CIUDAD-REGIÓN: entre lo compartido y lo real

“Como apuntó el historiador y urbanista argentino Jorge Hardoy, lo que prevalece en América Latina desde hace varias décadas es una ciudad-región que combina las peores consecuencias de un masivo crecimiento demográfico y de un crecimiento físico sin controles, que han producido a la vez dos ciudades paralelas: la legal y la ilegal. La primera es parte de la historia oficial. La segunda está formada por los barrios pobres y las urbanizaciones ilegales, y constituye un componente esencial de la ciudad latinoamericana contemporánea.”


El concepto de ciudad-región adquiere importancia en la medida que se acercan las elecciones, resultado de propuestas y programas dirigidos al desarrollo local a partir de lo regional. Desde el punto de vista de la sociología es un concepto estructurante, una categoría de análisis para la planificación en cuanto integra a diversas unidades territoriales con intereses mutuos y con un alto grado de cercanía, en primera instancia económico muy activo y por supuesto una conexión espacial, ambiental y socio-cultural.

Para darle más fuerza al concepto, se conecta inteligentemente con el proceso de globalización, en cuanto una necesidad de salir de la aldea a formar parte de la aldea global, dándole al término exuberancia. Sin embargo, desde el punto de vista del realismo su alcance no va más allá de estrategias de publicidad, porque, el concepto de ciudad-región tiene una dimensión, o como dirían los analistas una variable que no se tiene en cuenta: esta noción deja de lado a los más vulnerados y vulnerables. No es tan simple formar unidades espacio-regionales y ambientales si los espacios humanos locales a duras penas están integrados.

La ciudad de origen ilegítimo (desde el punto de vista urbanístico y catastral) ha transformado la estructura y el paisaje de nuestro municipio. Estos asentamientos localizados en los sitios menos favorecidos, comunidades de ladera, de montaña o en los cauces de los ríos, propensos a inundaciones y deslizamientos que ponen en riesgo la vida de sus pobladores y por lo general no cuentan con los mínimos servicios como agua potable, por dar algún ejemplo, a gusto o disgusto no solo se estructuró sino que determinó su espacio, lo hizo integrar de facto e impuso sus imaginarios, que no concuerdan en nada con la ciudad tradicional. Aquí´, de hecho, ya hubo una integración, más que de ciudad–región, de ciudad–nación, como que Soacha es una de las mayores ciudades receptoras de la nación. Receptora por cierto, de los escapados de todas las diversas formas de violencia: política, social, institucional, etc.

Ellos rediseñaron e impusieron un estilo de ciudad a la que ya existía, integrando dos situaciones por decirlo de alguna manera. Se hace una resignificación urbana, en una relación de apropiación de un espacio geográfico y el abandono del centro tradicional. Sí, son ciudades paralelas porque aunque hacen parte del establecimiento, son ellas, quienes “voluntariamente” toman su distancia consientes de su importancia. No reconocen sino lo institucional como necesidad, y a disgusto del pensamiento ilustrado, ya no son las élites quienes se apartan “del mundanal ruido”, o de lo popular en referencia a lo antagónico de clase, sino también, esta otra ciudad excluida retoma este patrón como medida de apropiación de espacios físicos, culturales, ambientales y sociales. Esto da como resultado que ya no exista un solo centro, sino múltiples centros dispersos, con un centro simbólico como referencia: lo tradicional. Esos son los llamados espacios de significación y sirven como sistema estructurante para las ciudades paralelas. Son estos los que le dan unidad a esos dos momentos de ciudad que compartimos.

Los espacios de significación dentro de la urbe, se preservan a duras penas, se tratan de congelar malamente y se cercan, alejándoles cada vez más de los habitantes. Esos espacios conectan a la ciudad con una memoria colectiva histórica que le transmite su razón vital y que conforman una red de autenticidad en el espacio de la colectividad. Son los espacios que se convierten en el lugar común de todas las memorias y que por lo tanto pueden, de pleno derecho, representar la ciudad [[1]].

Los límites en el caso de Soacha se pierden en el horizonte y comienzan con la salida o puesta del sol, cuyos habitantes a veces no llegan a reconocerse en su totalidad bajo un toponimo [[2]] , y mucho menos a transitar o a imaginar su conjunto. Sin embargo, hay una conciencia social de pertenencia a un mismo conglomerado, eso sí, con unas diferencias muy claras.

Aunque lo parezca, este artículo no está referido a recrear antagonismos, sino a precisar que las ciudades actuales, de la cuales hacemos parte, se conforman en la diferencia, comparten disímiles características y las van integrando lentamente. Primero, respetando el aporte ancestral que cada comunidad trae del sitio de salida, y tomando lo que le sirve del sitio de llegada, para con el tiempo (porque son las nuevas generaciones las que hacen la mixtura) estructurar un sentido de ciudad: Cada generación construye su ciudad en la memoria a partir de sus propias experiencias. Así, una misma ciudad es diferente para cada generación. Las capas de memoria se van apilando creando un espacio urbano especial y único que fue el espacio que construimos en el momento en el cual nuestra memoria estaba en su fase más ávida, o sea, entre la adolescencia y la primera juventud [[3]] .

cronicasdesoacha@yahoo.com

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