Soacha: una sociedad que se desangra en la trinchera de la polarización

En Soacha, como en muchos otros rincones de Colombia, el debate político ha dejado de ser un espacio de ideas y propuestas para convertirse en un campo de batalla donde se dispara odio con palabras, se hiere con rumores y se asesina la posibilidad de construir colectivamente.

La política, que debería ser el arte de servir, de conectar voluntades diversas para el bien común, ha sido secuestrada por la lógica de la destrucción del otro. Y en ese escenario, todos perdemos.

En esta ciudad de esperanza y lucha diaria, donde miles de familias se levantan cada mañana buscando construir un futuro mejor, la política se ha convertido en un espectáculo grotesco donde el objetivo ya no es gobernar mejor, sino hacerle daño al que piensa distinto. No importa si se trata de una obra, un programa social, una estrategia de seguridad o una mejora en infraestructura: todo es blanco fácil del desprecio sistemático de los adversarios. Aquellos que tanto critican no construyen una alternativa, sino que se regodean buscando el error, magnificándolo, distorsionándolo, para generar malestar, dolor, rabia.

En redes sociales se libra una guerra diaria, sin reglas, sin ética, sin argumentos. Las publicaciones no informan: provocan. No cuestionan con fundamentos: acusan. No debaten: insultan. Se construye una narrativa donde el otro -el rival político- no es un contradictor democrático, sino un enemigo al que hay que destruir moral, política y hasta judicialmente. Se celebra más un señalamiento que una propuesta. Se viraliza más una calumnia que un acierto. Y cada vez más, las palabras se cargan con pólvora.

Este clima enfermo de confrontación constante tiene consecuencias profundas. Primero, paraliza la gestión pública, pues los líderes temen actuar ante el riesgo de ser destruidos mediáticamente por un error. Segundo, desconecta a la ciudadanía de la política, porque ya no ve en ella un camino de soluciones, sino una arena de odios. Y tercero -y más grave aún-, puede escalar hacia escenarios de violencia física. No olvidemos que Colombia ya vivió momentos en los que el odio político llevó a justificar lo injustificable: el asesinato, la persecución, el exilio, el silencio forzado. Y todo comenzó con una palabra mal dicha, con una mentira difundida, con un señalamiento irresponsable.

Soacha no puede seguir por ese camino. Esta ciudad -cuna de dolor, resistencia y dignidad- merece otra forma de hacer política. Necesita líderes que, incluso desde la diferencia, entiendan que construir no es rendirse al otro, sino apostar por todos. Que el verdadero poder no se mide en likes o retuits, sino en la capacidad de transformar realidades. Que no hay mayor acto de liderazgo que saber callar un insulto y responder con una propuesta. Que el bienestar colectivo nunca será fruto del odio, sino del encuentro.

Por eso, esta columna es un llamado a todos los líderes, de gobierno y de oposición, a quienes hoy ejercen cargos y a quienes los disputan, a quienes tienen poder y a quienes lo anhelan: moderen sus palabras, cuiden el lenguaje que usan, entiendan que cada mensaje que lancen tiene consecuencias. No alimenten el resentimiento. No construyan su capital político sobre la ruina del otro. Sean mejores. Soacha se los agradecerá.

Porque al final, más allá de banderas e ideologías, todos decimos querer lo mismo: que la gente esté bien. Entonces hagamos que eso sea verdad. Empecemos por dejar de pelearnos, y que, de una vez por todas, trabajemos unidos por esta ciudad.

Por @editorialFoto: Periodismo Público

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