Hablemos del fármaco llamado «Cloroquina»
Por: Diogo Cavazotti Aires
Fue en la década de 1950 que se lanzó un medicamento con características de sedante en Alemania; poco a poco fue popularizado y utilizado en todo el mundo para combatir el insomnio.
El efecto social en una sociedad en crisis y fuertes inestabilidades políticas y económicas, llevó a la creación de una gran publicidad entre profesionales médicos, sugiriendo la prescripción del fármaco incluso para mujeres embarazadas.
A pesar de contar en sus componentes con talidomina, la «nueva salvación» producida por el laboratorio Grünenthal fue un gran éxito comercial.
Para llegar allí, el fabricante contó con pruebas que alcanzaron las 16.000 en la fase experimental, incluidas mujeres embarazadas.
Sin embargo, con el paso del tiempo, las noticias sobre efectos secundarios no se hicieron esperar, pero en su mayoría fueron expuestos como «contraindicaciones leves».
Años más tarde, fueron publicados artículos de investigadores que aconsejaban el uso no prolongado del fármaco, ya no solo por las contraindicaciones, sino porque faltaba estudio riguroso para demostrar su eficacia y seguridad a largo plazo.
En cualquier caso y aun con la clasificación de «efectos leves», diferentes países comenzaron a registrar nacimientos de niños con malformaciones severas en dedos, brazos y piernas, entre otros problemas; en más del 90% de los casos había una cosa en común: las madres habían usado talidomina durante el embarazo.
Los números no fueron pocos, aproximadamente se estima que 15.000 niños en todo el mundo fueron víctimas del medicamento, con una tasa de mortalidad de un 45% y el agravante de ser en el primer año de vida.
Frente a la presión jurídica y mediática, el medicamento fue recolectado entre 1961 y 1965, y suscitó una serie de discusiones y temas establecidos alentando a investigaciones clínicas más eficientes.
Los casos fueron llevados a los tribunales y la compañía alemana acordó indemnizar a las familias por daños y perjuicio. Hoy como píldora para la memoria, en la sede de Grünenthal, una estatua de un niño con malformaciones muestra que la tragedia nunca será olvidada.
En 2020, casi 60 años después, nos enfrentamos nuevamente a la posibilidad de usar un medicamento sin los estudios necesarios para prescribirlo para una nueva enfermedad, quizás es hora de mirar hacia el pasado y evitar volver a caer.
Por: Diogo Cavazotti Aires
Periodista brasileño, magíster en Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario de la Universidad Católica de Colombia.
Diogo Cavazotti Aires – dcavazotti@gmail.com
Siga a Periodismo Público en Google News. Suscríbase a nuestro canal de Whatsapp