Reminiscencias VI

He venido comentando, en esta columna, diferentes aspectos del Municipio, pero nada se ha dicho de lo que corresponde a su cultura musical y arte dramático, tan importante durante los años cuarenta y principios de la década de los cincuenta, que fueron algo así como la época dorada de estas manifestaciones en nuestro terruño.


Empiezo por decir que eran comunes las parrandas que se organizaban en algunas casas de familias, en sitios campestres y en tiendas como la de Emiliano Galarza, Facunda Medina y hasta en Fusagasugá en el establecimiento denominado El Otro Mundo, propiedad del soachuno Emilio Gutiérrez, y que a ellas concurrían, como actores principales, el Tuerto Luis Rojas, Cuco Sánchez y José Roberto Correa, verdaderos maestros en la interpretación, en sus instrumentos de cuerda, de pasillos, bambucos, danzas, torbellinos y hasta el fox, que dominaban mediante el tiple, la bandola y el requinto, y se escuchaban las voces de quienes siempre se encontraban a su lado, como el Chivo Uribe, Tomás Garibello, Heliodoro Uribe y Pablo Emilio Sánchez, cariñosamente llamado Mi Tío, por todos sus coterráneos. Y así, parece todavía escucharle a este último una canción criolla que no podía faltar en ninguna de estas reuniones que decía, en lo que se recuerda: “Y esos pendientes que tiene, yo se los quito. Se me figura que tienes compromiso…..”

Y así pasaban la tarde y parte de la noche, quienes habían escuchado con gran deleite bellísimas obras de compositores ya consagrados por la época, como Luis A. Calvo, Pedro Morales, Álvaro Romero, Martín Rueda, Jerónimo Velasco, El Chunco Rozo y Fulgencio García, quien en una de estas fiestas en los alrededores de la Hacienda Malachí, compuso en honor de Heliodoro Uribe, “El Chisgo” que era el sobrenombre con que lo denominaban sus íntimos amigos.

Cabe aquí recordar que Fulgencio García, compositor de muchas obras que hoy se recuerdan con cariño, tales como La Gata Golosa, Mi vida, Sobre el humo, Vino Tinto y muchas más, tuvo nexos muy estrechos con la gente de Soacha y que aquí tiene nietos y bisnietos, conocidos por todos los naturales de esta tierra. Además, hay que desvirtuar una vez más que la famosa Gata golosa se hubiese llamado inicialmente “Soachita”, pues esta leyenda quedó sin piso, en un reportaje que este humilde servidor hizo a José Roberto Correa para Generación Nueva, recién salido este periódico, que fue obra de quien esto escribe, en la compañía de Roberto Vejarano y Jaime Lizarazo. Además, me señaló que el nombre se castellanizó de uno en francés que llevaba un negocio en Bogotá.

A la sombra de los anteriores nombres y por sus nexos musicales, era común ver disfrutando o participando en la parranda ya referida, a Carlos Rozo, hijo del famosísimo Chunco Rozo, Pandereto, llamado así por sus amigos, por su disposición muy especial para tocar este españolísimo instrumento que conocemos como la pandereta, y Chipilo Forero que al referirse a él en artículo del Suplemento de El Tiempo, recordando un aniversario de su desaparición, decía que en Nueva York se le consideró el primer Bajo del mundo. Recuerdo que murió solo y pobre en un Barrio colindante con el de Las Cruces, ya hace muchos años. Todos los músicos citados en primer lugar ya murieron, pero dejaron para sus coterráneos el gran recuerdo de su arte y el amor a su tierra soachuna.

Fueron famosos también, pero en menor escala, otros conjuntos. El compuesto por Julio Sánchez, “Tolima,” quien tocaba la guitarra, Álvaro Castro, la flauta y cantaba acompañado por un tiple Francisco Bello, conocido como Pacho Brevas, muerto hace muy poco tiempo, quien prefirió la bohemia a ser un extraordinario cantante, como lo presagiaba su maravillosa voz. Otro era el de los hermanos conocidos como Los Abelinos, que usaban violines y hacían las delicias de los vecinos del Barrio El Altico.

Digno exponente del género chico fue el grupo organizado por Margarita Vejarano Uribe que denominó “El Ratón Pérez” y lo integraron Nena Cubillos, Sofía Monroy, Aída Vejarano, Cecilia Monsegny, Fernando Rico Osuna, Carlos Romero, Ulpiano Ramírez Nader, Jorge Monsegny, Alfonso Casas Díaz, Hernán Barón y Enrique Ramírez Nader, y con ellos se dedicó a interpretar lo que se ha denominado como “comedia lírica” comedia musical” y “drama lírico” pero que en realidad hace parte el género musical conocido como “La zarzuela” que comprende toda esa gama de piezas teatrales con texto hablado y cantado en idioma castellano y hasta en lenguas del las Provincias españolas y que tanto nos apasionan a todos.

Así en el Teatro Bolívar de nuestra Soacha, que aún no se había terminado, se empezaron a oír las bellas voces de quienes integraban el grupo y a descubrir a la maravillosa bailarina, que con las notas de las zarzuelas presentadas nos hacía imaginar los escenarios españoles de Madrid, Sevilla o Barcelona, cuando interpretaba una Jota o el Chotis madrileño. Era Aída Vejarano, quien a través de su actuación mostraba sus condiciones de danzarina criolla.

Oímos a Luisa Fernanda de Moreno Torroba con la mazurca de las sombrillas y la historia de amor de aquélla y Javier y del desairado Vidal que recurre hasta incorporarse al ejército enemigo para poder enfrentarse con su rival Javier y conseguir el amor de su amada.

A Francisco Asenjo Barbieri a través de algunas piezas de una de sus obras maestras: El Barberillo de Lavapiés, en una intriga política durante el reinado de Carlos III y que discurre en los episodios amorosos de Paloma con Lamparilla y la marquesa de Vierzo con Luis de Haro y que culmina con el triunfo de los conjurados.

Además, a Federico Chueca en La Gran Vía con aquello de “Caballero de gracia me llaman y efectivamente soy así, pues sabido es que a mí me conocen por mis amoríos todo Madrid. Es verdad que soy un poco antiguo pero que poniéndome disfraz soy un tipo gentil de carácter jovial a quien mima la sociedad. Yo soy el caballero que con más finura baila en los salones.”

Y así salían del Teatro los asistentes y cantaban partes de las Zarzuelas de turno y hasta algunos diálogos que repetían con sus hermanos o familiares, y se pegó a los soachunos esta música que hizo carrera en algunas familias viejas o jóvenes que, años después concurrían, por ejemplo, a la casa de Moisés Vejarano a escuchar este tipo de discos que él guarda y cuidaba como una verdadera joya, y que, además, dio lugar a la presencia de soachunos en el Teatro Colón o Colombia en la temporada anual de esta música.

Y no olvidemos, ahora, aquel sainete lírico de don Francisco Alonso de bellísima música y picante tema que entregan Concha, Francisco, su tío Casildo, Manuela, y su hija Fermina, y que a través de la trama que se desarrolla con el Colegio Las Leandras que da el nombre al sainete, se cree por el tío que el trabajo realizado es el de vendedoras de amor.

Oh, tiempos aquellos de cultura musical y ciudadana. Bella época narrada. Bella música la que se interpretaba por las también bellísimas voces del grupo organizado por Margarita Vejarano, que hoy descansa en paz con los hermanos Jorge y Cecilia Monsegny, Fernando Rico Osuna, Carlos Romero, Nena Cubillos, Ulpiano Ramírez y Aída Vejarano, quienes desde el más allá recordarán los éxitos de que fueron partícipes, en una época en que todo era difícil porque no había dinero ni sitios para sus presentaciones, y tampoco había Secretaría de Educación y mucho menos Casa de la Cultura..

Luis Emilio Rivera, de quien ya hablé hace algunos días, como excelente profesor de música que era, montó con alumnos del Colegio Bolívar y el beneplácito de su fundador Manuel Vicente Rojas, montó la zarzuela El Zapatero Dentista que fue todo un éxito no sólo en Soacha, sino también en Fusagasugá, Arbeláez y San Bernardo.

Más tarde el profesor Rivera dirigió otra obra de teatro denominada Lázaro El Mudo y fueron sus intérpretes José Roberto Correa, Enrique Prieto, padre, Marcos Ruiz, conocido como Fleta por su magnífica voz, Moisés Vejarano Uribe y Benjamín Rojas, todos desaparecidos.

Magníficas voces fueron las de Enrique Prieto, cariñosamente Chiquico, Jorge Gutiérrez Roa y Roberto Mora, también del coro del profesor Rivera, quienes intervinieron en las últimas obras citadas y en el coro de la Iglesia parroquial, y en Bogotá, en coros de música brillante en la Radio Cristal que funcionaba en la Plaza de Bolívar, sobre la calle Once. Sólo vive Mora. Los restantes murieron y desde el más allá se estarán haciendo la misma reflexión: que tal que en nuestra época hubiere existido, por ejemplo, la Casa de la Cultura?.

Dejemos de quejarnos y recordemos, también, a quienes por época posterior a las referidas llevaron a las tablas obras de teatro que fueron grandes sorpresas por su magnífica intervención de doña Emma Mora, quien durante su estadía en Soacha residió en la casa de Juan Antonio Cansino, en la carrera 7ª con calle 12, con “Alejandría la pagana”, y con la actuación de sus hijas Marina y Sofía y de Jaime Monroy, Enrique Prieto, hijo, Gonzalo Escobar, Carmen Torres y Luz Myriam Sánchez.

Verdad, estimado lector que conoció las épocas a que me he referido, no se ha vuelto a presentar este tipo de género musical ni otro, ni teatro? Puede usted responder a qué se debe esta situación? Lo invito a que lo haga.

JOSE IGNACIO GALARZA M.

joseignaciogalarza@yahoo.es

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