Transmilenio Soacha: ¿aparato de captura o monumento a la incompetencia?

Cuando hace algún tiempo leí sobre los incas, me causó gran impresión un detalle muy particular de sus relaciones de dominio político: el hecho de que cuando morían sus gobernantes, éstos seguían contando con propiedades y tributos. Qué extraño debió parecer a los españoles en su encuentro con ellos una institución en la que los muertos eran dueños de territorios, y en la que seguían sometiendo a los vivos… un panorama ciertamente envidiable para algunos de nuestros muertos que tan sólo cuentan con el derecho al voto, y de algunos cuyos espectros aparecen solicitando certificados de supervivencia cuando legalmente no aparecen en las listas de los que impunemente deambulamos por la calle…


¡Qué irracionales costumbres a los ojos de hombres y mujeres de la edad del iPod y el BlackBerry! ¡Qué despóticas a la mirada atónita de los políticos de la edad de las coaliciones, del interés social y las fundaciones! ¡Qué irracional, qué despótico y qué bárbaro! Pero, a propósito, ¿a qué difunto gobernante pertenece la vía del Transmilenio de Soacha? Puesto que eventualmente se ve a uno que otro trabajador en las obras de la autopista, le queda a uno la duda acerca de la entidad despótica a la cual rinden tributo estos siervos. Porque no cabe duda de que estos extensos territorios codificados como “calzada exclusiva de Transmilenio” deben ser usufructuados por entes fetichizados, ya que, por un lado, se les ha dedicado muchas horas de trabajo (seguramente más de las que se había previsto, si cabe la palabra “previsión”) y exorbitantes sumas de dinero extraídas del erario (cifras que sólo mi mórbida curiosidad se atrevería a indagar), y, por otro, sin lugar a dudas no ha disfrutado la ciudadanía que paga sus impuestos por una eficiente labor pública que no ha visto en años, y años, de obras por las cuales, eso sí, seguramente se ha cobrado muy bien.

Pero dejemos el sarcasmo y las odiosas comparaciones que a nadie le gustan… cuando se dirigen en su contra… señalemos solamente una serie de hechos altamente preocupantes para la ciudadanía y que se ha agravado en los últimos años sin que se haya hecho algo para solucionarlo. El más evidente es la dificultad diaria para salir de Soacha con dirección a Bogotá entre las 5:00 y las 8:00 a.m. y el regreso de 5:00 a 8:00 p.m., sin contar otras de las frecuentes congestiones vehiculares de ida y vuelta durante toda la semana (como las del medio día del sábado). Pero esta dificultad tiene muchos matices, como la ausencia de rutas que conecten al municipio desde Compartir, Ciudad Latina o Ciudadela Sucre con Chapinero, Chicó, Suba, ¡Bosa!, avenidas como la Ciudad de Cali, las Américas, la Calle 13, entre otras, en las que gran parte de la población trabaja o estudia.

Se suma al panorama el hecho de que rutas como las que se dirigen al Centro o a Palermo son inconvenientemente demoradas. De la primera retiraron la que llegaba hasta San Diego y, desde hace tiempo ya, la que llegaba hasta Germania; la segunda, además de que da muchas vueltas por la ciudad, tiene en su mayoría conductores que someten a una rigurosa selección a los pasajeros que lleva: sólo admiten en sus vehículos a mujeres de cierta edad y lozana apariencia, dejándonos a nosotros los hombres, así como a damas de edad más avanzada, con muy grandes dificultades de movilidad, como si el transporte público fuera un privilegio y no un servicio.

Pero no siempre fue así. Nostálgicamente debemos anotar que 15 años atrás Soacha contaba con un buen transporte, y las rutas demoraban la mitad de tiempo de lo que duran ahora (en algunos casos la diferencia es mucho más grande). Mas estas reminiscencias no tienen por objeto argumentar que “todo tiempo pasado fue mejor”, sino hacer manifiesto que a la movilidad del municipio literalmente “le quedó grande”, para decirlo con una popular expresión, adaptarse a los retos del crecimiento demográfico y urbano actual. Es un hecho evidente (cuyas raíces económicas y políticas no vamos a considerar) que Soacha es la vía principal para el acceso a la capital del país por el suroccidente, que es uno de los principales receptáculos de población desplazada y migrante, y que, como tal, debe responder a necesidades mínimas de movilidad. Pero en contra, vemos que se impulsa la construcción de viviendas de toda índole (cuya calidad tampoco se considerará), sin vías de acceso decentes que respondan a su incremente. ¿Cómo es posible que una ciudad en proceso de crecimiento como Soacha tenga solamente una vía de acceso y salida? ¿Cómo es posible, y esto es quizá lo más escandaloso, que de esta única vía, mal llamada “autopista”, funcione sólo la mitad?

Ante la actual situación catastrófica, cataclísmica, caótica, precaria, denigrante, malsana, indigna, impúdica, vergonzosa, crítica, impía, indecorosa… del transporte soachuno, cuyo colapso no es inminente, sino un hecho efectivo, es inevitable pensar en la única solución que avizora este ominoso horizonte: la llegada del Transmilenio. Se vislumbra como la respuesta a los males, pero se olvida frecuentemente que fue la causa de ellos. Como ha devenido monopolio casi absoluto de las vías, las rutas que no se retiraron fueron inclementemente modificadas, alargando sus trayectos y atiborrando de buses otras vías ya congestionadas (la Primera de Mayo, San Vicente…), y, finalmente, esto terminó condicionando que las personas desearan aquello que les fue impuesto. Para colmo, el Transmilenio con su cohorte de articulados y alimentadores no ha llegado, brillando por su ausencia en sus carriles exclusivos, ocupados solamente en los estados de emergencia vial que son las “operaciones retorno”. Pero el deplorable transporte que queda es cada vez más malo y costoso.

El Transmilenio en Soacha privatizó las vías (como ya lo hizo en Bogotá), trastocó y dificultó la movilidad de los ciudadanos, y, sobre todo, capturó su deseo, pues mesiánicamente sigue esperando su llegada, aún a costa de opresivas e irracionales tarifas para un país cuyo salario mínimo es tan irrisorio que muy escasamente supera el medio millón de pesos, mísero salario que sustenta a la mayoría de familias colombianas.

¿Cuál es la solución? Mirar atrás es ocioso, querer volver es imposible y poco realista. Pero el hecho de que Transmilenio se haya convertido, imperceptiblemente a la fuerza, en la más cercana solución a los problemas que nos acosan, que por lo demás produjo, no obsta para hacer manifiesta toda la problemática que trae tras de sí.

Sólo esperamos que los decididores dejen al menos por un momento de pensar en función de intereses privados de pocos (¿será ello posible?), y consideren por lo menos un instante las necesidades públicas, no de los funcionarios que despótica e insolentemente se arrogan la autoridad (no olviden quienes los invistieron con ella… bueno, nos referimos al pueblo, claro está…), sino de la ciudadanía por tanto tiempo oprimida y vejada por la ineptitud, incompetencia y corrupción que tantos monumentos ha dejado en su memoria. Si van a hacer una obra, háganla bien, los errores públicos perjudican a miles; si van a romper una calle, ¡no las rompan todas!, si va a llegar el Transmilenio, no nos quiten las rutas y, por favor, tengan en cuenta que Soacha necesita una verdadera autopista, y vías alternas… ¡Por favor! No hagan más descarada nuestra ya hipócrita democracia, ¿cuánto tiempo puede aguantar un pueblo la represión brutal y la impúdica farsa mediática?

Pero esto no es un panfleto, no es una arenga, por mucho es una carta abierta que expresa la inconformidad de un ciudadano común que percibe y sufre día a día, al igual que muchos otros, el flagelo de la (in)movilidad en la vía que (des)conecta Soacha y Bogotá, que no obstante la falta de tiempo libre, se atreve a expresar sus ideas en un artículo escrito, paradójicamente, en el tiempo muerto que pasa en los galpones humanos que eufemísticamente llamamos servicio de transporte público.

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