Familia de artesanos colombianos reinventa el acordeón vallenato

El taller de la familia Vega Vargas se encuentra en un populoso barrio del sur de Barranquilla, en el Caribe. Allí se fabrican desde hace ocho años acordeones para los músicos vallenatos de Colombia y otros países.


La calidad de estos instrumentos ha sido reconocida no solo por músicos vallenatos de la talla de Gonzalo «Cocha» Molina o Sergio Luis Rodríguez, sino también por el prestigioso fabricante alemán Hohner, que recientemente envió a un empleado a Barranquilla para interesarse por el trabajo de estos artesanos.

«Un señor de la Hohner, llamado Gilberto Reyes, vino a conocer el negocio, le pareció muy bien lo que hacíamos porque todo es manual y se sorprendió mucho», afirmó a Efe Domingo Rafael Vega, de 31 años, quien nació entre acordeones y hoy lidera la industria familiar, donde trabajan desde el abuelo hasta los nietos.

El patriarca, también llamado Domingo, ha creado así una saga de visionarios artesanos capaces de reescribir la historia del acordeón, pues han construido una versión del instrumento en acrílico transparente con luces que brillan en la noche.

Y han logrado que este nuevo modelo se haya puesto de moda entre de los músicos jóvenes de la nueva ola del vallenato.

«Un día nos preguntamos ¿por qué un acordeón no puede ser transparente y con sus luces?, entonces hicimos el primero y le gustó a la gente y ahí estamos dándole en los acordeones acrílicos que han tenido buena salida», comentó el nieto y líder del proyecto empresarial.

El original instrumento «tiene un sonido impresionante, es totalmente diferente al de madera, la acústica me atrevo a decir que es mayor a la normal», agregó.

La fábrica DorVeg de los Vega Vargas produce entre seis y ocho acordeones al mes, ya que solo trabajan por pedido y de forma personalizada.

Estos instrumentos tienen un costo de alrededor de dos millones de pesos (unos 1.100 dólares), se venden en toda Colombia y han comenzado a exportarse a Panamá y Estados Unidos.

El organetto, del cual deriva el acordeón, lo patentó en Viena el austríaco Cyril Demian en 1829, y nadie discute su papel protagonista en la música vallenata de la costa norte de Colombia.

La historia de cómo llegó el acordeón a Colombia a finales del siglo XIX no está clara. Unos dicen que lo trajeron los marinos europeos que llegaron a la Guajira (península fronteriza con Venezuela) y otros afirman que un barco alemán naufragó y los indígenas cogieron los acordeones y aprendieron a tocarlos.

El cineasta alemán Stefan Schwietert cuenta en su documental «El acordeón del diablo» que un nativo llamado Francisco Rada se volvió un virtuoso del instrumento y en una pelea con el diablo, lo vence, y desde entonces se le conoció como «Francisco El Hombre».

A partir de ahí nació la leyenda en torno al vallenato, un género musical que cuenta historias de amores y tradiciones de los pobladores del norte de Colombia y que muchos años después se popularizó a nivel mundial gracias al cantante Carlos Vives.

Su principal exponente artístico fue el maestro Rafael Escalona, autor e interprete de «La casa en el aire», y desde 1968 se celebra el Festival de la Leyenda Vallenata sobre una tarima llamada «Francisco El Hombre», en Valledupar, la capital del César.

El mismo Nobel de Literatura colombiano Gabriel García Márquez llegó a afirmar que «Cien años de soledad» era «un vallenato de 350 páginas».

En esa joya literaria García Márquez pone a Aureliano a tocar el acordeón, del que dice «aprendió a tocar el fuelle nostálgico de oídas», convencido de que cuando se escucha este instrumento a uno se le «arruga el sentimiento».

Y para Domingo Vega, «el acordeón es un sentimiento grande, es casi el corazón de la humanidad, es un sentimiento que a pesar de que se toca con los dedos llega al alma».

Fuente:EFE

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