En diciembre compre soachuno…. o por lo menos colombiano

Tradicionalmente este mes es distinguido por el derroche consumista que circunda en el ambiente decembrino. El sabor a natilla, buñuelo, tamal es acompañado por compras de comida, regalos, tarjetas y todo lo que se nos ocurra consumir en Colombia, un país de revendedores e imitadores de prácticas foráneas.


Siempre me ha parecido curioso ver una decoración navideña adornada por la nieve que no existe en nuestros paisajes de hermosas montañas, un niño Jesús rubio con una madre de facciones europeas, lejanas a la piel mestiza latinoamericana, lo cual demuestra nuestra gran capacidad de imitación y poca creación identitaria.

Al mismo tiempo, mensajes de Merry Christmas y Santa Claus empiezan a enrarecer el lenguaje y recordarme que la navidad dejó hace tiempo de ser un encuentro íntimo, al lado del calor familiar para convertirse en un microescenario más de la globalización y de la reproducción de aquellas películas de temporada que transmiten en los diferentes canales que han desplazado la cena de tamal, ajiaco y lechona preparadas por la abuela y las tías, por pavo y jamones, fríos como el dinero que los compró.

Así, siguen llegando palabras que enrarecen: Made in China, reebok, nike, adidas y otra vez made in China las cuales son las tarjetas de presentación de muchos regalos que por efectos de la plusvalía, el consumidor colombiano (pues particularmente nosotros los colombianos tenemos famas de ser gastalones) pagará mucho más de su valor original y desconociendo (así suene marxista) la cadena de producción y explotación que hay detrás de cada producto. La producción en serie no es trabajo que dignifica al hombre, es explotación que burla y humilla la existencia de muchos trabajadores que no tienen otra opción de vida.

Cuando se habla de compras navideñas, es inevitable pensar otra vez en Marx, quien desde hace décadas vislumbró lo que hoy sería nuestra realidad de seres sometidos al consumo de bienes. Aquí, recuerdo el fetichismo capitalista en donde el valor de uso (por ejemplo, un pantalón sirve para lo mismo, así cueste 20.000 o 200.000) se ha olvidado y el valor económico se destaca sobre este, causando un aura mágica de prestigio, estatus y poder al usar elementos que tengan un valor monetario más alto, desconociendo nuevamente las lógicas de quienes vendieron su mano de obra para producir el producto por el que le pagan migajas, mientras los grandes almacenes se enriquecen a costa del incauto consumidor que paga miles de pesos por verlo con una etiqueta adicional.

Sin ir muy lejos, pensemos en cientos de mujeres de Soacha que trabajan en los llamados satélites, reciben entre un pago mínimo por costura de cada prenda, según el tipo de confección que se requiera. Otros, doblan bolsas de papel de almacenes reconocidos, por las cuales reciben $50 o $100… no quiero ni pensar aquí las grandes embarcaciones asiáticas dedicadas a la explotación de obreros que no tienen otra alternativa que casi regalar su trabajo para que el mundo compre sus productos.

Además, hoy, se volvió más cómodo importar que producir. Gracias a los TLC Colombia consume sólo el 20% de su producción, mientras que hace años, era el 70%, lo cual se ha traducido en desempleo y pobreza para miles de personas.

Absurdo pensar en no comprar e ir en contra del sistema económico que nos tocó vivir. Más bien, invitamos a los soachunos a comprar soachuno, nos unimos a esas voces de campañas de amor nacional y regional que invitan a comprarle a la vecina que hace adornos navideños; al microempresario que confecciona y vende pijamas en un local del barrio; al zapatero de la cuadra que con arte y dedicación elabora zapatos a la medida y de muy buena calidad; al vecino de al frente que prepara tamales deliciosos, la prima que vende por catálogo y cientos de soachunos que día a día se dignifican con su trabajo. El dinero llegará a ellos, no a los grandes almacenes y cadenas que ya bastante se han enriquecido con las compras que hacemos a diario.

Y si no hay algún soachuno que conquiste nuestros gustos, por lo menos revisar la etiqueta que diga en nuestro idioma criollo: Hecho en Colombia.

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