esto es sólo una pequeña parte de lo que nos han inculcado al respecto. La cultura ciudadana hace parte de un proceso en donde las personas con el tiempo no sólo se apropian de sus espacios simbólicos, sino que los interiorizan, los hacen suyos y necesarios: sus tradiciones, sus símbolos culturales, sus áreas urbanas, etc. Sin embargo, existe un proceso inverso, por medio del cual negamos nuestra identidad y/o no reconocemos o negamos esos espacios: nos sentimos alejados de ellos o no están a nuestro alcance por diferentes motivos: sociales, económicos, etc.

Según los entendidos -sociólogos, antropólogos y otros — CULTURA es «un tejido de significados representados en símbolos los cuales son transmitidos en el tiempo, un sistema de conceptos expresados de manera simbólica, por medio de las cuales los hombres nos comunicamos». Algunas escuelas sociológicas como el interaccionismo simbólico, plantean que los seres humanos actúan hacia las cosas con base en los significados que éstas tienen para ellos. Sin embargo, el hecho que tenga significado no quiere decir que este interiorizada. Un ejemplo claro de interiorización de nuestros espacios lo encontramos en la ciclovía. Esta se convierte con el tiempo en un hecho social de comunidad. Lo hacemos nuestro, lo apropiamos. Hace parte del imaginario colectivo; es de todos. Es permanente porque es social como un sistema compartido de significados, es aprendido, revisado constantemente, y definido en el contexto de las personas interactuando. Un elemento importante, es que está por encima de clasificaciones. Es simultáneo, no tiene estratos por decirlo mejor. Pero es uno de los pocos, sino el único de nuestros espacios socialmente compartidos.

Soacha presenta diferentes características que dificultan un sentido de identidad cultural. Primero, la periferia está muy alejada del centro: física (que puede ser solucionado) y socialmente (lo más difícil). Las comunidades alejadas del centro están conformada por comunidades en un gran porcentaje venidas de otros lugares del país en un movimiento que no se detiene. A pesar de ser comunidades con las mayores dificultades, los une su lugar de origen, sus costumbres. (Un ejemplo es la nota en periodismo público: Comunidades afrodescendientes del barrio El Oasis rememoran sus raíces) y su referente urbano más próximo es su barrio, no es Soacha.
La parte central si bien representa lo raizal, lo antaño, es ya un espacio mínimo. Soacha creció, desbordó fronteras y con estas sus referentes culturales, su visión, su yo. Su identidad es una mixtura de expresiones: sincretismo cultural. El reto se encuentra en un concepto llamado inclusión. Pero no es tan simple, es lento y depende que aquellos que optan las instituciones las hagan socialmente viables, accequibles, democráticas, y humanas. Las instituciones no sólo representan aquellos espacios necesarios comunes: formales, servicios, gobierno, sino son elementos aglutinadores en cuanto trascienden voluntades individuales, identifican propósitos, esfuerzos. Las instituciones no son necesariamente un lugar físico (el carnaval de Barranquilla, los reinados). Se hacen, se construyen en el tiempo, representan a todos y cada uno, superan fracciones de clase, instauran espacios comunes y llevan felizmente y sin darnos cuenta a apropiarnos de nuestros espacios simbólicos. No riñen para nada la periferia y el centro, es simplemente encontrar espacios comunes. La bandera es igual para todos.

Siga a Periodismo Público en Google News. Suscríbase a nuestro canal de Whatsapp