Una línea invisible separa a dos pueblos vecinos de Cundinamarca: antes eran uno solo

Entre el aire abierto de la sabana y el pulso de la capital, un territorio cambia de rostro.

A simple vista, parece una sola calle. Una vía común y corriente en la Sabana de Occidente, transitada por buses, motos y vecinos que cruzan de un lado a otro sin reparar en el detalle. Pero basta dar un paso más allá del andén para entrar a otro municipio. Allí, donde nadie imaginaría una frontera, termina un territorio y comienza otro.

Ese límite, casi imperceptible, divide a Mosquera y Funza. No lo marca un río ni una montaña, sino una decisión política que cambió la historia de Cundinamarca hace más de siglo y medio.

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Durante años, ambas poblaciones compartieron el mismo suelo, la misma gente y el mismo gobierno. Hasta 1861, lo que hoy se conoce como Mosquera era una extensión de Funza, una vereda próspera llamada Cuatro Esquinas. Su ubicación estratégica, el aumento de sus habitantes y el auge de las actividades económicas despertaron el interés de las autoridades del antiguo Estado Soberano de Cundinamarca.

El 27 de septiembre de ese año, el gobernador Justo Briceño expidió un decreto que transformó la geografía administrativa del occidente bogotano. Con la firma del secretario José María Vergara y Vergara, Cuatro Esquinas se convirtió en el nuevo Distrito de Mosquera, separado oficialmente de Funza.

El documento trazó límites precisos: hacia el oriente y el occidente, las haciendas de Quito y San José; al sur, el puente Balsillas; al norte, la mitad del camino entre Funza y el nuevo distrito. Así nació una nueva jurisdicción con autonomía propia y un nombre que rendía homenaje al general Tomás Cipriano de Mosquera.

Desde entonces, una línea invisible recorre esa zona. No hay muros ni hitos visibles, solo una franja urbana que recuerda que las fronteras no siempre se levantan con piedra o agua, sino con tinta y decretos.

Hoy, los habitantes de Mosquera y Funza comparten costumbres, acentos y hasta la misma calle. Para ellos, la frontera no divide: une dos pueblos que crecieron juntos, separados únicamente por una decisión histórica que sigue vigente en los mapas, aunque se diluya entre las aceras y los saludos cotidianos.

Historia de Funza

A pocos minutos de Bogotá, donde la sabana se extiende en verdes planicies y el aire conserva un clima templado durante todo el año, se levanta Funza, un municipio que combina el pasado indígena con el pulso comercial de la región. Su cercanía con la capital y su ambiente tranquilo lo han convertido en una opción atractiva para quienes buscan vivir o invertir sin alejarse del ritmo urbano.

Caminar por sus calles es recorrer una historia que comenzó mucho antes de la llegada de los conquistadores. En tiempos prehispánicos, estas tierras fueron hogar de los muiscas, un pueblo organizado que habitó la altiplanicie cundiboyacense y dejó una profunda huella cultural. Siglos después, el 20 de abril de 1537, el conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada fundó oficialmente la población, que con el tiempo se consolidó como uno de los centros agrícolas más importantes del occidente de Cundinamarca.

Funza celebró 485 años de liderazgo, baluarte de cultura y ancestralidad

Hoy, Funza conserva ese carácter laborioso. La agricultura sigue siendo una de sus principales fuentes de sustento, con cultivos de flores, hortalizas y frutales que abastecen mercados locales y nacionales. La ganadería y la producción de lácteos mantienen su peso en la economía, mientras nuevas industrias y comercios aprovechan la ubicación estratégica del municipio para expandirse hacia la Sabana de Occidente.

Su geografía, marcada por los 2.548 metros de altitud y el paso del río Bogotá, ofrece un paisaje rodeado de montañas y campos fértiles. Ese entorno ha permitido el desarrollo de propuestas de turismo rural, donde los visitantes pueden alojarse en fincas, conocer los procesos agrícolas y disfrutar de experiencias al aire libre.

La vida cultural de Funza late con fuerza en sus tradiciones religiosas y festividades. Cada año, las celebraciones en honor a San Antonio de Padua reúnen a vecinos y visitantes en torno a la música, la danza y las procesiones. En el centro del municipio, el Parque Principal conserva la esencia de un pueblo sabanero, con edificaciones coloniales y la imponente iglesia del patrono, una joya arquitectónica del siglo XVIII.

Funza es, en esencia, un punto de encuentro entre la memoria y la modernidad: un lugar donde el eco de los muiscas se mezcla con el murmullo del comercio y el progreso.

Mosquera, donde el campo y la ciudad se unen

A las puertas de Bogotá, entre extensas planicies y vías que se entrecruzan con el movimiento diario de la capital, se levanta un territorio que ha dejado de ser un pequeño pueblo sabanero para convertirse en uno de los polos de crecimiento más dinámicos del occidente cundinamarqués. Su cercanía con la metrópoli y los precios más bajos de la vivienda lo han transformado en destino habitual para quienes buscan un nuevo lugar para vivir sin alejarse del trabajo o del ritmo urbano.

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El aumento en la construcción de conjuntos residenciales, muchos de ellos de interés social, ha cambiado el paisaje y multiplicado la población. Las cifras del censo de 2018 del DANE ya reflejaban su peso demográfico dentro del área metropolitana de Bogotá, una tendencia que continúa en ascenso.

El desarrollo no solo se nota en los barrios nuevos. A la par del crecimiento habitacional, numerosas empresas han elegido este territorio para instalar sus plantas y centros de operación. Su ubicación estratégica, conectada por vías principales con Funza, Madrid y la capital, ha impulsado su perfil industrial. Hoy destacan actividades relacionadas con el procesamiento de alimentos, la producción de materiales de construcción y otros sectores que dinamizan la economía local.

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El resultado es un municipio en transformación: un punto de encuentro entre la vida tranquila de la sabana y la energía productiva del entorno metropolitano.

Foto: Wikipedia y Alcaldía de Moquera

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